La Isla de Pascua, conocida en el idioma indígena local como Rapa Nui, es la isla habitada más alejada de tierra firme de todo el planeta. Se encuentra a 3.000 kilómetros del país al que jurídicamente pertenece, Chile, y a 2.000 de las islas Pitcairn, aunque geográficamente hablando (y a nivel cultural también) se ubica en el Triángulo de la Polinesia. Pese a ser una isla muy pequeña, de apenas 170 kilómetros cuadrados y una población que a duras penas rebasa los 5.000 habitantes, se erige como uno de los destinos más atractivos del mundo, no sólo por sus peculiaridades geológicas sino sobre todo por la infinidad de leyendas que la rodean.

Isla de Pascua

De dónde provenían los primeros pobladores de la Isla de Pascua continúa siendo un enigma incluso para los propios historiadores que llevan años investigando el tema. La teoría más defendida es la que sugiere que polinesios llegados de las islas Marquesas fueron los primeros en pisar estas tierras, sobre todo basándose en el idioma superviviente, con muchas similitudes con el tahitiano.

Sin embargo, los arqueólogos no parecen ponerse de acuerdo: unos apoyan que fueron los egipcios los que lograron descubrir Pascua en la antigüedad, otros que los hindúes, los de más allá dicen que fueron los americanos precolombinos… hasta llegar a teorías descabelladas como que sus primeros habitantes fueron los pocos navegantes que lograron salvarse del hundimiento de la mítica Atlántida o que los pascuenses actuales en realidad tienen un orígen extraterrestre. Como veis, hipótesis tenemos para todos los gustos.

Lo cierto es que, a día de hoy, rapa nui auténticos sólo quedan 2.000 y ni ellos mismos conocen las raíces de su pueblo al haberse perdido cualquier prueba concluyente a lo largo de los siglos y basarse la cultura local más en leyendas populares que en hechos contrastados. Y lo que dichas leyendas relatan es que el primer rey que gobernó Pascua (al rey se le conocía como ariki) fue Hotu Matua, quien fue guiado a la isla por la deidad suprema de los rapa nui, el dios Make-Make, y quien habría escapado de una gran inundación en el continente que era su hogar, Hiva (de ahí los paralelismos con el cataclismo que se tragó a la Atlántida). De esta época, el único testamento escrito que ha sobrevivido son las tablillas kohau rongorongo, un sistema de alfabeto jeroglífico, único en la Polinesia y Oceanía, que los científicos no han logrado descifrar y que posiblemente aclarara muchas de las incógnitas que se asocian a la Isla de Pascua.

Los rapa nui conocen a su hogar como Te Henua, el Ombligo del Mundo. No es de extrañar teniendo en cuenta que durante cientos de años no tuvieron contacto de ningún tipo con otros seres humanos y que, aunque eran conscientes de la existencia de otras tierras y otras civilizaciones, en la práctica sabían también que la distancia era algo insalvable, al menos para ellos, que en muchos aspectos vivían tecnológicamente hablando en la Edad de Piedra. Precisamente este aislamiento y el nulo contacto con otras culturas fue el que les impidió desarrollarse en muchos aspectos: vivían en modestas cabañas llamadas hare paenga, se estructuraban en tribus (y eran habituales las luchas entre unas y otras), practicaban ritos que incluían sacrificios humanos a los dioses y ceremonias como la del Hombre Pájaro, en la que los mejores guerreros, expertos nadadores, competían por hacerse con el primer huevo del manutara, un ave migratoria, para engrandecer el poder de su clan respectivo y que otorgaba al vencedor y sus allegados infinidad de privilegios.  

Se cree que llegaron a practicar el canibalismo, que temían a demonios malignos como los aku-aku (aún en la actualidad muchos pascuenses no dudan de su existencia) y, sobre todo, tenían una creencia ciega en la magia, lo sobrenatural y el poder de sus ancestros. Y es entonces cuando nos encontramos con el mayor enigma de la cultura rapa nui: los moais.

Aunque en un primer momento se pensó que los moais, esas gigantescas esculturas desperdigadas por toda la isla (han sobrevivido más de 900 y aunque sean parecidos, en realidad no hay ninguno idéntico a otro y hasta se ha encontrado uno con barba similar a la que se estilaba entre los faraones egipcios), representaban a los dioses que veneraban los indígenas, pronto se descubrió que no, que estos simbolizaban a sus antepasados (especialmente si estos fueron gobernantes importantes).

A excepción de siete, todos los moais encontrados se situaban mirando al interior de la isla y dándole la espalda al mar: tierra adentro era donde se hallaban los poblados, evidenciando que los rapa nui demandaban la protección de estos colosos. Una vez que el moai correspondiente estaba terminado y con sus ojos ficticios colocados (sólo hay un moai en la actualidad con sus ojos originales), un proceso que se podía alargar dos años, significaba que su mana (alma) estaba viva y dispuesta a salvaguardar la felicidad de los habitantes de Pascua. Todo ello bajo el beneplácito de la casta sacerdotal, que era quien se comunicaba con los dioses y los ancestros, garantizando de ese modo la buena suerte en las cosechas. Diversas hipótesis hablan, sin embargo, acerca de la posibilidad de que los conocimientos astronómicos en aquella época estuvieran más avanzados de lo que pensamos y muchos moais en realidad no «miraran» a los habitantes sino a estrellas específicas.

La construcción de los moais era realmente compleja, ya que había que trasladarlos decenas de kilómetros hasta su emplazamiento definitivo. Dicho transporte se realizaba mediante un complicado sistema de cuerdas y poleas que necesitaba de las manos de muchos hombres y, además, había que colocarlos posteriormente sobre el ahu, un altar que servía también de plataforma, y añadirles los pukao, copetes o sombreros de piedra roja. Hay que tener en cuenta que algunos de estos moais podían alcanzar más de 10 metros de altura: el más grande encontrado, que se encontraba tumbado, medía 21 metros y pesaba casi 200 toneladas.

Y en contraposición a la creencia popular, los moais tenían cuerpo completo y algunos de ellos ombligos, brazos y manos, como podéis observar en la fotografía de abajo. Aunque esta particularidad se descubrió a principios de siglo, las autoridades científicas no han querido dar demasiados detalles ya que esto significaría que las colosales estatuas habrían sobrevivido al tsunami que asoló la isla hace milenios y que la antigüedad de los moais se iría hasta los 15.000 años, es decir, a una época en la que aún no se había inventado la escritura, pese a la aparición de las tablillas antes mencionadas, lo que añade aún más misterio al asunto.

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Pero no todos los rapa nui estaban de acuerdo con la construcción de estos enormes monolitos de piedra. Como hemos comentado antes, la población se dividía en diferentes tribus. Las dos más importantes eran los orejas largas y los orejas cortas. Los primeros fueron los impulsores del levantamiento obsesivo de moais y obligaron a sus enemigos, los orejas cortas, a ejercer como mano de obra, pese a que estas esculturas no significaban nada para ellos. La tala indiscriminada de árboles para transportar a los moais desde las canteras, así como para la fabricación de canoas y para piras funerarias donde cremar a los muertos, acabó provocando una deforestación que dejó a la isla sin árboles, sin pájaros y sin fauna autóctona, escaseaban los frutos silvestres y los rapa nui sólo podían pescar en las cercanías de la costa debido a la imposibilidad de fabricar más barcas.

Unido esto a una población que no había parado de crecer (se llegó a rondar los 20.000 habitantes), las hambrunas se cebaron con la Isla de Pascua, lo que provocó sangrientas batallas entre los clanes, pues los orejas largas se negaban a dejar de erigir esculturas. Los orejas cortas se rebelaron ante esta abusiva dictadura y derribaron muchos de los moais, arrancándoles los ojos y tirándolos al mar, donde posteriormente los encontraron las diferentes expediciones arqueológicas. Por ese motivo, muchos de los moais de la isla se encontraban tirados en el suelo cuando los descubrieron los primeros europeos que llegaron a Pascua. Lo curioso es que también se encontraron muchos moais a medio hacer, con las herramientas de trabajo intactas, como si los habitantes hubieran desaparecido de la faz de la tierra en sólo un momento, alimentando las teorías que defienden que en realidad dicha civilización fue destruida por algún cataclismo. Ningún científico parece dar con la solución definitiva para tantas incógnitas.

Estas guerras fratricidas entre ambos clanes fueron previas al descubrimiento de la isla por parte del navegante holandés Jakob Roggeveen, quien dio su actual nombre a estas tierras al poner sus pies aquí por primera vez el Domingo de Pascua. Pese a que en un principio los nativos parecían amigables, no pasó mucho tiempo antes de que los marinos holandeses comenzaran a masacrarles, antes de huir de nuevo mar adentro. Pasaría medio siglo hasta que españoles, ingleses y franceses realizaran breves incursiones que, por fortuna, parecían no afectar a una cultura única que de momento se mantenía intacta. Sin embargo, a partir del siglo XIX fragatas de diferentes países comenzaron a llegar a Pascua para secuestrar a los nativos y utilizarlos como esclavos, lo que provocó que los rapa nui estuvieran a punto de extinguirse como etnia. Pese a haber permanecido aislados y a salvo durante siglos, desgraciadamente llegaba hasta ellos el lado más cruel de la civilización occidental, esa que presumía de estar «desarrollada» cuando los que se comportaban como auténticos salvajes eran los que iban vestidos con armaduras  y no los que vagaban semidesnudos.

A finales de dicho siglo, Chile logró apoderarse de la isla, anexionándola a su territorio y cometiendo un expolio cultural vergonzoso, obligándoles a abandonar sus costumbres e idioma pero sin reconocer su ciudadanía y derechos hasta bien pasado el siglo XX. Afortunadamente, y debido a la presión social, el gobierno chileno ha debido claudicar en sus ansias imperialistas, reconociendo la importancia del Consejo de Jefes de Rapa Nui, pese a que muchos habitantes continúan denunciando cómo les fueron robadas las tierras que habían heredado de antiguas generaciones, lo que ha provocado infinidad de protestas y manifestaciones a lo largo de los últimos años. Los rapa nui continúan luchando sin descanso por un trato justo, su derecho a la autodeterminación y, sobre todo, por la devolución de un hogar que jamás debió arrebatárseles de las manos.

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