Hace más de 30 años que está prohibido construir nuevos hoteles a no ser que sea en núcleos urbanos. ¿Conoces muchas islas que gocen de este privilegio que intenta preservar su salud medioambiental? Es el caso de Formentera, el último paraíso del Mediterráneo. Nos quedamos con las ganas de conocerla en nuestro primer viaje a Ibiza hace unos años. Y ahora que regresábamos con más tiempo a las Islas Pitiusas, no íbamos a perder la oportunidad de descubrirla, disfrutarla y presentárosla. Con todos ustedes… ¡Formentera, la Isla Bonita!
Formentera no tiene aeropuerto, no lo necesita y tampoco lo quiere. Sabe que Ibiza está muy cerquita y lo pone fácil para que llegues desde allí. Nosotros decidimos llevar en el ferry nuestro propio coche (el que habíamos alquilado en Ibiza) para así tener la autonomía de movernos por la isla sin depender de los buses públicos. Avisar que si llevas coche hay que estar en el puerto una hora antes. Comparamos precios de las diferentes empresas navieras que cubren el trayecto Ibiza-Formentera y vimos que el mejor salía era el de Trasmapi : el precio de los billetes de ida y vuelta para cuatro personas y el coche fue 176 euros (44 euros por persona). Aunque no es barato teniendo en cuenta que el trayecto entre ambas islas dura poco menos de una hora, merece mucho la excursión por lo bellísima que es Formentera. Y porque además tienes unas vistas preciosas de Eivissa cuando zarpas del puerto.



Ibiza y Formentera están separadas por una corta distancia: entre sus dos puertos principales, apenas 20 kilómetros. El único problema es que entre ellas hay multitud de islotes que dejan pasos marítimos, conocidos como freus, que dificultan la comunicación entre ambas islas cuando el clima es adverso y que en ocasiones puede dejar a Formentera incomunicada. Hay que tener en cuenta que en invierno el turismo es prácticamente inexistente y se dice que en dicha época sólo están abiertos un hotel y un bar. Vamos, que sólo vive aquí la fauna local (tanto la humana como la animal) y puedes pasarte días sin cruzarte con nadie.
El ferry te dejará en Port Savina, el puerto principal, a sólo tres kilómetros de la capital, Sant Francesc Xavier de Formentera. En Port Savina se encuentra la Oficina de Turismo si quieres obtener información útil o hacerte con algún mapa.
En la isla apenas viven 6.000 personas, la mitad de ellas en Sant Francesc, que más que una ciudad es casi una aldea. El ejemplo vivo de que si Ibiza es famosa por las fiestas, las discotecas y el desenfreno, Formentera es todo lo contrario: aquí el que llega, lo hace buscando calma y tranquilidad. En Sant Francesc poco hay que ver, lo que no le resta encanto: una parroquia del siglo XVIII alrededor de la cual fueron creciendo en la antigüedad las fondas y tiendas locales, el Museo d’Etnografía, donde entre diferentes objetos como instrumentos musicales o aperos de labranza se expone una antigua locomotora, y la capilla Tanca Vella que construyeron en el siglo XIV los primeros colonos cristianos.
Cerca de Sant Francesc, a poco más de dos kilómetros, tienes Cala Saona, playas de aguas cristalinas rodeadas de acantilados. Allí podrás ver los varaderos de llaüts, las barcas típicas de las Baleares, con sus rampas de madera y los techos de algas secas. Dichas rampas, que permiten el acceso de las embarcaciones al mar, se conocen como escars y pueden encontrarse en varias calas de la isla.
Pintores, escritores, músicos, escultores… Artistas de todo tipo y condición decidieron un día venir a Formentera, tras haber escuchado hablar de sus famosos atardeceres, y ya nunca jamás regresaron a sus hogares. Entre ellos se encuentran muchos italianos, pese a que en su país gozan de islas también estupendas. Junto a ellos conviven los descendientes de aquellos inmigrantes isleños que regresaron de Estados Unidos en los años 30 tras la Gran Crisis y que subsistieron aquí gracias al carbón vegetal que fabricaban con la madera de los pinos del Bosc del Rei. Ahora muchas de estas familias viven de alquilar pequeños apartamentos o casas rurales: afortunadamente, Formentera vive ajena a la existencia de las grandes cadenas hoteleras.
Formentera es una isla pequeñita: ir con el coche de punta a punta, de Port de la Savina al Pilar de la Mola, apenas te lleva 20 minutos. Por este motivo es mucha la gente que opta por alquilar bicicleta pero nosotros, al ir sólo un día y con la ola de calor que estaba cayendo, nos felicitamos por tirar de la opción del coche. También es cierto que en ciertas playas te ves por ello obligado a pagar por aparcar pero el coche te permite presentarte en cualquier punto en poco tiempo. Y además apenas hay tráfico.

Pese a las pequeñas dimensiones de la isla (82 kilómetros cuadrados), Formentera cuenta con 22 playas, a cual más espectacular, repartidas en poco más de 60 kilómetros de litoral. La isla goza de una visibilidad bajo el agua de más de cincuenta metros, gracias a la planta posidonia y sus inyecciones de oxígeno (un metro cúbico de esta planta oxigena más que un metro cúbico de la selva amazónica). Uno de los grandes esfuerzos por parte de las autoridades es precisamente preservar estas colonias de posidonia, algunas de más de siete kilómetros de largo. Gracias a ellas, las aguas turquesas convierten a la isla es uno de los destinos favoritos de los buceadores. Pero también la de los bañistas, que buscan disfrutar no sólo de estas aguas cristalinas sino también de esos miles de horas de sol que hacen de Formentera un rincón privilegiado donde apenas hay cemento pero sí mucha naturaleza salvaje.
Nuestra primera parada fue la playa de Es Cavall d’en Borrás: ¡qué preciosidad de lugar! Sus aguas mansas y cristalinas, unido a la blancura de su arena y los bosques de sabinas que la protegen, hacen de ella un rincón paradisíaco, a la altura de esas playas maravillosas que en otras ocasiones hemos disfrutado en el Caribe. Aquí se encuentra uno de los chiringuitos más exclusivos de la isla, Beso Beach, donde aparecen a menudo famosetes y ricachones. Y es que Formentera es refugio de gente con mucho dinero, que se trae a estas aguas sus yates para huir del ajetreo de los bares de Ibiza.
Otra playa cercana, la de ses Illetes, fue escogida como una de las seis mejores del mundo: sin embargo, cuando fuimos a verla, nos la encontramos tan atestada de gente, pese a lo larga que es, lo que le quitaba mucho encanto, por lo que mi consejo es que busques otras calas igual de bonitas, que hay a patadas, y que estén algo menos abarrotadas.
Estas playas se hallan en la Reserva Natural de Ses Salines, Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. 3.000 hectáreas terrestres y 13.000 marinas, donde se agrupa la mayor cantidad de flora de Formentera, con abundancia de pinares mediterráneos y dunas interminables. En los humedales de Estany des Peix y Estany de Pudent (este es el mayor estanque isleño) podrás ver colonias de flamencos.
Uno de los grandes atractivos de Formentera son sus faros, cuatro más concretamente. Acaso el más conocido sea el el Faro de Cap de Barbaria, que popularizó la película «Lucía y el sexo». Tan famoso se hizo a raíz del film que el Consell de Formentera, animado por colectivos ecologistas, ha decidido protegerlo controlando la asistencia de gente con un parking disuasorio a algo más de un kilómetro. Cerca se encuentra la Torre Des Garroveret, una de las antiguas torres de defensa con la que se intentaba repeler la piratería y desde donde, en días claros y despejados, se divisan las costas africanas. Otros dos, algo menos renombrados, son los de Pou, situado en un pequeño islote, y el de la Savina, el primero que se ve al llegar a la isla por su proximidad al puerto. Pero el más bonito (y además el más antiguo) es el faro de la Mola.
El faro se encuentra en un lugar privilegiado, junto a un acantilado a más de cien metros sobre el nivel del mar. La leyenda cuenta que durante la Segunda Guerra Mundial, el farero de entonces vio precipitarse en el mar un avión de las fuerzas alemanas. Corrió a salvar al piloto y durante días cuidó en el faro del soldado nazi; cuando este regresó a su país, le envió un billete de mil pesetas. Esta es sólo una de las historias que giran alrededor del faro, tan importante para Formentera que este verano se organizó una muestra que repasa su larga vida guiando a los barcos visitantes.
El altiplano de La Mola es donde se encuentra la cota más alta de la isla, sa Talaiassa, a 192 metros (en Formentera a la parte de «arriba y de abajo» de la isla se le conoce como Dalt i Baix). Aquí nos acercamos a el restaurante El Mirador, ya que desde aquí se obtienen las mejores vistas y se dice que con las condiciones atmosféricas apropiadas, hasta se puede divisar el macizo de Montgó en las costas de Denia en Alicante. Para llegar hasta aquí se sube por el camí de sa Pujada (camino de la subida), que curiosamente fue construido por presidiarios. A mitad de camino está la cueva de Má Peluda: el nombre (mano peluda) viene de la leyenda que cuenta que aquí se refugió un pirata malherido que se comió una cabra y colgó su piel a la entrada de la caverna. Años después un pastor encontró la piel envejecida y salió corriendo, creyendo que era la gigantesca mano de un monstruo.

Una de las cosas que me encantó de Formentera es descubrir que aún quedan molinos (los molins de sang) : no obstante, en la antigüedad se la conocía como la «isla del trigo». Y es que Formentera, antes de vivir del turismo, se nutría de la pesca y la agricultura y los molinos eran fundamentales para abastecerse de harina. Actualmente quedan seis en pie: el Molí d’en Jeroni, el Molí d’en Mateu, el Molí d’en Teuet ,el Molí de Ses Roques, el Molí Vell y el Molí d’en Botigues.
Cuando íbamos de camino a ver los molinos, nos llamó la atención constatar la existencia contínua de paredes de piedra seca para delimitar las tierras de unos y otros propietarios, además de proteger a los cultivos del viento (como se hace en algunos lugares de Canarias) y que sirven como almacén de la piedra que se eliminaba de los campos. Muchos de estos muros cuentan con mojones, cruces talladas o losetas identificativas de cada dueño. También podrás encontrarte con muchos pozos y aljibes: almacenar agua de lluvia ha sido una mera cuestión de supervivencia.
Aunque Formentera sea muy chiquitita, como cualquier destino con amor por sus raíces, ofrece la posibilidad de realizar itinerarios histórico-culturales. Comenzaríamos por el Museo Etnográfico que os comentábamos antes que se encuentra en la capital (un buen repaso por el folclore popular) y seguiríamos por el vestigio más antiguo de la isla, el sepulcro megalítico de Ca na Costa. El megalito más antiguo de las Baleares (data del año 2000 AC) fue descubierto no hace tanto, en 1974. En Can Blai tenemos los restos de una fortificación de época romana del siglo III y cerca de Cap Barbaria se encuentra una veintena de yacimientos prehistóricos (aunque sólo tres han sido excavados). Otro de los monumentos más antiguos, regresando a la capital, es la iglesia de Sant Francesc Xavier (de hace casi tres siglos) y las del Pilar de la Mola y de Sant Ferran de ses Roques, coincidiendo con los tres núcleos urbanos más importantes de la isla. A lo largo de la línea de costa también podremos encontrar varias torres defensivas, todas de planta circular y dos niveles, consideradas un Bien Cultural.
Por último, si queremos degustar la gastronomía de Formentera, una oda al menú mediterráneo. Y es que si en otros lugares lo de la comida ecológica y alimentarse bien es algo que ha comenzado a tenerse en cuenta hace menos tiempo del que se debería, en Formentera pueden enorgullecerse de no tener establecimientos donde se sirva fast food y comida basura ¡listos que son! Así, tendremos la oportunidad de degustar el producto local a través de la ensalada payesa, gran variedad de pescado fresco (también se tira mucho del pescado secado al sol), el frit de polp (frito de pulpo), el sofrit pagès (con carne y patatas), calamars a la bruta (frito de calamares en su tinta) o el bullit de peix (guisado de pescado con patatas). El dulce o postre más característico es el flaó, un pastel de queso fresco con hierbabuena que también se come mucho en Ibiza: os aseguro que está espectacular.
Curiosidades
|
1 comentario