Ouarzazate, cuyo nombre en bereber («la ciudad tranquila») ya dice mucho de la calma que se respira en estas áridas tierras, es conocida popularmente como la Puerta del Desierto ya que desde el siglo pasado esta era una parada imprescindible para las caravanas que venían de Sudán y atravesaban el desierto del Sahara.

Situada al sur de Marruecos y con temperaturas que en verano pueden llegar a superar los 50º (yo he estado varias veces en verano en Marruecos y no es moco de pavo), lo recomendable es visitarla en invierno, cuando la climatología es menos adversa y la temperatura media es de 18º. Aunque recuerda que estamos en la frontera del desierto y, al caer la noche, se puede llegar fácilmente a los cero grados: no está de más que junto a las camisetas de manga corta eches ropa de abrigo.

Hasta hace no mucho tiempo, Ouarzazate ha sido una gran desconocida para el turismo occidental, debido en parte a que los viajeros que llegaban hasta el sur del país, preferían quedarse en Marrakech, ciudad mucho más grande y más preparada para el turismo. Pero como ya comenté en el artículo de nuestro viaje a Marrakech, la «ciudad roja» cada vez está más viciada por este turismo asfixiante, con cientos de vendedores que no te dejan ni respirar, y cada vez son más los viajeros que buscan alternativas diferentes en estos parajes.

Hasta hace no mucho, Air Europa enlazaba directamente Madrid con Ouarzazate dos veces por semana, jueves y domingo, pero la ruta no les ha debido resultar rentable ya que han decidido suspenderla. Por ello, las dos mejores opciones son vuelo con escalas (Royal Air Maroc realiza la escala en Casablanca, el total del viaje suele ser de poco más de cinco horas) o volar a Marrakech y allí coger un bus (ACTUALIZACIÓN: Ryanair ya vuela desde Madrid). Las compañías que realizan el trayecto son Supratours y CTM: el viaje es bastante barato, unos siete euros, pero hay que tener en cuenta que pese a que la distancia entre Ouarzazate y Marrakech es de poco más de 200 kilómetros, la carretera, la N-9, serpentea a través de la cordillera del Atlas (de hecho se atraviesa el puerto de montaña más alto del norte de África, el de Tizi-n-Tichka, a más de 2.200 metros de altitud), por lo que el viaje entre una ciudad y otra dura entre cuatro horas y media y cinco horas.

Hay gente que prefiere alquilar coche pero, en nuestro caso, en Marruecos no lo recomendamos: las carreteras son temibles en muchos lugares y la policía está siempre al acecho para buscar una excusa y multar a los extranjeros; además, muchas veces sólo te puedes comunicar con la policía en francés. Aparte  de la conducción temeraria de los marroquíes en general, encontrar gasolineras en esta parte del país tampoco es fácil, lo cual es otro inconveniente añadido. Supongo que eso ya es opción de cada uno pero en todos mis viajes a Marruecos, me he movido sin problema en transporte público, compartiendo con otros viajeros lo que ellos conocen como «grand taxis» (Mercedes que se mueven entre una ciudad u otra) o directamente contratando un coche con conductor. Eso ya va a gusto del consumidor.

Una de las mejores cosas de Marruecos es lo baratísimo que está el alojamiento en comparación con Europa y aún más si te sales de las grandes ciudades. Ouarzazate no es una excepción y se pueden encontrar riads preciosísimos por unos 25 euros la noche y la habitación doble; como siempre, recomendamos escoger los riads en vez de los «hoteles a la occidental», son mucho más auténticos, más bonitos y generalmente son propiedad de familias particulares, por lo que tu dinero se irá para la población local y no para las grandes franquicias. Hablando de dinero, os recomendamos que aunque traigáis la tarjeta de crédito, llevéis siempre encima dinero en metálico porque a veces encontrar un cajero disponible puede convertirse en una aventura.

Ouarzazate es considerado uno de los puntos imprescindibles en la conocida Ruta de las Mil Kasbahs. Las kasbahs, lo que nosotros conocemos como alcazabas (en España tenemos unas cuantas repartidas por rincones como Mérida, Granada o Almería, lugares donde la cultura árabe gozó de varios siglos de convivencia con otras religiones), en cada país tienen diferentes particularidades. En Marruecos son fortificaciones de adobe que raramente sobrepasan los dos siglos de antigüedad y donde generalmente vivían las tropas militares, destinadas a defender el palacio del gobernador, el al-ksar (de donde proviene nuestra palabra «alcázar»). En Marruecos sólo pueden encontrarse al sur del país, que era donde vivían (y viven) las tribus bereberes.

Generalmente, constan de altas torres de defensa en sus esquinas, que también podían servir como arsenales de armas. En cuanto a las viviendas, sobrias y sin apenas ventanas, con gruesos muros de barro que protegían del calor del día y del frío nocturno, solían contar con un piso inferior, que es donde se guardaba el ganado, y otro superior, donde vivían las familias. La kasbah de Taourirt, Patrimonio de la Humanidad y antigua residencia de un poderoso gobernador, es el lugar con más encanto de Ouarzazate, no obstante está considerada una de las más bellas de todo Marruecos. Otra de las excursiones que recomendamos desde Ouarzazate es a la kasbah de Ait Ben Haddou, también Patrimonio de la Humanidad desde 1987 y una de las mejor conservadas de todo el país.

Pero si hay algo que llenará de satisfacción a los cinéfilos (y además por muy poco dinero, la entrada cuesta cinco euros y la visita guiada es en inglés) es conocer los Atlas Studios, unos de los más grandes del mundo, con nada más y nada menos que 150 hectáreas de decorados y situados a siete kilómetros de la ciudad.  Y es que el exotismo de estas tierras es tal que Louis Lumiere ya rodaba aquí, en 1897, una de las primeras películas de la historia del cine, «El cabrero marroquí». Después llegarían las famosísimas «Lawrence de Arabia», «La Joya del Nilo», «El cielo protector», «El Reino de los Cielos», «La última tentación de Cristo», «El regreso de la momia», «Cleopatra», «Gladiator», «Alejandro Magno», «Babel», «El Príncipe de Persia»… decenas y decenas de películas que han traído la riqueza a la región (se calcula que unos cien millones de euros anuales).

Además, los habitantes de esta zona están más que acostumbrados a ejercer de extras (sólo para «Cleopatra» se necesitaron más de 2.000 figurantes)  y ver cara a cara a las grandes estrellas. Dentro de los Atlas podrás encontrar desde templos egipcios a poblados romanos y un sin fin de vestigios de los rodajes.  Puedes combinar esta visita con la del no menos interesante Museo del Cine (entrada 3 euros, junto a la kasbah de Taurorirt), donde también podrás recorrer unos cuantos decorados, y los Cla Studios, donde se encuentra una réplica a menor escala de la ciudad de Jerusalén y otra de la Plaza de La Meca. Y para los que seáis como nosotros fans acérrimos de «Juego de tronos», un último apunte: aquí también se rodaron unas cuantas escenas de la tercera temporada.

 

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