Castillo Loarre

¡Qué ganas teníamos de conocer el castillo de Loarre! Los que seguís el blog, sabéis que somos muy «castilleros» y siempre nos gusta incluir durante nuestros viajes visitas a estos edificios incomparables de los que tantos y tan buenos ejemplos tenemos en nuestro país. Así que en este último viaje que hicimos a los Pirineos, decidimos al regreso desviarnos y gastar una mañana visitando el castillo de Loarre, uno de los más antiguos de España y considerado el castillo románico mejor conservado del mundo. A más de uno os sonará por haberlo visto en la película «El Reino de los Cielos», en la que se recreaban las Cruzadas que tuvieron lugar en el siglo XII. Su director, Ridley Scott, creador de maravillas como «Alien» o «Blade Runner», se enamoró hasta tal punto de Loarre que quiso que sirviera de escenario de una de sus películas. Gran parte de los vecinos del pueblo participaron como extras en el rodaje.

Ya cuando nos acercábamos en el coche, empezábamos a visualizar la silueta de Loarre en el horizonte. Costaba creer cómo se había podido construir hace más de un milenio semejante fortaleza a más de mil metros de altura. Pero los castillos de antaño en España, al contrario que ocurría en Francia, no estaban ideados para ofrecer fiestas y banquetes sino para servir como refugio en épocas de guerra (es decir, casi siempre). Se buscaba doblegar al enemigo y cualquier esfuerzo parecía poco para levantar estos impresionantes castillos, muchos de los cuales han logrado sobrevivir durante siglos, demostrando lo eficaces que fueron, en una época en que el tema de la construcción estaba mucho más atrasado, arquitectos y albañiles.

Castillo Loarre

El castillo de Loarre se encuentra en la región de La Hoya de Huesca, más concretamente en la zona de Los Mallos. Aparcamos en el Centro de Visitantes y decidimos apuntarnos a la siguiente visita guiada, que comenzaría en veinte minutos. La entrada normal cuesta 4,50 euros por persona y si la visita es guiada, 6 euros: recomiendo encarecidamente la segunda opción. Mientras esperábamos, nos entretuvimos disfrutando de las fantásticas vistas del embalse de La Sotonera, que se divisaba en la lejanía, y algo más cerca el embalse de Las Navas. Antes de la visita, entramos a una minisala de cine donde estuvimos viendo un documental de lo más didáctico, en el que se relataba toda la historia de Loarre.

El rey Sancho III mandó construir Loarre a principios del siglo XI, en plena guerra entre cristianos y musulmanes. Los musulmanes gozaban de ciudades ricas, con viviendas acomodadas y llenas de jardines, mientras los cristianos malvivían en casuchas de mala muerte y veían desde aquí como sus enemigos disfrutaban de lujos que a ellos les eran negados, lo que incrementaba el deseo de conquista. Hay que añadir la circunstancia de que en esta zona es difícil el cultivo ya que predomina la roca caliza, por lo que la calidad de vida era muy dura.

Loarre

Aunque en la actualidad las capitales cercanas más importantes son Huesca y Zaragoza (en días despejados se pueden ver ambas a lo lejos), por aquel entonces los núcleos de población de los que dependía Loarre se encontraban justo en dirección contraria, en el norte. Se trataba de Pamplona y Jaca. Jaca fue la primera capital del Reino de Aragón, así como sede episcopal.

Loarre comenzó a construirse en el año 1020 por maestros lombardos, los expertos en arquitectura de aquella época, y esta primera fase estaba finalizada en el 1033. Un primer castillo, bastante rudimentario, del que sólo se conserva una torre, la albarrana. Era la época del Reino de Pamplona (Aragón todavía no era considerado reino sino un condado que dependía del rey pamplonés). Este primer castillo formaba parte de una línea de fortificaciones que defendían al Reino de Pamplona: la mayor parte de estas fortalezas han desaparecido; por poner un ejemplo, del castillo de Marcuello apenas quedan dos muros. Era la frontera entre Pamplona y el antiguo Al-Andalus, que ya se encontraba dividido en los reinos taifas: el que teníamos enfrente era el Taifa de Zaragoza.

A la muerte de Sancho el Mayor, el reino fue dividido entre sus hijos. Ramiro se quedó con lo que eran los condados de Aragón, Sobrarbe y Ribagorza: los unificó y creó el Reino de Aragón. Aunque en realidad, en un principio, este reino sólo fue reconocido por sus propios súbditos, por lo que no hubo grandes cambios en el castillo: no se amplió ni se modificó. El hijo de Ramiro (y nieto de Sancho) se llamó, era de esperar, Sancho Ramírez y fue quien consiguió, tras peregrinaciones a la Santa Sede de Roma, ser reconocido oficialmente rey de Aragón. La expansión de Aragón acababa de comenzar y esto afectaría profundamente (y para bien) a Loarre.

El castillo pasó a convertirse en un híbrido entre monasterio y castillo-fortaleza. Ahora ya no sólo vivían aquí militares sino también monjes, los canónigos de San Agustín, aunque estos últimos no estuvieron mucho tiempo ya que Aragón comenzó a extenderse hacie el sur y se fueron a la ciudad de Huesca, más concretamente al castillo-abadía de Montearagón. El monasterio se había construido entre el 1071 y el 1090 y sólo seis años después los monjes lo abandonaron. El castillo quedaba así en manos de los propios habitantes del pueblo de Loarre y su tenente. Los tenentes existían en Aragón porque aquí el feudalismo funcionaba de manera diferente, el propio Ramiro era hijo bastardo de Sancho, por lo que no existía una familia real a la antigua usanza en la que cada plaza se le asigne a un miembro de la familia. Por lo tanto, en lugar de nobles existían los tenentes, aunque la estructura era similar a la feudal, con los tenentes y sus familias en el nivel más alto y por debajo el clero y el campesinado.

Castillo Loarre

La muralla data del siglo XIII y es el elemento más «moderno» del castillo (una modernez de 800 años): ha sido de las pocas piezas reconstruidas, el resto del castillo es totalmente original, de ahí que se considere el castillo románico mejor conservado del mundo. En dicha época las fronteras se encontraban lejos pero por desgracia existían luchas de poder entre las plazas más importantes del reino, casi siempre empujadas estas luchas por agua, tierras, inversiones o dinero. De ahí la necesidad de una muralla para defenderse. Loarre en aquellos tiempos era un pueblo importantísimo en Aragón: aunque sólo tenía 600 habitantes, debemos tener en cuenta que en el siglo XIII esto era mucha población.

A principios del siglo XVI se trasladó el pueblo a una zona más baja y a las familias más ricas y a la iglesia no se les ocurrió mejor idea que desmantelar parte de la muralla para construir sus propias viviendas. Aún así, debemos agradecer que el pueblo se trasladara porque si no las familias más humildes también habrían podido hacerse con estas piedras y el castillo de Loarre habría desaparecido. Era muy común en esa época desmantelar los castillos para construir viviendas: el afán de supervivencia no contemplaba conservar estos monumentos para que los pudiéramos disfrutar en el futuro.

El castillo estuvo abandonado casi 400 años, desde el siglo XVI hasta principios del siglo XX, cuando fue declarado Monumento Nacional y se hizo la primera restauración en 1916. Durante dicho periodo el castillo sólo se utilizó por peregrinos, que convirtieron una de las estancias en una hospedería. Al recuperarse el castillo, se destruyó la hospedería y también el pantocrátor: la imagen de Cristo está seccionada en su parte inferior. Esa es una de las curiosidades de Loarre, que esté plagado de imágenes religiosas debido a su uso compartido como monasterio. En la puerta de entrada, en los capiteles, se encuentran grabadas las normas internas del castillo: hay esculpidos dos monos, uno ciego y uno sordo. Algo más allá, un mono ciego. ¿La advertencia? Ver, oír y callar. El castigo para quien incumpliera estas órdenes y aireara los secretos del castillo era la decapitación.

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La escalera de entrada a Loarre también tiene su pecularidad: servía como vía de canalización cuando lloviera. El agua pasa por el medio y la gente podía bajar por los costados sin mojarse los pies. Este canal desembocaba en un aljibe donde se recogía el agua del que vivían los habitantes de Loarre. Curiosamente, en un lateral de la escalinata podemos encontrar una sala cerrada, sin ningún tipo de decoración, que servía como trastero (y ahora más o menos igual, ya que se guardan antiguos retablos de la iglesia o artículos que se utilizan en diferentes eventos). Al principio esta sala fue utilizada por el cuerpo de guardia que vigilaba la fortaleza.

Nos vamos al otro lateral para darnos con otra curiosidad: una cripta a la que se accede subiendo una escalera (normalmente las criptas son subterráneas). Aquí hay un crismón (las iniciales de Cristo en griego, la X y P, entrelazadas; los crismones son muy comunes en Aragón) y simbolizaría el lema «Cristo rey de todos los reinantes». La cripta se construyó en honor de Santa Quiteria, la santa contra la rabia, por eso en los muros podemos ver representado un perro.

Más curiosidades: la anchura de los muros, dos metros de grosor, completamente sólidos, para poder aguantar la estructura de Loarre. Y, especialmente, la acústica de la cripta, que permite que la voz se escuche por todas partes, como si fuera un «estéreo de la época medieval»: algo totalmente comprensible sabiendo que la cripta era usada para cantar y rezar. Aún a día de hoy también se utiliza la sala por ciertos coros.

En la parte superior de Loarre se encuentra la iglesia, a la que accedían los monjes por pasadizos ocultos, para evitar que les vieran entrar los feligreses. Es la iglesia de San Pedro, que en su momento pretendía rivalizar con la de San Pedro de Jaca. Era uno de los puntos clave del Camino de Santiago (por eso se puede ver esculpida la concha, símbolo del camino). Los capiteles del interior están ornamentados con detalle, convirtiéndolos en los elementos más interesantes del templo. Gracias a lo luminosa que es la iglesia, algo no muy habitual en los edificios románicos, podemos apreciarlos sin problema. Es además una iglesia altísima, de más de 20 metros, lo que hace de ella un edificio muy especial. Esto tiene mucho mérito ya que apenas había espacio para construirla y los arquitectos tuvieron que devanarse los sesos para batallar contra los accidentes geográficos. La cúpula, gigantesca para el estilo, fue la más importante de la Península en su época.

Saliendo de la iglesia se ubicarían las antiguas habitaciones de los monjes y la más lujosa, de suelo de madera y techo de piedra, destinada al abad o tenente de turno (o si venía de visita el rey), aunque de estas estancias sólo quedan unos arcos de piedra. Era un edificio de dos plantas: en la inferior estaban los establos, para que el calor de los animales se transmitiera al dormitorio superior. Esta costumbre se ha mantenido en muchos pueblos aragoneses hasta hace sólo cuarenta o cincuenta años. Imaginemos una estancia enorme, común, con treinta y pico monjes que no se lavaban prácticamente nunca: asearse en esa época, con el frío que hacía y sin agua caliente, suponía coger catarros que podían derivar en la muerte y además se argumentaba que la capa de roña que se creaba sobre la piel protegía de bacterias, picaduras de insectos e infecciones. Vamos, que el olor debía de ser nauseabundo.

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También se han mantenido los calabozos, obviamente muy rudimentarios en el medievo: era una estancia vacía con sólo un pequeño agujero (ya imaginaréis para lo que servía éste). Estos eran muy «lujosos» para la época porque hasta tenían ventana. De las cocinas no queda prácticamente nada: algún arco y los restos de una pequeña chimenea. El comedor de los monjes, cuando estos se fueron, pasó a convertirse en un arsenal. No hagáis caso de esa leyenda urbana que decía que las armas se dejaban oxidar para que infectaran a los heridos: mentira. Las armas eran carísimas, valían más que la propia vida de los que las llevaban encima y eran cuidadas con mimo y untadas con ungüentos especiales. Aquí se protegían armas y armaduras de las inclemencias del tiempo y de los ladrones.

Las puertas del castillo, las interiores, nos permiten recordar que la altura no debía ser mayor que la de un hombre montado a caballo, justamente para evitar la entrada de las tropas enemigas. Y muy convenientemente solían construirse en recodo, es decir, con el codo derecho del visitante pegado al muro, por lo que es imposible para el atacante embestir con la espada con comodidad.

Castillo Loarre

En la parte superior aún se conservan algunos antiquísimos restos de aquel primer castillo original, que han logrado conservarse debido a la construcción posterior del monasterio, que utilizó el castillo como soporte. Aquí sólo vivían quince o veinte soldados, también con la estructura abajo corral-arriba dormitorios: contaban con una chimenea. Cerca queda lo que fue una sala capitular destinada a eventos o actos importantes y el patio de armas, donde probablemente también hubiera cuadras. La torre superviviente, aunque parezca fuera de lugar, era la principal defensa de Loarre y única entrada de acceso, ya que todo lo que la rodeaba era precipicio. También hemos de desterrar el mito de que se lanzaba a los enemigos aceite hirviendo desde las ventanas (el aceite era un bien muy caro): generalmente se atacaba con arena incandescente, que además se pega a la piel, aunque en Loarre eran más amigos de la cal viva. Si el asedio era ya imposible de repeler, se contaba con un túnel subterráneo, no demasiado extenso, por el que se podía escapar a las colinas cercanas.

2 comentarios

  1. Mi tierra 🙂 y a pesar de serlo, he aprendido un poco más de historia gracias a este post, un saludo!

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