Turquía era un viaje que tenía pendiente desde hacía muchos años y, por un motivo u otro, siempre lo había acabado posponiendo. Decidimos ir mejor en invierno ya que, pese a que hay turistas durante todo el año (es uno de los países más turísticos que he conocido jamás), lo cierto es que en estas fechas la afluencia es mucho menor y además nos ahorrábamos los calores sofocantes de Capadocia en pleno mes de Agosto. También es cierto que Turquía en invierno puede sufrir temperaturas realmente bajas pero tuvimos bastante suerte con el tiempo y pese a que nos hizo frío (que nos hizo, en Goreme uno de los días estuvimos a -2º), íbamos bien preparados con ropa térmica y no nos impidió hacer ninguno de los planes que teníamos pensados. Por fortuna, sólo nos cayeron cuatro gotas algún día y una mañana que nevó un par de horas.Sin embargo,al ratito ya volvía a lucir el sol. Así que sí, de nuevo me alegro de haber sido fiel a mi filosofía de viajar en invierno y lo recomiendo a todo aquel que alguna vez pretenda escaparse a aquellas tierras.

Como comento, en estas fechas la demanda turística no es tan acusada y ello, obviamente, influye también en los precios de los billetes, lo que nos vino de perlas. Encontramos una oferta con Swissair por 183 euros i/v, haciendo escala en Zurich, y además con muy buenos horarios (llegábamos a Estambul un sábado por la tarde y el regreso era a mediodía). Cuando llegas al aeropuerto de Ataturk, antes de enfrentarte a las engorrosas colas para aduanas, no olvides pasar por las ventanillas donde te tramitan el visado para que te pongan la pegatina en el pasaporte. Siempre sale mucho más barato hacerlo allí directamente y los 15 euros no han de pagarse en liras turcas. Por cierto, la lira turca se encuentra actualmente a un cambio aproximado de 1 euro = 2,30 TL.

Para ir a Sultanahmet desde el aeropuerto,y ya que íbamos cuatro, optamos por coger un taxi, que nos salía bastante barato (40 liras turcas,unos 20 euros). El tema de los taxistas es algo a tener en cuenta al viajar a Turquía, ya que constantemente tienes que estar presionándoles para que pongan el taxímetro o directamente dejar ajustado el precio antes de montarte. Para que os hagáis una idea, un trayecto desde la parte nueva (plaza Taksim) al casco viejo (Sultanahmet) suele salir entre 12 y 20 liras (entre seis y diez euros, se incrementa un poco por la noche). Nosotros la verdad que fuimos practicamente a todos los sitios andando, no cogimos metro ni tranvías pero sí varios taxis porque yendo en grupo te merece la pena, los trayectos por ciudad son bastante baratos comparados con Madrid.

Vamos con el primer hotel que reservamos, el Ottomania. Estuvimos comparando opiniones de unos foros y otros ya que pese a que Estambul está plagado de hoteles y pensiones, algo exagerado, luego la calidad-precio no va tan acorde como en otros países. Nosotros acertamos con dos de tres, lo que en la práctica no es tan mal promedio. El que menos nos gustó fue precisamente éste, el primero, y aun así, tampoco es que saliéramos echando pestes. A favor,que está en una zona preciosa de Sultanahmet, con callejones a rebosar de casitas turcas de hace un siglo (¡precioso!), que la gente de recepción eran encantadores, bastante limpio y encima a una de las dos parejas (nos tocó a mi chico y a mí) nos dieron por precio de habitación normal (45 euros con desayuno) la suite de la planta baja, que era enorme y estaba decorada en plan turco antiguo, realmente bonita. Las desventajas,que a nuestra super suite el wifi no llegaba, que los balcones daban a unas vías de tren (yo ni lo notaba porque duermo como una marmota pero el que sufra de sueño ligero, puede ser bastante molesto), que el desayuno era en la azotea y habían puesto un protector de plástico pero entraba una rasca que no veas, y que vete tú a saber por qué el primer día no nos hicieron la habitación.

Típica casa turca de Sultanahmet, como la que acogía nuestro hotel

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La primera tarde coincidía que tocaban unos amigos nuestros en un club de la zona de Taksim, por lo que nuestro primer contacto con la ciudad iba a ser precisamente en la zona más moderna de Estambul, la más europea. Y la verdad,me quedé muy sorprendida. Desde la enorme plaza Taksim, lugar fijo en las manifestaciones en Estambul, parte la calle más animada de la ciudad, Istiklal Caddesi, una Gran Vía a lo bestia con miles de personas, tanto de día como de noche, discotecas con música a toda pastilla, restaurantes, clubs de música, tiendas de ropa… y todo abierto hasta las tantas, hay miles de comercios que no cierran en las 24 horas. En ninguna ciudad de Europa, ni en Londres en mejores épocas, he encontrado yo un sábado la oferta lúdica que ofrece Estambul. Los turcos sí que saben disfrutar de la vida.

En los siguientes días, por un motivo u otro a esta zona volvimos un par de veces y sigo pensando que es el mejor sitio donde se nota el contraste del turco moderno con el turco rural. Uno y otro se funden continuamente. Pongo el ejemplo de que al día siguiente, domingo, nos estábamos tomando una cerveza mientras tocaba un grupo de versiones: sólo cantaban en inglés el estribillo, lo demás lo adaptaban al turco. Turquía es un país que ahora mismo, como Estambul, tiene un pie entre los adelantos tecnológicos y las modas de occidente y el otro en las ataduras morales que acarrea ser un país laico en la teoría pero ultrarreligioso en la práctica (un 98% de la población se declara islámica). Es habitual ver a mujeres con velo (e incluso algunas con burka) mezclándose con chicas con tacones y minifaldas casi inexistentes.

Por otro lado, en las mezquitas la afluencia no es de gente mayor unicamente. Va muchísima gente joven con ropa occidental que creo ven sus rezos como una parte más del día y punto, porque luego ves que esa misma gente bebe cerveza en los bares y se olvida de la abstinencia. Así que sí, resulta bastante curioso ese duelo constante entre modernidad y conservadurismo pero los turcos parecen llevarlo bastante bien.Por cierto, si alguien con lo de que son islámicos, que aún hay mucho prejuicioso,cree de antemano que la ciudad es insegura, se equivoca.Pese a los atentados ocurridos hace unos años, el gobierno turco se cuidó muy mucho de garantizar que el turismo no se viera afectado y la seguridad es absoluta, mucho más que en Madrid o Barcelona.

Aparte, por naturaleza el turco es dicharachero,se dispara su chispa mediterránea con el extranjero y casi todo el mundo chapurrea castellano. Lo cierto es que a nosotros en general nos han parecido gente muy amable, muy hospitalaria, muy como los marroquíes, pese a que como estos, sufran la picaresca de algunos timadores de turistas. Pero el 95% de la experiencia super positiva, gente encantadora. Cito la anécdota de que cuando volvimos de Goreme, mi novio cogió el secador de la habitación pensando que era nuestro. Cuando llegamos a Estambul y nos percatamos de la confusión, nos agobiamos más porque se creyeran que éramos unos ladrones que por lo que nos cargaran en la tarjeta, así que nos acercamos corriendo a una empresa de mensajería, lo enviamos de vuelta y les escribimos pidiendo disculpas. Pues el chico del hotel, que se había portado maravillosamente con nosotros, nos contestó diciendo que nos lo hubiera regalado, que un fallo lo tiene cualquiera. Pues así es casi todo el mundo, qué gusto.

Como el domingo era el único día que nuestros amigos pasarían en Estambul, decidimos ver con ellos lo que más les interesaba y dejar nosotros cuatro el resto de cosas para los días que nos quedábamos nosotros. Quedamos con ellos en uno de los sitios más impresionantes de todo Sultanahmet: el Obelisco de Theodosius, una maravilla que se construyó en el antiguo Egipto en el año 1500 antes de Cristo. El emperador bizantino Theodosius se lo trajo de Heliopolis en el siglo IV y desde entonces permanece aquí, imponente presidiendo el antiguo Hipódromo, el que era el centro neurológico de Bizancio hace un milenio y donde comenzaban todas las revueltas. Cerca del Obelisco también se encuentra una curiosa columna espiral que anteriormente era más alta y tenía serpientes de piedra pero a la que los arqueólogos aún no han logrado dar un origen concreto.

A muy pocos metros se encuentra el que en mi opinión es el gran tesoro de Estambul: pocos monumentos en el mundo me han gustado tantísimo como la Mezquita Azul. Cierto es que Aya Sofia es mucho más impresionante por dentro pero por fuera creo que la Mezquita Azul no tiene rival en todo Estambul y mira que la ciudad está hasta arriba de mezquitas espléndidas. La Mezquita Azul, en realidad llamada Mezquita de Sultan Ahmet, fue mandada construir por el sultán para rivalizar precisamente con Aya Sofia y fue muy criticada por parte de la población,ya que el sultán no utilizó botines de guerra como sus predecesores sino que tiró de las arcas del Estado. Anteriormente se ubicaba aquí el Gran Palacio de Constantinopla.

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Una de las curiosidades de la Mezquita Azul es que junto a la de Adana, es la única de la ciudad que tiene seis minaretes. Hablando de minaretes, yo he estado en varios países islámicos y ando acostumbrada pero si no es tu caso, vete asumiendo que las llamadas al rezo desde las mezquitas son cinco veces al día y algunas a horas intempestivas, tipo las cinco de la mañana. Con la cantidad de mezquitas que hay en Estambul, imagina los guirigays que se montan cuando los muecines se contestan cantando de una mezquita a otra. Estambul es una ciudad que no conoce la palabra silencio y ahí reside su principal encanto.

La entrada a la Mezquita Azul es gratuita pero los no creyentes – es decir, nosotros- entramos por una puerta lateral en vez de por la principal. A descalzarse, meter las botas en una bolsa y admirarla por dentro. La zona central está totalmente acordonada para que la gente realice tranquilamente sus rezos mientras los visitantes entramos.Es una situación curiosa,como cualquier visita a templo o iglesia que se precie:mirar como otros rezan.

Justo enfrente tenemos el monumento más visitado de todo Estambul, Aya Sofia. Preciosa por fuera y aún más por dentro. Treinta millones de mosaicos que acogen sus muros. Cuando estás dentro (previo pago de 12 euros,en está sí que cobran), te das cuenta que vaya si merece la pena pagar. De unas magnitudes impresionantes y una elegancia inigualable, no hay iglesia en el mundo con un interior más delicado que el de Aya Sofia.

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Ahora en invierno abre hasta las 17:00 y prepara una hora larga para degustarla sin prisas. Está llena de miles de detalles y el emperador Justiniano no escatimó en dinero a la hora de darla toda la grandeza que pretendía. Los pisos superiores son igual de magníficos que los del bajo y quizás aquí podrás disfrutar aún más de los mosaicos, que representan escenas religiosas de todo tipo, con un culto exagerado al Pantocrator. Es una de las visitas más bonitas de todo Estambul.

Llevábamos gastada ya toda la mañana pese a habernos levantado bastante pronto pero es lo que tienen estas maravillas de la arquitectura: que exigen mucho tiempo para verlas. Así que hicimos una comida rápida de kebab (allí súper baratos,con refresco y patatas cuestan unos 5 euros) y tiramos hacia el Gran Bazar, sin acordarnos que era domingo y es justo el día que cierran. Aprovechamos al menos de camino para entrar al Old Book Bazaar, que es un callejón antiquísimo con las primeras tiendas que se abrieron aquí pero que actualmente está de capa caída debido al monopolio casi absoluto del Gran Bazar.

Uno de mis amigos, que había estado en Estambul antes, recordó entonces que el que sí pillaríamos abierto es el Mercado de las Especias. A mí me gustó muchísimo más que el Gran Bazar porque este sí que es el mercado turco de toda la vida, con sus puestos en la calle vendiendo quesos, casquería, especias, decenas de tés diferentes, verdura, fruta y pescado. Aquí vinimos también varias veces los siguientes días a aprovisionarnos de cosas para llevarnos. ¿Mi recomendación? Si eres muy cafetero, llévate café turco, bastante fuerte, te lo empaquetan al peso (el paquete de 250 g. unos 3 euros); si eres tetero, como es mi caso, el té turco, muy denso, es excelente y aquí también es muy típico el de manzana, de ese también me traje una buena bolsa. Calcula aproximadamente unos 2 euros los 100 gramos de buenísimo té a granel pero seguro que si coges bastante puedes regatear (y debes), aquí no entienden otra forma de comercio. Ah, y para las chicas, las pashminas. Las hay de mil colores y el algodón es bastante bueno, por unos 10 euros te puedes traer algunas bastante bonitas.

Otra cosa que les encanta a los turcos, y en lo que son especialistas, son los dulces. Jamás he visto tanta pastelería por metro cuadrado. Bueno,y puestos de la calle donde hacen una especie de porras a las que le echan un aderezo de pistacho en polvo. Nosotros comimos unos buñuelos callejeros y buenísimos pero allí todo se prepara derrochando aceite, ojo. Así que ya sabes, si lo tuyo es el azúcar, aquí vas a encontrar millones de postres. Algunos muy, muy empalagosos, eso sí. Si al europeo le gusta el dulce ¡el árabe lo tendría como dieta principal de su vida!!

El Bazar de las Especias, también conocido como el Bazar Egipcio o Uzuncarsi Caddesi en turco, no sólo vende comida, también tienen una parte bastante grande destinada a los productos para animales y se venden muchas mascotas.Fue una de las cosas que me encantó de Estambul: lo que quieren y cuidan a los gatos callejeros. En casa somos muy gateros (tenemos dos) y me admiraba ver como la ciudad está plagada de gatos bien alimentados, cariñosísimos y muy sociables ya que a nadie se les ocurre hacerles daño. Sobre todo en la zona de Sultanahmet, vi a muchísimos vecinos bajar las sobras de la comida a la calle para las manadas de gatos que deambulan por todos sitios. Y cuando digo todos los sitios, es literal; se meten en las tiendas y mezquitas como Pedro por su casa y a todos les parece normal (así debería ser en España). Gracias a ellos en la ciudad, que tiene zonas bastante sucias sobre todo en el casco viejo, no verás ni una rata ni una cucaracha. Me pasé todo el viaje acariciando mininos.

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Dulces turcos

Una última recomendación:aprovecha para venir al Mercado de las Especias tanto por la mañana, cuando está lleno de amas de casa,como por la noche, antes de que cierren sobre las siete – ocho de la tarde. Mola ver el bullicio a horas diferentes.

Después de un buen desayuno en el Ottomania (a la turca, mucha aceituna y mucho queso) nos dirigimos a ver el inmenso Palacio de Topkapi. De camino paramos un momento a contratar en una agencia un transfer para irnos dos días después al aeropuerto. Como Pegasus, la compañía de turca de bajo coste con la que contratamos los vuelos interiores, volaba desde el aeropuerto secundario de Sabiha Gokcen, bastante más alejado que el de Ataturk (calcula entre 45 minutos y una hora de coche), nos compensaba contratar una furgoneta entre los cuatro (120 TL,15 euros por cabeza) y nos venían a buscar a las cinco de la mañana en punto, ya que nuestro vuelo salía bastante pronto.

Al Palacio Topkapi se puede ir facilmente andando (cinco minutos) desde Aya Sofia. Calcula una buena mañana para verlo,es grandísimo. Te recomiendo que antes de venir a Turquía y visitar precisamente el palacio, te leas «De parte de la princesa muerta» de Kenize Mourad, donde se relata muy bien el tipo de vida que existía entre estos muros. Aquí vivía el sultán, con sus cientos de mujeres-esclavas que no podían salir del harén, rodeados de todos los lujos. La entrada al Palacio son 12 euros y un suplemento de otros 7 si quieres acceder a la parte del harén. Como te decía antes,calcula varias horas para ver todas las estancias, jardines, exhibiciones de trajes y joyas, armas y tesoros que guardaban aquí los sultanes.

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Igual que me gusta recomendar restaurantes de donde salgo contenta (buena comida-buen precio-buen servicio), me gusta hacer lo contrario con los que timan al cliente y en este caso le toca al Swaad Restaurant, apuntaoslo para no picar. Está en una de las calles pequeñas que salen de Divan Yolu, que es esa inmensa calle que nace en los jardines que separan Aya Sofia y la Mezquita Azul. El único día que decidimos no comer comida turca y dijimos «venga,pues hoy hindú», nos convenció el camarero de que pese a los platos eran caros en proporción con los precios de Estambul (12 euros un segundo) el sitio era en plan pijillo (ya,ya) y las raciones «muy grandes». Cuando vemos que nos trae unos miniplatos con tres trozos de pollo y nosotros «a ver,hemos comido en mil restaurantes indios y una cosa es poco y otra cosa es esto», una clavada descomunal por las cervezas y encima todo mal cocinado…al final tuvimos cuatro palabras con el metre, que era un caradura como la copa de un pino. Así que apuntaos el nombre, que luego os daré otros de los que sí salimos bien contentos.

Ese día aprovechamos también para acercarnos a ver la Cisterna (Sunken Cistern), uno de los lugares más espectaculares de todo Estambul. La entrada son 5 euros y aun así me parece baratísima para lo que ofrece. Construida en el siglo VI por los bizantinos, por el emperador Justiniano, es un vastísimo tanque de agua que te dejará sin habla. Con sus luces tenues, las columnas clásicas y las inmensas cabezas de Medusa, mientras escuchas música clásica…es una experiencia única. Maravilloso lograr que te olvides de que justo encima hay miles de coches embotellados en atascos, gritos, bocinazos, ruido.

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Esa noche dimos otra vuelta por los mercados y cenamos en un restaurante cerquita del hotel, optamos por las deliciosas pizzas turcas que están igual de ricas que las italianas. A la mañana siguiente a las cinco ya estábamos listos con las maletas y para el aeropuerto. El de Sabiha, pese a no ser un aeropuerto principal, está lleno de restaurantes que abren toda la noche, no como Barajas, y precios muy asequibles (té y bollo de queso, cinco euros). El vuelo con Pegasus sólo duró una hora y nos dejaba en Kayseri,un aeropuerto a sólo una hora escasa de coche en la Capadocia. Habíamos hecho la pre-reserva del alquiler del coche en el aeropuerto: 176 euros por tres días completos, en gasolina nos gastamos muy poco,unos 40 euros por persona, ya que los sitios están muy cerca unos de otros. Eso es lo bueno, que pese a que estés moviéndote todo el día en coche, hay tantas cosas que ver y todas tan cercanas que cunde un montón. Respecto a la conducción,no me pareció tampoco que los turcos condujeran muchísimo peor que en España, al menos que en las carreteras regionales, Estambul ya es otro cantar. Las carreteras también me las esperaba peor, bastante mejores que las rumanas, aunque en el interior de los pueblos sí que hay muchas zonas de tierra y sin asfaltar. Pero en general bastante bien y sin problema.

Otra cosa: los billetes Estambul-Kayseri con Pegasus baratísimos,40 euros ida y vuelta. Insisto en que viajeis a Turquía por libre, es fácil,barato y seguro, no fomentéis las clavadas de las agencias de viaje y encima os organizáis las rutas como os da la gana.

Como en Kayseri aterrizamos bastante pronto, fue coger el coche y tirar directamente para Goreme, que estaba a una hora. Cuando llegamos no dábamos crédito. Todo lo que te cuenten de la Capadocia se queda corto cuando lo ves con tus propios ojos. Es un pueblo totalmente troglodita, con las casas excavadas en la roca. Y ahora he de recomendar el hotel donde estuvimos, el Falcon Cave Suites, porque es de los mejores sitios donde he dormido jamás. Lo lleva un matrimonio mayor que no habla nada que no sea turco pero son amabilísimos y su hijo Karid, que es el único que habla inglés, fue con el que tuvimos la anécdota del secador, un chaval majísimo que nos trató los tres días de maravilla, no nos sentíamos en un hotel,sino en una casa rural ¡y tan rural!

Las habitaciones alucinantes, con paredes de piedra, un baño que era dos veces mi comedor con un jacuzzi inmenso, la sensación de dormir en una cueva de lujo. Se añadía que los desayunos eran caseros, se desayunaba en una gruta con estufas y manteles de hule con bollos caserosy que encima estaba a un minuto andando del centro del pueblo. El Falcon le reservamos con Booking, 40 euros la noche con desayuno.

Goreme es muy pequeño,sólo viven dos mil personas y en invierno está semidesierto (¡por suerte!), ya ni os cuento en cuanto oscurece a las cinco de la tarde, apenas se ve un alma. El «centro del pueblo» en realidad son cuatro restaurantes y tiendas de souvenirs en la carretera que lo atraviesa. La Turquía profunda.

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Recomendación absoluta para comer en Goreme: el restaurante Sultan. Salimos a unos 15 euros por cabeza,postres y cervezas incluidas, y comida turca deliciosa. Os recomiendo que no dejéis de probar el ayran. Es la bebida nacional, se toma en las comidas en lugar del vino ya que los musulmanes «se supone» que no catan el alcohol, y aparte de muy refrescante está riquísima, está hecha a base de yogur agrio y agua.

Otra delicattessen turca: los mezes,el equivalente a nuestros aperitivos. Nosotros solíamos pedirlos antes de la comida, se toman con pan de pita y están sabrosísimos. Los más populares son el humus, el de yogur, el de berenjena, el de tomate con especias y no sólo se sirven en las comidas, en el siguiente hotel en que estuvimos luego en Estambul podías desayunar hojas de parra rellenas. Os recomiendo también que probéis en los puestos las castañas asadas y las «hamburguesas húmedas» (las mantienen al vapor y al ponerlas con el pan, se extienden como el paté, muy curiosas).

Pese a que el día estaba bastante frío, unos cero grados, después de comer decidimos aprovechar el par de horas de luz que nos quedaban y acercarnos con el coche al pueblo de al lado, Uchisar, cuya mayor atracción es el Castillo, el Uchisar Kalesi (conocido como El Kale), enormísimo, excavado en la roca (aunque en realidad es una fortaleza). Lo curioso es que muchas de las habitaciones-gruta que lo conforman son utilizadas como palomares (los agricultores recogen el excremento para utilizarlo como abono fertilizante). Se entiende ahora por qué el bellísimo Valle de las Palomas, justo aquí,tiene ese nombre.

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Urchisar Kalesi

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Llevábamos desde las cuatro de la mañana arriba con vuelos y frío incluído,asi que a las ocho de la tarde estábamos para el arrastre.Optamos por cenar directamente en la habitación,así que por cuatro euros nos subimos unas hamburguesas caseras con patatas y a descansar para la siguiente etapa, que se presentaba también ajetreada.

Madrugamos para desayunar pronto y cogimos el coche hacia Derinkuyu, aunque tardamos un poco más porque nos perdimos (allí las indicaciones son un poco desastrosas) y nos tocó varias veces parar a preguntar pero al final logramos llegar a nuestro destino. Por toda la Capadocia hay repartidas una cuarentena de ciudades subterráneas (otras son las de Kaymakli, Ozluce o Mazikoy) pero la más impresionante es la de Derinkuyu.

Se cree que las ciudades subterraneas de la Capadocia tienen una antigüedad de más de 4.000 años, que se dice pronto. Fueron descubiertas por casualidad a principios de los 60, cuando una de las gallinas de un labrador local se coló en una de las grutas. El hombre comenzó a excavar persiguiéndola y se dio de bruces con un fantástico mundo sumergido, un laberinto de proporciones gigantescas. Al principio se pensaba que Derinkuyu había sido un simple refugio para nuestros antepasados prehistóricos pero cuando los arqueólogos fueron conscientes de la magnitud de estas ciudades bajo tierra, quedó claro que eran algo más. Muchísimo más. De momento en Capadocia se han descubierto 36 ciudades subterráneas pero se cree que puede haber cientos escondidas, esperando ser descubiertas.

En Derinkuyu se podía acoger durante largos periodos de tiempo a una población de casi 20.000 personas. Con una profundidad de 20 pisos, aunque sólo 8 están abiertos al público (en el resto se realizan trabajos arqueológicos y ni los propios investigadores pueden dar una cifra exacta de la cantidad de «casas» que hay en el subsuelo), Derinkuyu guardaba en sus entrañas una iglesia de 65 metros de largo, establos para los animales, escuelas, pilas bautismales, habitaciones, despensas… Un pasadizo lleva a otro y a otro y al estar recorriéndolos cuesta asumir como hace cuatro milenios el ser humano ya era capaz de construir estas ciudades-hormiguero con tamaña precisión y adelantos.

La teoría más asentada entre los arqueólogos es que probada la condición cristiana de sus habitantes, aunque inicialmente pudieran haber estado construidas por los hititas, estos las utilizaran para esconderse de sus perseguidores. Los miles de conductos de ventilación y las chimeneas (es increíble ver cómo fabricaban los hornos y chimeneas de 30 metros expulsaban el humo al exterior) permitían a miles de personas vivir bajo tierra durante semanas. Y daba igual el clima fuera, aquí hay una temperatura constante que oscila entre los 15 y los 18 grados.

En el pueblo de Derinkuyu hay poco más para visitar, así que en cuanto llegues dirígete directamente a la ciudad subterránea. La entrada cuesta 7 euros y te recomiendo totalmente que contrates uno de los guías que ofrecen sus servicios en la puerta, no sólo porque si no, no te vas a enterar de nada, es que además corres el riesgo de perderte por ahí abajo, aunque haya una ruta con flechas rojas que va indicando el camino a seguir. Sale muy barato si vais en grupo,a nosotros nos costó 20 euros entre cuatro, nos dio las explicaciones en español y nos contó un montón de curiosidades, salí fascinada de la visita. Una cosa importante: claustrofóbicos, asmáticos y gente con problemas coronarios, pensaos lo de bajar. Vais a bajar a mucha profundidad por pasillos muy agobiantes. Si no te agobia el tema,entonces enhorabuena porque, en mi opinión, es el sitio más espectacular en el que estuve en toda Turquía.

Insisto en que esta es una visita imperdible en un viaje turco para entender realmente lo viejísima que es esta zona asiático-europea y como vivían sus habitantes hace dos mil años. Parece mentira que un país donde actualmente el islam alarga tanto sus brazos pudiera albergar durante siglos a una de las comunidades de cristianos más grande del mundo. Toda la Capadocia está atiborrada de iglesias, por todos lados, pero encontrarlas también bajo tierra, presenciar cómo abrían canales subterráneos por donde corría el agua para los bautismos, el invento de las grutas-confesionarios, las inmensas capillas de piedra,con altares incluidos… Qué experiencia, salí encantada.

Otra de las cosas que sorprende de Derinkuyu es el cuidado de los detalles a la hora de planificar las condiciones de una inusual vida bajo tierra, que debían ser bastante duras. Las habitaciones tenían el tamaño justo para que se acostaran apretadas cuatro personas, así se aprovechaba el calor humano mientras dormían. Los pasadizos quedaban bloqueados con enormes puertas redondas de piedra,sí,exactamente iguales que esas que salen en las películas de Indiana Jones, que era como nos sentimos durante todo el recorrido. De este modo, si los enemigos les atacaban, se refugiaban aquí, pudiendo sobrevivir durante semanas con animales y despensas repletas, confiando en que los fríos inviernos y los calurosísimos veranos de Capadocia sacaran de allí a sus enemigos. La zona de los establos se encontraba en los pisos superiores, los más cercanos a la superficie, y para bajar a los inferiores, se hacía por pasillos en los que sólo cabe una persona, imaginad el nivel de organización que debía de haber en una ciudad con 20.000 personas, aquí los ataques de pánico o claustrofobia debían estar totalmente erradicados entre la población, niños incluidos, por mera cuestión de supervivencia.

Ese día decidimos comer cuando pudiéramos, pues en Turquía a las cinco es noche cerrada y como no aproveches las primeras horas del día… Así que cogimos de nuevo el coche y nos fuimos de camino al valle de Ilhara, a hacer un poco de senderismo. Algunas de estas montañas nevadas son volcanes. La curiosa formación rocosa de la Capadocia está originada precisamente por una descomunal erupción volcánica hace miles de años.

El valle de Ilhara, conocido en su versión turca como Peristrema, es un precioso valle perdido que sirvió de refugio durante siglos a miles de monjes bizantinos. Es como una versión turca del Cañón del Colorado pero con el añadido de iglesias excavadas en la roca, algo espectacular.

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Para acceder al valle,que como es considerado Parque Natural hay que pagar siete euros, algo lógico, por otra parte, debes dejar fuera el coche, en un parking aledaño. Desde allí,a bajar una escalera de cientos de escalones, haceos la idea de la profundidad del valle en la fotografía.

Iglesias dentro de las grutas

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Estuvimos dos horas largas pateando el curso del río, super bonito en invierno,y visitando iglesias abandonadas (en algunas, como veis, se mantienen muy bien los frescos) pero hacía un montón de frío, eran las cuatro de la tarde y nos quedaba la escalada de vuelta. Acabamos comiendo en el pueblo de Ilhara, pueblo rural-rural pero todas las casas con sus placas solares ¡muy bien! En el restaurante, que llevaba un chaval joven con cara de aburrimiento (debíamos ser los primeros y únicos clientes del día) comimos calentitos junto a una estufa por cuatro duros comida casera y viendo el río desde la ventana, dos incluso pidieron pescado sacado de ese mismo río de aguas heladas.

El día siguiente, como ya dormiríamos en Kayseri, decidimos dejarlo para ver precisamente lo más cercano a Goreme, su Museo Nacional Aire Libre Parque de Goreme, considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y la perla absoluta de la Capadocia. Esto en verano debe ser el horror, por el calor y la gente, pero en estas fechas había pocos grupos organizados, básicamente unos cuantos japoneses. Así sí que da gusto pasear por allí. Las iglesias son muy pequeñas, tanto como para se permita que estés dentro sólo cinco minutos.Pero son preciosas por dentro. Es curioso también como los enemigos de los cristianos borraron adrede muchas veces las caras de los santos y deidades, mientras el resto permanece intacto por la buena conservación dentro de las cuevas.

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La entrada al parque cuesta unos 7 euros pero dentro te cobran algún extra (4 euros por ver la Iglesia Oscura, la que debido a la falta de luz conserva los mejores frescos). Se encuentra sólo a kilómetro y medio del pueblo, puedes ir perfectamente andando. Toda la zona está plagada de monasterios en grutas y las casas que posteriormente se fueron construyendo alrededor. Se cree que éste era el centro absoluto de un entramado de ciudades, cientos, conectadas por toda la Capadocia con un denominador común: vivir entre rocas.

Después de pasar toda la mañana pateando Goreme, cogimos el coche y nos fuimos a comer al acogedor pueblo de Avanos, conocido en toda Turquía por su cerámica refinada y por una tradición culinaria que queríamos probar: el kebab preparado en pote de barro. Lo preparan dentro de unas vasijas, le dan un golpe, rompen la parte superior y de ahí lo sirven. El mejor kebab que comimos en todo el viaje, más artesanal, imposible. Y el precio,lo mismo: 15 euros cada uno con postres y bebidas en un restaurante precioso al lado del río.

Esa noche dormíamos ya en el Ibis de Kayseri, muy cercano al aeropuerto, ya que el avión nos salía de nuevo, y por suerte temprano, para tener el día entero en Estambul. El Ibis, pues en su línea de la cadena: estupendo. 50 euros la habitación con desayuno y restaurante abierto las 24 horas.

Vuelta a Estambul. Esta vez nos alojábamos de nuevo en pleno corazón del casco viejo, en Sultanahmet, en una calle con una cuesta empinadísima a lo San Francisco y en pleno barrio de los zapateros, me encantaba el bullicio de comercios por las mañanas,era un poco el equivalente al Lavapies madrileño. Estuvimos en un hotel bastante majete, muy céntrico y que nos pillaba a mano de todo.

Nos quedaban todavía bastantes cosas para hacer en Estambul aunque te doy un consejo:no te estreses. Estambul es enormísima y está llena de monumentos y lugares increíbles, es una tontería querer acapararlos todos. Céntrate en lo que más te apetezca y a disfrutarlo.

Estuvimos un par de tardes en el Gran Bazar…Que sí, es muy turístico, los comerciantes viven de ello,pero a nivel arquitectónico es maravilloso (es el mercado cubierto más antiguo del mundo) y aloja a más de 5.000 tiendas donde puedes encontrar practicamente de todo. Joyas, ropa, caviar, souvenirs, lámparas, especias, kilims y alfombras… todo se compra y todo se regatea.

El Gran Bazar, o Kapali Carsi, tiene miles de calles donde no sólo se pueden encontrar comercios, también hay mezquitas (¡algunas convertidas en tiendas!), puestos de policía, restaurantes, teterías…Aquí puedes gastar todo el día tranquilamente.Los vendedores te llamarán, te ofrecerán sus productos, te dirán chorradas en español… la forma de comercio en Oriente, siempre lo digo, es mucho más bonita que la occidental.

Las entradas al Bazar las hay a cientos, aunque te recomiendo entrar por alguna de las principales y visitar el centro del mercado, la Marble Fountain, en una bonita plaza cubierta. Te aconsejo también que dejes tus compras para el último día y regatees varias tardes con ellos; cuando vean que te vuelves a tu país, rebajan al precio máximo.

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Cuando salgas del mercado,puedes acercarte a ver la Mezquita Nueva,que pese a su nombre, tiene 400 años de antigüedad. Es de las más bonitas de la ciudad y se encuentra en una plaza junto al Bósforo siempre animadísima.

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Y llegamos a Eminönu, la puerta al Bósforo, un paseo marítimo donde se funden los pescadores con los visitantes, los de los barco-puestos de bocadillos de atún, los vendedores de dulces, los transeúntes que se dirigen a la cercana Otogar (Estación de Autobuses), los miles de coches que atraviesan el Puente del Galata y los barcos de crucero que surcan el Cuerno de Oro, la entrada de agua que separa Estambul en tres partes: la asiática y la europea dividida en dos.

A Eminönu hay que venir a comer pescado y sentarse en esos barrilitos de madera mientras ves el bullicio. Bocadillo de caballa y refresco, unos tres euros. ¡Tuvimos hasta la suerte de que nos saliera un ratin el sol!

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Ya que estás en el Bosforo y tras haber comido, date el gusto de un crucero por el Bósforo mientras te tomas un té. Es muy barato (crucero de hora y media, 6 euros, y té, 50 céntimos). Es muy agradable, se ven muy bien puntos de la ciudad que es más lioso hacer andando y desde el agua se aprecia aun más lo bella que es la capital turca y, sobre todo, la cantidad de dinero que se mueve aquí. Mansiones y palacios uno detrás de otro. Además, lo bueno de estos cruceros es que si te apetece, puedes bajarte en la zona asiática porque van tocando ambas orillas.

Cuando termines el crucero,puedes acercarte a ver la imponente Torre de Galata, ya cruzando el puente, y que domina el paisaje de Estambul mires desde donde mires. Se encuentra en un precioso barrio antiquísimo.

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Ineludible también la visita a la Mezquita de Suleyman el Magnífico,la Mezquita más grande de todo Estambul. Nosotros fuimos justo cuando era hora de rezo y es curioso ver como los hombres se purifican lavándose en las fuentes públicas y las mujeres lo hacen en cuartos de baño cerrados.

 

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Ya que estás en esta zona no dejes de acercarte a ver la preciosa (y prestigiosa) Universidad de Estambul. Es grandísima y las calles que la rodean están llenas de tiendas de todo tipo.

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