EUREKA SPRINGS – SPRINGFIELD – PONTIAC – JOLIET

Para llegar desde Dallas a Chicago teníamos por delante casi 1.300 kilómetros. Por ello, para no ir agobiados y que nos diera tiempo a ver unas cuantas cosas por el camino, decidimos dar tres días a este tramo de ruta. La primera noche la pasaríamos en Eureka Springs (Arkansas), la segunda en Springfield (Illinois) y la tercera ya haríamos noche en Chicago, nuestro destino final del viaje.

Aunque Eureka Springs es un pueblo pequeñito, de poco más de 2.000 habitantes, le escogimos porque en nuestra opinión es uno de los más bonitos de todo el país, parece un pueblo de muñecas. Además, su proximidad a las Ozark Mountains, un paraje natural precioso plagado de verdes montañas y lagos, hizo muchísimo más ameno el viaje en coche. Esa fue una de las cosas que más nos gustó de Eureka, lo bien integrado que está con la naturaleza, como si fuera un pueblecito de cuento al que sólo puedes llegar por carreteras sinuosas y escondidas. De hecho, estas carreteras son tan atractivas a la hora de conducir que nos sorprendió descubrir la cantidad de moteros que escogen Eureka como destino de vacaciones, precisamente por la delicia que supone conducir por los alrededores.

El hotel que habíamos reservado, el Colonial Inn, bastante cuco y, como su propio nombre indica, ubicado en una casa colonial, de esas que salían en la serie de «Norte y Sur», aunque nuestras habitaciones se encontraban en un edificio adyacente. Lo regentaba un señor polaco la mar de agradable que nos informó que éramos los segundos españoles que le visitaban en lo que iba de año: teniendo en cuenta que era Septiembre, nos confirmó con ello que el turismo que se genera en Eureka Springs es básicamente estadounidense. Los locales parecen haber sido los únicos en descubrir y salvaguardar un pueblecito encantador como pocos. El precio de la habitación, 70 euros por noche, con desayuno incluído ( desayuno bastante rácano, eso sí). Lo mejor es que las habitaciones eran inmensas y que al estar el hotel a las afueras del pueblo, lo primero que veías cuando abrías la puerta era un bosque super frondoso, una delicia el paisaje.

Eureka Springs gozó de cierta fama a mediados del siglo XIX cuando, al parecer, se descubrió que las aguas de sus fuentes naturales tenían poderes curativos y eran capaces de erradicar males como la ceguera. Por dicho motivo, se convirtió en uno de los principales destinos turísticos entre los habitantes de Arkansas, sobre todo en la época victoriana. Además, nos llamó un montón la atención darnos cuenta de lo profundamente religiosos que son el pueblo, por aquí y por allá se veían carteles publicitando iglesias e incluso cuentan con una estatua gigantesca, Christ of the Ozarks, que es la estatua de Cristo más grande de todo Norteamérica y que curiosamente fue construida completamente a mano. También cuentan con la curiosa capilla Thorncrown Chapel, con sus muros semiabiertos, aunque cuando nos acercamos a verla resultó que estaba cerrada. Y hasta unas visitas guiadas a una réplica que tienen de la Eastern Gate de Jerusalén (vamos, que como comprobamos, en el pueblo son bastante beatillos). Por cierto, cerca del Christ of the Ozarks se encuentra una sección del Muro de Berlín original.

Uno de los lugares más misteriosos de Eureka Springs es el Crescent Hotel, el que está considerado el hotel más embrujado de todo Estados Unidos. Hace un tiempo os hablé de este curioso establecimiento en el blog, por lo que copio y pego lo que os conté en su día…

«Se encuentra en Eureka, en el estado de Arkansas, y desde hace décadas atrae a viajeros de todo el mundo por un motivo muy particular: se le considera el hotel más embrujado de todo Estados Unidos. Parece ser que la posibilidad de encontrarse un fantasma cuando te levantas al baño más que una desventaja es la mejor promoción turística.Abierto desde el año 1886, este gigantesco edificio victoriano de casi 80 habitaciones y situado en lo alto de una montaña, lo que incrementa la sensación de aislamiento para sus huéspedes, fue considerado en su momento como uno de los resorts más lujosos de todo el país: te damos el dato de que su salón principal tiene capacidad para 500 comensales. Sin embargo, todo el boato que rodeó su inauguración sirvió de poco: los clientes comenzaron a quejarse de que las propiedades curativas de sus aguas termales no servían para nada, hasta el punto de que el hotel empezó a utilizarse como tal sólo en verano mientras el resto del año pasaba a convertirse en un colegio universitario para mujeres. Sin embargo, con el paso de los años, el Crescent Hotel recuperó su esplendor debido precisamente a las historias de fantasmas que comenzaron a propagar los propios empleados del recinto. El visitante nocturno más conocido es Michael, el espíritu de un irlandés pelirrojo que falleció al caer de un segundo piso. Ocurrió en la habitación 218 (considerada la más encantada del Crescent) y son muchos los huéspedes que declaran haber visto a Michael, escucharle llorando y experimentar como éste se divierte apagando y encendiendo luces y televisores.

Pero no es el único «morador no deseado». Otro de ellos es el espíritu de una enfermera, que vaga por los pasillos desde que el hotel fue utilizado como clínica (durante los años 30 incluso sirvió como morgue, de ahí su fama misteriosa, y otro de los fantasmas aparecidos es el del Dr. Barker, quien se ocupaba de realizar las autopsias). Y aún hay más:las limpiadoras se niegan a asear la habitación 419 pues es allí donde suele aparecerse Theodora, una antigua paciente. Y eso no es todo: caballeros de época con sombreros de copa, antiguas camareras, menús desperdigados por el salón, sillas que se mueven, el espíritu de un niño que recorre las cocinas y se dedica a tirar al suelo panes y mermeladas… son cientos las historias macabras que rodean al Crescent Hotel y que, verdaderas o no, han conseguido aumentar su leyenda y convertirlo en uno de los lugares más especiales del territorio americano.»

Nosotros nos acercamos a visitarlo, incluso estuvimos deambulando por la recepción y el patio interior, donde estaban celebrando una boda, sin que nadie nos pusiera la más mínima pega ya que es habitual que se realicen tours guiados donde te relatan las leyendas que rodean al Crescent, todo muy tétrico y misterioso.

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El centro histórico de Eureka Springs es bastante pequeñito y aún así, hay hasta un tranvía turístico que va recorriendo sus calles. Nosotros preferimos hacerlo a pie. La verdad que mientras paseábamos nos íbamos percatando de lo pijillo que era el pueblo, lleno de tiendecitas super bonitas pero carísimas y unos cochazos de impresión.

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Al día siguiente teníamos otro cerro de kilómetros asi que entre el cansancio que arrastrábamos y que las temperaturas en las montañas bajan que da gusto (fue la primera vez en todo el viaje que nos pusimos las cazadoras), tomamos un par de cervezas nocturnas y a dormir para encarar con ganas el nuevo día. Nuestro destino sería Springfield, la capital del estado de Illinois, aunque es bastante pequeña, 100.000 habitantes, casi como cualquier capital de provincia española. Como sabíamos que quitando los lugares dedicados a Abraham Lincoln (su habitante más ilustre y en el que Springfield basa practicamente todo su turismo, ya que precisamente aquí es donde se encuentra enterrado) consideramos la visita más como una parada técnica que otra cosa. Además, al ser domingo se encontraba practicamente desierta, apenas veías un alma por las calles.

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Lo que más nos gustó de esta etapa, las cosas como son, fue nuestro hotel, que habíamos reservado previamente por internet y que para mi gusto, después del Shack Up Inn de Mississippi, fue el más auténtico de toda la ruta. Aquí abajo le tenéis, el Route 66 Hotel & Conference Center. ¡Ya sólo la entrada es una pasada!

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Sabéis de sobra que a la hora de buscar alojamiento, siempre intento encontrar lugares que se salgan de lo típico y en ese sentido el hotel nos encantó. Muy bien de precio (poco menos de 60 euros la noche), con piscina y con un recepcionista encantador que nos contó un montón de cosas de Springfield. El hotel, como veis, es totalmente temático y en su interior guarda un pequeño museo y tienda aledaña con cantidad de objetos referentes a la Ruta 66. ¡Fue un placer dormir allí!

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Una de las etapas que más nos apetecía en este viaje era precisamente la de la Ruta 66, que recorre buena parte del país y en Illinois tiene algunas de sus paradas más interesantes. La Ruta 66, conocida también como La Calle Mayor de USA, es probablemente la carretera más famosa del mundo. Yo ya os comenté que la había recorrido en parte en mi viaje a California hace algunos años pero en esta parte del país la idolatran, veneran y respetan de una manera admirable ya que, a fin de cuentas, es una prueba viviente de la historia de Estados Unidos. Cruzando buena parte del país, naciendo en Chicago y muriendo en Los Angeles, la Ruta 66 es esa dama a la que se han dedicado tantas canciones, películas y novelas.

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Aunque oficialmente la Ruta 66 sólo estuvo en activo durante 60 años, a día de hoy son muchos los mitómanos (nosotros entre ellos) que siguen considerándola una carretera única e insustituible. Por ello decidimos pasar la mañana en el pequeño pueblecito de Pontiac, donde se encuentra el mural más grande del mundo dedicado a la Ruta 66, como veis aquí abajo…

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Los murales, como podéis observar en las siguientes fotografías, son los que realmente condicionan la fisionomía del pueblo, otorgándole un aroma cincuentero inigualable. Fueron pintados por los Walldogs, un grupo de 150 artistas que llegó aquí hace seis años y que los acabaron en solamente cuatro días.

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Aunque a lo largo y ancho de Estados Unidos hay varios museos dedicados a la Ruta 66, el que se considera más completo se encuentra justamente aquí, en Pontiac, el Route 66 Hall of Fame & Museum, que para terminar de redondear, es gratuito, aunque admiten donaciones. Dentro se pueden admirar, en sus tres plantas, un montón de objetos que giran en torno a la Ruta 66 y también en lo que era la vida cotidiana en los años 50, por lo que hay hasta recreaciones de las casas de antaño, la verdad que está todo bastante conseguido, a nosotros nos fascinó francamente la visita.

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Así eran las emisoras de radio hace 70 años…

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Más imágenes de Pontiac

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Nuestra siguiente parada en la Ruta 66 antes de llegar a Chicago sería otro de los pueblos míticos dentro de la ruta, Joliet, pues es aquí donde se cruzaban la Ruta 66 y la Lincoln Highway. Queríamos parar aquí a comer precisamente en uno de los restaurantes legendarios de la Ruta 66, el Joliet Route 66 Diner, que como veis en las fotos, es una auténtica pasada. Curiosamente, allí coincidimos con otra pareja española que también estaban haciendo la misma ruta. Como veis al fondo de la foto de abajo, en las paredes cuelgan fotografías de los Blues Brothers ya que fue en este pueblo donde se inspiró la película (la prisión, ya cerrada, aparecía en el film y también en la serie «Prison Break»).

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En Joliet también son característicos los murales

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Y este de aquí abajo es el teatro Rialto, uno de los míticos de Estados Unidos. Construido en 1926 en estilo neobarroco, es el gran símbolo de Joliet, con el que nos despedíamos antes de iniciar la última etapa del viaje. Nuestro siguiente destino, la conocida como Ciudad del Viento… Chicago!

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