Toledo Brujeria

En nuestra última escapada a Toledo, ciudad que nos gusta visitar a menudo y a la que aún debemos un reportaje en profundidad (que para algo llegó a ser la antigua capital de España), llevábamos apuntada una visita que teníamos pendiente desde hace un par de años: la exposición dedicada a la brujería que en 2017 se inauguró de manera temporal  (se suponía que iba a estar hasta Octubre de 2018) pero que, al parecer y visto el éxito de público, parece destinada a quedarse de manera perpetua escondida en las calles toledanas. Qué bien. Sobre todo teniendo en cuenta que lleva siendo una exposición itinerante y está dando vueltas por el mundo desde 1997.

Brujeria Toledo

La exposición, que ha estado organizada por el profesor y guía de turismo Luis Rodríguez Bausá, autor de libros como «Toledo Insólito» o «La vuelta a Toledo en 80 leyendas», nace del afán de coleccionismo de un comerciante italiano, el señor Alessandro, quien nació en el siglo XIX  en la región de Friuli, una zona de tradición mágica. Este hombre llegó a reunir más de 300 piezas relacionadas con el mundo de la brujería. Dichas piezas abarcan cuatro siglos, desde el siglo XVI hasta principios del XX. Este mismo comerciante escribió un diario entre 1930 y 1940 en el que narraba todo lo que había ido encontrando en sus años de búsquedas. Este diario es el que ha servido como hilo conductor de la exposición

A nosotros, que nos chifla todo lo que tenga que ver con hechizos, conjuros y encantamientos (más por un interés histórico y antropológico que esotérico, la verdad sea dicha), nos ha faltado tiempo en el blog para dedicar artículos a estas hechiceras que durante tantos años estuvieron crucificadas a nivel social. Si quieres indagar algo más en el tema te recomendamos que leas Los pueblos donde vivían las brujas en EspañaLa ruta de la brujería en Navarra o el viaje que hicimos por el valle de Baztan en Navarra en el que os hablábamos de Zugarramurdi y lo mucho que nos gustó su Museo de la Brujería. Ya sabéis que tenemos un apartado dedicado a los viajes siniestros y esperamos ampliar el número de reportajes «oscuros» (para deleite vuestro y nuestro también).

El caso es que no nos extraña que en Toledo, por fin, se hiciera un hueco bien merecido a la brujería, sabiendo que es una ciudad donde las leyendas y el misterio han estado bien presentes a lo largo de la historia. De hecho, son varias las empresas que ofrecen rutas y visitas guiadas con la excusa de conocer el Toledo mágico, el Toledo subterráneo, el Toledo siniestro o el Toledo de lugares insólitos. Muchos de estos itinerarios, además, se recorren por la noche, para que acojone aún más el asunto. Así que si quieres conocer Toledo desde otra perspectiva, te aconsejamos que contrates alguna de estas excursiones porque además aprenderás un montón de datos históricos.

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En la Edad Media (e incluso aún en la actualidad en muchas culturas que pecan de retrógradas), la mujer continúa siendo considerada un misterio y, por tanto, una amenaza.  Así que lo más fácil era culpabilizarlas a ellas (a todas nosotras) de cualquier catástrofe que castigara al pueblo llano, ya fueran guerras, hambrunas, pestes o desastres naturales. En una época en la que la lógica y el raciocinio brillaban por su ausencia, buscar un cabeza de turco era lo más fácil y ahí tenían al mal llamado «sexo débil» para achacarles todas las desgracias. En un cocktail explosivo se unió feminidad, erotismo, maldad y magia. Y así surgieron las brujas, la figura que la todopoderosa Iglesia necesitaba para poner cara y cuerpo a ese demonio con el que aterrorizaban a los pobres campesinos analfabetos. El personaje de la bruja se convirtió en algo tan común que hasta el propio Miguel de Cervantes, el mayor genio de nuestra literatura, habla en una de sus novelas ejemplares, «El coloquio de los perros», de tres brujas: la Camacha, la Montiela y la Cañizares

El Tribunal de la Inquisición de Toledo fue uno de los más duros de España. Ya en Europa por aquella época se habían condenado a la hoguera a más de 60.000 personas acusadas de brujería. Y Castilla la Mancha fue de las regiones donde se persiguió con más ahínco a estas pobres mujeres. En Daimiel fue famosa Juana Ruiz, a quien los vecinos acusaban de robar los huesos de los cementerios, y en Villar del Águila, Isabel María Herráiz, a quien acusaron de hereje por proclamar que hablaba directamente con Cristo (los vecinos la llevaban en hombros a la iglesia): tanta osadía le costó la vida. En Toledo hubo varios casos en La Puebla de Montalbán, Talavera, Oropesa, Madridejos o Villacaña. Y especialmente notable fue el de El Casar de Talamanca, donde tres mujeres fueron acusadas de asesinar a los niños del pueblo.

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Obra «No hubo remedio» de Goya: la imagen lo dice todo

Es curioso que una ciudad como Toledo, donde en cada esquina encuentras una iglesia y hubo una época en que en ella vivían más religiosos que civiles, se siga conservando una herencia tan amplia de lo que supuso antaño la nigromancia y las artes oscuras. Aún se pueden encontrar lugares como el Callejón del Diablo, donde se colgaban de las ventanas los «sambenitos», esos trajes con los que se identificaba a los herejes. O el Callejón del Infierno, donde cuenta la leyenda que el apuesto Felipe se citó con una bruja toledana que mediante conjuros, asesinó al rival de Felipe, quien luchaba con él por el amor de una bella judía. Y es que hasta 1530, la Iglesia hacía la vista gorda con todas estas hechiceras a las que con tanta asiduidad recurrían los toledanos, buscando remedios para sus enfermedades o su mala suerte en el amor o en el juego.

Aunque llevaba en funcionamiento casi medio siglo, no sería hasta esa fecha, 1530, que la Santa Inquisición procesaría a la primera bruja, Leonor Barganza. Tras ella llegaría Catalina Tapia, rival de Leonor, a la que se acusaba de ejercer la prostitución aparte de sus prácticas esotéricas y quien aguantó estoicamente las torturas a las que la sometieron: se la acabó condenando a recibir un centenar de azotes. Catalina Rodríguez, Mencía Chacón, Inés del Pozo (experta en devolver la virilidad a hombres infértiles y ayudar a mujeres despechadas) o Ana de la Cruz fueron algunas de las desafortunadas que sufrieron la ira de la Inquisición. Algunas de ellas no llegaron a morir en la hoguera pero se las condenó a años de destierro.

Buena culpa de esta persecución misógina la tuvo el libro Malleus Malleficarum o Martillo de las Brujas, un tratado sobre caza de brujas que se publicó en Alemania a finales del siglo XV. Se acusó a miles de mujeres de hacer hechizos malignos, empujadas «por su deseo carnal insaciable». Al hombre se le dibujaba como una pobre víctima de las artes de estas arpías y aunque hubo algunos herejes masculinos ajusticiados, la mayoría de las veces eran mujeres las que morían quemadas. ¿Por qué? Porque la peste negra había matado a millones de personas en Europa. Y la Iglesia, dueña de miles de hectáreas de campos, se veía sin campesinos que los trabajaran. Y ahí estaban esas hechiceras, practicando abortos en una época en la que no existían los medios anticonceptivos y las madres no querían ampliar sus humildes familias con vástagos a los que no podían alimentar. Por otro lado, eran muchos los vecinos y vecinas que acudían a las hechiceras buscando remedios imposibles (generalmente amoríos no correspondidos) y ofuscados, las denunciaban a las autoridades eclesiásticas al no conseguir sus propósitos.

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Pero si el riesgo a acabar en la hoguera era tan grande ¿qué empujaba a estas valientes a continuar ejerciendo su oficio en la clandestinidad? La posibilidad de vivir emancipadas económicamente, sin tener que depender de un hombre que las mantuviera. Y eso era algo que hasta hace sólo unas pocas decenas de años muy pocas mujeres podían conseguir en nuestro país (y en otros tantos). La mayoría vivían con sus gatos, muchos de ellos negros. Y aunque ahora seamos millones las personas que compartimos nuestro hogar con estos maravillosos felinos, entonces la Inquisición asociaba la imagen del gato negro con Lucifer y los ritos satánicos, por los que se les perseguía y asesinaba, acusados de convivir con las brujas. A la sociedad semejante delirio cristiano le salió bien caro. Muertos los gatos, millones de ratas tenían vía libre para extender, junto a las pulgas que transportaban bajo su piel, la peste por las ciudades.Y así murieron sólo en Europa 25 millones de personas, por la necedad de los dirigentes católicos.

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Pero regresemos a esta maravillosa exhibición de lo que supuso la brujería antaño. La exposición está dividida en seis temas, presentado cada uno de ellos por personajes extraídos del diario del comerciante. El primero de ellos, el vendedor ambulante de reliquias y extraños objetos, no es una persona sino un oficio que pretende acercarnos al oscuro mundo de las reliquias, un sacacuartos para pobres ingenuos beatos.

El segundo personaje sería la Castigliana, mujer bellísima y seductora que representaba con fidelidad el prototipo de bruja manipuladora. Eleonor sería un hada de los bosques aficionada a coleccionar ninfas y duendes. El señor Andreu es un demonólogo que intenta ridiculizar la imagen del diablo que se mostraba a la plebe en tiempos antiquísimos y por último aparece Rosemarie, una monja que se dedica a acumular instrumentos de tortura.

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Desde el principio de los tiempos, mientras en los poblados los hombres salían a cazar y liarse a mamporrazos con los del poblado más próximo, la mujer se quedaba guardando el hogar y en ella se depositaban los secretos más íntimos de la Madre Naturaleza, que se transmitían, de generación en generación, de la boca al oído de otra mujer. Ellas eran las que se dedicaban a preparar ungüentos para combatir las enfermedades y las protagonistas del mayor acto de magia que pueda existir: la maternidad. Por dicho motivo se comenzó a venerar a las diosas de la fertilidad.

En la fotografía podemos admirar réplicas de algunas de estas diosas representadas en piedra, como la Venus de Willendorf (una de las más antiguas, 30.000 años), la sacerdotisa cretense o la de Cerdeña. Muchas de estas figuras son representadas con el símbolo fálico más evidente: la serpiente. Posteriormente el cristianismo ya se ocuparía de eliminar cualquier vestigio de sensualidad o erotismo en la Virgen María.

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Diferentes sustancias tóxicas utilizadas por brujas y hechiceras para envenenar a sus enemigos. Muchas de ellas se preparaban con partes de animales o animales enteros que se guardaban en el interior de los cuencos de cristal, como víboras, ranas, gusanos o escorpiones. Eran también muchas las brujas que preparaban pócimas alucinógenas con estramonio (conocido como hierba del diablo), beleño o belladona: el mito de una bruja volando sobre una escoba proviene de aquí. La mayoría de estas plantas conseguían un efecto mayor al ser untadas sobre una superficie con mucosa. La vulva genital era el campo de trigo perfecto: las brujas se frotaban con los palos de las escobas previamente embadurnados y así conseguían su aquelarre particular. Aunque se quedaban alucinando en el interior de sus míseras viviendas, los atemorizados vecinos las imaginaban volando sobre sus tejados, intentando raptar a bebés para beber su sangre.

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Esto que veis aquí abajo es una cuña con arnés, un maquiavélico aparato de tortura que se introducía en la vagina de estas pobres mujeres para que los inquisidores lograran averiguar qué tipo de relaciones sexuales habían tenido con Lucifer.

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Aquí abajo podemos ver algunas reliquias. Evidentemente, con los conocimientos actuales, hasta un niño sabe que son falsísimas. Pero en la ingenuidad de aquella época, se creía lo contrario. Así estaríamos hablando de lo que sería un pequeño dragón (los fantasmas que se aparecían a las brujas solían tener la forma de dichos seres mitológicos), basiliscos (pequeños monstruillos nacidos de la unión de un gallo, una serpiente y un sapo) o un alicante, uno de los seres mitológicos más curiosos del folclore español, una especie de serpiente que podía llegar a medir dos metros y era capaz de despedazar a una persona.

Diversas y variadas representaciones de la figura del demonio

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Curioso juego de consoladores con cremas lubricantes alucinógenas encontrados en Francia. También se puede ver un fetiche espeluznante que parodia a Nessie, el monstruo del lago Ness y un consolador de viaje con elementos intercambiables.

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Exposición de Brujería en Toledo

Calle Hombre de Palo 7 (Toledo)

Horario de verano: de lunes a jueves de 10 a 22 horas. Viernes, sábados y festivos de 10 a 23 horas.

Horario de invierno (desde noviembre): de lunes a jueves de 10 a 21 horas. Viernes, sábados y festivos de 10 a 22 horas.

Precios:

Adultos 5,50 euros

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