Hace unos meses que tenía pendiente escribir uno de esos artículos polémicos míos que dan tanto juego y que tan ameno os hace el día. Venía la idea a raíz de aquella noticia que saltó sobre la instagrammer Dulceida, esa chica más dicharachera que el reportero de Barrio Sésamo que se ha convertido en la gurú de las marcas y lo mismo te anuncia un perfume que unas compresas. A la poderosa influencer (esa «profesión» a la que todo el mundo aspira) le encanta viajar por el mundo promocionando infinidad de productos, pese a que Instagram deje muy claro que la publicidad encubierta está prohibidísima. Cualquier momento es bueno para ensalzar las virtudes de un sujetador o un pintalabios. La cuestión es ganar dinero a espuertas dejándote la ética olvidada en un rincón si ello supone de paso hacerte con un puñado más de seguidores (o followers, que parece que lo de seguidores es de carcas). Todo vale.

El caso es que aquí la amiga decidió irse de viaje a Sudáfrica con su novia con la excusa de promocionar sus becas para aprender inglés y de paso dar ellas mismas ejemplo. Que digo yo que sería un curso intensivo porque el viaje apenas duró unos días pero las mentes privilegiadas es lo que tienen, que se hacen con un idioma en el tiempo que tú tardas en leerte una revista. Pronto quedó claro, sin embargo, que ambas parecían estar más interesadas en dedicar las horas lectivas a tareas más lucrativas como subir fotos a las redes sociales. Y ahí llegaba la primera instantánea de Alba, la pareja de Dulceida, relajándose en una bañera cubierta de espuma. Que el viaje estaba siendo de lo más duro y una se merecía su momento de relax. Todo muy bonito e idílico si no fuera porque Ciudad del Cabo, debido a la sequía, estaba sufriendo serias restricciones, prohibiéndose a la población tirar de la cadena o lavar el coche. Cada persona sólo podía consumir 50 litros diarios (una ducha de apenas dos minutos ya se lleva 30). Ciudad del Cabo ha sido la primera ciudad del mundo en reconocer que la falta de agua va a condicionar sí o sí la vida de sus habitantes.

Por si esto no fuera suficiente, Dulceida quiso demostrarnos que pese a esa imagen que tiene de mujer superficial, en su interior late un corazón de lo más solidario. Que le dan mucha pena esos niños negritos que vemos en la tele desnutridos y rodeados de moscas. Así que ni corta ni perezosa se fue a un poblado, enganchó a tres críos y les colocó unas gafas de sol Miss Hamptons (efectivamente, marca que promociona). Al minuto subió la foto a Instagram con el texto «¡Una hora con ellos no ha sido suficiente! Feliz por haberlos hecho sonreír». Qué feliz estaba Dulceida, la de likes que iba a conseguir con aquella imagen. Estamos seguros de que tras subir la foto, las gafas regresaron a su bolsillo, que no es cuestión de ir regalando cosas así como así. Y además, si esos niños fijo que tenían las pupilas más que acostumbradas al abrasador sol africano, tampoco las iban a echar de menos.

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A Dulceida, como a tantos que viajan a África, parecía importarle poco que esos niños estuvieran más necesitados de una escuela o un hospital cerca de sus chamizos. Eran meras herramientas para su lucimiento personal y dudamos que se acordara de sus penurias cuando un par de horas más tarde estaba tirada a la bartola en un resort de lujo cuyas habitaciones llegan a costar 3.000 euros la noche. La pobre Dulceida, al regresar a España, lloriqueaba cuando vio la de críticas a su frivolidad que había originado la foto de marras. Indignada y dolida, se excusaba diciendo «que desconocía la situación de sequía del país» (es lo que tiene ser una desinformada) y que su foto con los negritos sólo buscaba regalarles un momento de felicidad. Que es que los pobres mortales no comprendemos lo estresante que es la vida de estas influencers de pacotilla, que no pueden permitirse el más mínimo descuido.

Hemos elegido a Dulceida como representante de ese gremio de turistas, cada vez más numeroso, al que le importa bien poco las vicisitudes con las que luchan las personas que viven en los países que visitan. Hay una cita que dice «el viajar es malo para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente» pero cada día que pasa estoy más convencida de que viajar a países lejanos sirve de poco para mucha gente. Son muchos los turistas que «viajan sin mirar», a los que les resbala la situación de pobreza, desigualdad o falta de libertad que sufren millones de personas. Viajan unicamente interesados en hacerse el selfie de turno para vacilar en la oficina de que han estado en tal o cual país. Pero les da igual lo que han visto, son incapaces de empatizar con las desgracias ajenas. En ningún momento se preocupan de saber de qué forma podrían colaborar activamente para construir un mundo mejor.

Cuando uno viaja, debe haber una labor previa y concienzuda de información acerca de lo que se va encontrar. La excusa de Dulceida de»¡es que no lo sabía!» no sirve. ¿Acaso te deja de multar un agente de tráfico cuando te saltas un STOP y le respondes que ignoras para qué sirve esa señal? Si exigís con ahínco a los que vienen de fuera que se adapten a nuestras costumbres, que aquí lo de ensalzar el orgullo patrio está cada vez más a la orden del día, a lo mejor tú mismo podrías predicar con el ejemplo haciendo lo mismo. Especialmente cuando se viaja a países en vías de desarrollo, existe el riesgo de toparse con situaciones complicadas que hay que conocer. Sobre todo cuando estas tienen por cómplices a los propios turistas. ¿El ejemplo más claro? El turismo de orfanatos.

Turismo de orfanatos

Si no has oído hablar de ello, es buena prueba de que necesitas concienciarte con lo que hay ahí fuera. Porque es uno de los más graves problemas a los que se enfrentan las sociedades de los países pobres. Hasta el punto de que Save the Children ha emitido un informe verificando que cuatro de cada cinco niños que viven en orfanatos no son realmente huérfanos. ¿Esto que implica? Que familias sin recursos, desesperadas, ceden a sus hijos a instituciones sin escrúpulos para que los hagan pasar por huérfanos. Los responsables de dichas instituciones buscan en las zonas rurales de países como Nepal, Uganda, Myanmar o Ghana a familias en esta situación y les convencen haciéndoles creer que darán a sus hijos una vida mejor. Cuando llegan a los orfanatos, falsifican su documentación, les cambian los nombres y les niegan cualquier contacto posterior con sus familias verdaderas.

Turismo Orfanatos

¿Qué papel juegan los turistas en este tráfico de seres humanos? El más importante. Se espera de ellos sus donaciones, sus muestras de generosidad, a cambio de llevarse a uno de estos huérfanos a comer un helado. En muchos casos sin supervisión de los responsables de las instituciones, por lo que estos niños son presa fácil para cualquier pederasta. Se arriesgan a ser secuestrados, violados o asesinados. Un destino no mucho mejor que su vida diaria, donde las palizas en los orfanatos son continuas y las raciones de comida, míseras (algunos de ellos se ven obligados a comer ratones). Estos niños no van a la escuela, viven rodeados de suciedad y cuando crecen y no sirven «para dar pena», quedan excluidos socialmente.

A mayor número de turistas, mayor proliferación de orfanatos. Es el caso de Camboya, donde estuvimos hace unos meses y no se nos pasó por la imaginación acercarnos a alguno de estos orfanatos-atrapaturistas. Si durante los últimos años el turismo ha crecido en el país un 75%, lo ha hecho en igual medida el número de orfanatos. ¿No suena raro que ahora haya muchos más huérfanos que durante la dictadura de Pol Pot? Son muchos los voluntarios que con la mejor de las intenciones se prestan a ayudar a estos orfanatos y no menos los turistas que conmovidos por tanta miseria, dejan unos cuantos billetes. Pero a lo único que están contribuyendo es a un negocio basado en la esclavitud. ¿Quieres ser tú también partícipe? Si te preocupa el futuro de muchos de estos niños, destina tus donativos a ONGs acreditadas y cuya labor está supervisada como la de Vicente Ferrer. No a estos explotadores sin escrúpulos.

Cuando los niños viven del turismo

Que el turismo está contribuyendo a la nula calidad de vida de muchos infantes es más que evidente, por mucho que a los viajeros de países del Primer Mundo nos cueste reconocerlo. Muchos de estos niños que viven en países pobres ven en el turista una billetera con patas. Alentados por sus familias, abandonan las escuelas y comienzan a buscarse la vida en las calles, mendigando unas monedas a cambio de venderte una postal, un souvenir, limpiarte los zapatos o directamente pidiéndote limosna. He vivido en mis carnes esa situación millones de veces y sí, lo paso fatal pero jamás, jamás contribuyo a que esos niños sigan trabajando cuando deberían estar aprendiendo a leer y escribir. Comprendo que cuando un montón de críos se te enganchan del pantalón con la mano extendida diciendo «pleaseeee, madameeee, money!!», a una le cuesta no darles unas cuantas monedas. Pero es lo peor que puedes hacer. A más de uno le he preguntado por qué no está en el colegio y te dan respuestas vagas como «es que estudio por la tarde» o «hoy el colegio está cerrado». Eso lo dice todo.

Muchos de estos niños no solo deambulan por las calles sino que también trabajan desde que tienen siete u ocho años en restaurantes, tiendas o hoteles. Si te encuentras con esta situación, no dudes en avisar a la policía. En muchas ocasiones estos niños han sido raptados y trabajan allí en contra de su voluntad, ni siquiera sus familias saben donde se encuentran. Sobra decir que si estás alojado en un hotel o hostal donde trabajen niños, cojas tus bártulos y te largues.

Cuando uno viaja y hay niños por medio, hay muchas cosas que debemos tener en cuenta. La primera es que los niños no son atracciones turísticas, por lo tanto no vayas a visitar lugares donde los utilicen como reclamo (esto en Asia se ve mucho). Y mucho menos pagues porque te dejen fotografiarte con ellos. Siempre que fotografío a un niño para ilustrar este blog, lo hago con su permiso o el de su madre y sin dar monedas a cambio. Si puedo fotografiar a la familia entera, mejor que mejor. Y si no quieren, lo respeto, están en su derecho de negarse.

niños india

Cuando das una limosna a un niño, a lo único a que estás contribuyendo es a demostrar que su método funciona y a animarle a que continúe mendigando. Los niños que lo vean querrán hacer lo mismo y así se amplía el problema. No podemos dejar que nos venza la lástima: la lástima es que estos niños no estén sentados delante de un pupitre. Ni tampoco que esos niños no nos vean como personas con las que interactuar ni de las que aprender algo sino como turistas a los que sacarles el dinero. Además, muchos de estos niños ni siquiera entregan el dinero a su familia para poder comer sino que lo gastan en pegamento para esnifar. Estás contribuyendo a que su vida futura sea un infierno.

En países como la India cada vez son más las mafias que secuestran niños, les amputan un brazo o una pierna y les ponen a mendigar en las calles. Nada se puede hacer por los que han sido lisiados pero sí por los próximos. Si los turistas no les dan dinero, a estas mafias explotadoras se les acaba el chollo. A esto le podemos añadir el tema del turismo sexual, una auténtica lacra en países como Tailandia, donde es común ver a extranjeros sesentones con niñas de doce años de la mano. Cuando presencies algo de esto, no intervengas (probablemente el proxeneta esté cerca, dispuesto a partirte las piernas): denúncialo en la comisaría más cercana.

Te hemos dicho lo que no debes hacer para ser parte de este círculo vicioso. Pero también te vamos a dar unos cuantos consejos acerca de cómo puedes ayudar y que nosotros mismos intentamos llevar a la práctica siempre que podemos. Ponte en contacto con organizaciones fiables, tanto en tu país como en el que visites, para que te informen de qué manera puedes ayudar. A lo largo de mi vida he participado en infinidad de acciones de voluntariado donde ves de primera mano los beneficios de tu trabajo desinteresado. Muchas veces no se trata sólo de donar dinero: se puede ayudar de muchas maneras y estarán encantados de asesorarte. Si te informas, verás que hay multitud de organizaciones que regentan tiendas o restaurantes cuyos beneficios se destinan a colectivos desfavorecidos: gástate allí tu dinero. Si quieres llevar productos de primera necesidad, pregunta por lo que se necesita más, no por lo que creas tú que mejor les va a venir. Interactúa con los pequeños, déjales que te muestren cosas de su cultura que les hagan sentirse orgullosos, ofrécete a enseñarles unas palabras en inglés o a hacer unos dibujos. Has de hacerles sentir niños, que es lo que son.

Ser viajero y racista: una total contradicción

El principal aliado de los prejuicios es la intolerancia. Hay gente que viaja con muchos de estos prejuicios en la mochila y continua viendo a los que son de otra raza como seres inferiores, pese a que tú seas el viajero blanco en un país de negros: aquí parece que se nos ha quedado impregnado nuestro pasado colonialista. Cuando he viajado a otros países, he presenciado actitudes aberrantes por parte de muchos turistas. Desde los americanos soberbios que tratan en México a los locales como si fueran sus lacayos a muchos franceses que en Vietnam veían a los vietnamitas como ciudadanos de segunda categoría, simplemente porque habían vivido bajo dominio francés durante demasiados años. Gente que viaja a Latinoamérica y susurra por lo bajo «cómo viven estos sudacas», pasajeros de avión  que se ponen lívidos cuando se sienta al lado un musulmán con barba y chilaba (no vaya a llevar una bomba encima), viajeros que en países pobres ven a los locales como ignorantes analfabetos. Pero lo peor en los últimos años ha sido esa fobia a los países musulmanes debido a los ataques terroristas de ISIS.

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¿Se puede ser tan cenutrio como para creer que 1.200 millones de musulmanes van por el mundo con un cinturón de explosivos atados a la cintura? ¿Que todos están de acuerdo con las barbaridades de los talibanes?¿Que no hay mujeres musulmanas que van sin burka? He viajado infinidad de veces a países musulmanes y todas mis experiencias han sido extraordinarias. Gente amabilísima, hospitalaria, mucho más abierta de mente que lo que nos quieren vender por televisión. Respetuosos con los demás, como esperan que tú lo seas con su cultura. No me ha importado taparme las piernas o los brazos para acceder a una mezquita porque me adapto a sus normas sociales como a nosotros nos gusta que se adapten a las nuestras. Viajar es sinónimo de respetar, de aprender de lo diferente, de enriquecerse emocionalmente. De asimilar de una vez por todas que bajo pieles de diferentes colores laten los mismos corazones.

¿Turismo con animales? ¡No, gracias!

Una de las cosas que no aguanto cuando voy de viaje es presenciar la cantidad de turistas que participan en espectáculos donde los animales son el principal reclamo. He visto a tantísima gente extasiada ante la idea de fotografiarse a lomos de un elefante que poco a poco voy perdiendo la fe en que termine de imponerse ese turista responsable que intenta ponerse en el pellejo de estos pobres animales esclavizados. No importa en las condiciones que se encuentren estos animales: lo relevante es llevarte tu selfie sintiéndote un maharaja por un día. Cueste lo que cueste.

Si miras a la columna de tu derecha, verás que tenemos otorgado el título de Blogger Responsable que FAADA, la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales, da a las empresas y blogs que se niegan a publicitar actividades en las que haya animales por medio y que a cambio apoyemos las visitas a centros de conservación y rescate de animales. Centros que deben estar perfectamente homologados y supervisados, pues son muchos, como los refugios para tigres en Tailandia, que en realidad esconden la persecución de un beneficio económico y tienen a estos tigres semidrogados sólo para que los turistas se fotografíen con ellos.

Unos de los peores parados de esta explotación animal son los elefantes. Los turistas han crecido soñando con expediciones por la selva y quieren sentirse «aventureros» a lomos de un elefante. Aunque la «aventura» sea bambolearse durante una hora junto a un cuidador que pega con un martillo en la cabeza al animal cada vez que este no acata sus órdenes. Penoso ¿verdad? Pues hay gente que paga por ello. Y cuando hay demanda, hay oferta (un 50% de los que viajan a Asia reconocen estar interesados en montar en elefante), por eso está en nuestra mano parar este deplorable negocio.

Turismo elefantes

Miles de elefantes viven en países como India, Tailandia, Sri Lanka, Laos o Camboya en condiciones infrahumanas. Desde bebés se separa a las crías de sus madres, pegándoles para que aprendan a obedecer y acostumbrándoles a la vida que les espera. Jornadas de doce o catorce horas paseando a turistas, sin acceso a agua ni comida y soportando temperaturas que sobrepasan los 40 grados. Cuando acaban, se les ata a una cadena de escasa longitud y apenas pueden moverse ni relacionarse con otros animales de su especie. Se les alimenta de mala manera, no tienen controles veterinarios  y sufren los estragos psíquicos de estar expuestos a los gritos de los turistas. El elefante, uno de los animales más inteligentes del mundo, en libertad está habituado a explorar y desarrollar sus capacidades por sí mismo; en cautividad se ve forzado a limitarse a acatar órdenes, por lo que sufren estrés y problemas de comportamiento. Aquí abajo podéis ver un vídeo de cómo se maltrata a los elefantes desde que apenas tienen seis meses.

A los elefantes, especialmente en la India, se les obliga a participar en festivales con música estridente y rodeados de multitudes. Yo he vivido situaciones como ver a elefantes paseándose por el centro de Bangkok entre medias de los coches y que a la mayoría de la gente le pareciera la situación más normal del mundo. Pero no, no lo es. El habitat natural de un elefante es en la selva, no en mitad de una de las ciudades más caóticas de nuestro planeta.

Pero los elefantes, lamentablemente, no son los únicos perjudicados por este turismo cruel y despiadado. Desde que se puso de moda lo de hacerse selfies, tortugas, monos o koalas han de ver como desaprensivos se les pasan de mano en mano para hacerse la foto. Aún está en la mente de todos aquella noticia en que un bebé de delfín murió en una playa de Mojácar después de que un montón de imbéciles le sacaran del agua para fotografiarse con él. Este problema, el de sacar a animales salvajes de su habitat para hacerse selfies, se está agravando en lugares como el Amazonas.

Como viajeros ¿qué podemos hacer para evitar estas barbaridades? Algo muy sencillo: no participar en ellas. Estamos tan acostumbrados a los zoos y los acuarios que no somos conscientes del daño que hacen ni cómo viven los animales allí encerrados. Si quieres que tu hijo se divierta, llévatelo al campo a jugar al balón, no a ver como orcas y delfines dan saltos y pasan por aros. Estos animales son separados de sus familias, obligándoles a vivir en piscinas minúsculas y nadar en círculos durante horas. Los delfines, junto al hombre, son los únicos seres capaces de quitarse la vida de forma consciente. Muchos de estos delfines viven con tal tristeza que se suicidan golpeándose la cabeza contra las paredes de los estanques o negándose a salir a la superficie a respirar. Prefieren la muerte a una vida llena de sufrimiento.

Las mujeres jirafa de Tailandia

Mujeres Jirafa

Cuatro veces he ido a Tailandia y cuatro veces me he negado a visitar a las Mujeres Jirafa. Una excursión que adoran los turistas sin pasarse a pensar la dura realidad que se esconde tras la vida de estas mujeres. Miembros de la tribu Kayah, ellas y sus amigos y familiares son refugiados birmanos que escaparon de la guerra y a los que Tailandia ofreció asilo político en la frontera entre Tailandia y Myanmar. Al ser refugiados, se les puso todas las trabas del mundo para buscarse la vida. Así que decidieron convertir a las mujeres en atracciones de feria.

La tradición de ir colocando aros sobre el cuello no está claro de donde viene. Unos dicen que era para prevenir los ataques de los tigres, que solían morder en esta parte del cuerpo, otros que para realzar la belleza de las mujeres. Lo cierto es que a día de hoy algunas de estas mujeres practican gustosas dicha tradición pero otras se ven forzadas a ello ya que son el principal sustento de la economía tribal al vivir de los donativos de los más de 40.000 turistas que las visitan cada año, aunque a ellas les llega un porcentaje mínimo de ese dinero: el sueldo medio es de 40 euros mensuales. A muchas turistas las encanta probarse ellas mismos esos aros para fotografiarse con ellos puestos, sin pararse a pensar en lo irrespetuoso del gesto.

A la edad de cinco años, las niñas comienzan a añadir aros alrededor del cuello. No es que el cuello se estire sino que se deforman las clavículas, lo que es igual de doloroso si tenemos en cuenta que estos aros llegan a pesar cinco kilos. Para quitárselos necesitan la ayuda de otra persona y el proceso dura unas dos horas. La mayoría de estas niñas no asisten a la escuela y se ganan la vida vendiendo souvenirs. Viven en un pueblo sin electricidad porque se quiere dar al turista la impresión de vivir ajenos a la tecnología, con todas las incomodidades que ello conlleva; las mujeres que osan tener un teléfono móvil ven como rapidamente se les confisca. Tampoco tienen seguridad social ni esperanza de tener una vida fuera del pueblo. Los miembros de la tribu tampoco pueden salir de la provincia sin pedir un permiso al gobierno tailandés.

Aunque algunas de estas mujeres han recibido ofertas de asilo político de países como Nueva Zelanda o Finlandia, el gobierno de Tailandia lo ha denegado. No quieren perder a la gallina de los huevos de oro. Aunque sea a costa de condenar a estas infelices mujeres a formar parte de un zoo humano.

 No es más limpio el que más limpia sino el que menos ensucia

¿Te has parado a pensar cuantos turistas viajan por el mundo cada año? 900 millones. Se dice pronto ¿verdad? Imagina entonces la cantidad de basura que pueden generar estas personas. Ser responsable con los desperdicios que generas es fundamental. Si vas a la playa, recoge toda la basura que produzcas (sí, colillas incluidas) y la que veas cerca tuya, que algún otro se habrá olvidado de ser tan educado como tú. Evita el uso del plástico llevando tu propia mochila; si vas a tomar un café, hazlo en el bar y no lo lleves contigo, ese vaso de papel te lo puedes ahorrar. En los hoteles sigue la política de ahorrar agua (dúchate en vez de bañarte, cierra el grifo mientras te lavas los dientes) y a no ser que estén mugrientas, intenta usar las toallas un par de días. Cuando salgas de la habitación, apaga la luz y el aire acondicionado. En la medida de lo posible, utiliza el transporte público, que contamina menos que los vehículos privados.

Unos cuantos consejos para apoyar la cultura local

En los pueblos pequeños, aún se mantiene esa bendita tradición de comerciar con productos artesanos. Que tu dinero vaya para los artistas locales. Y también para agricultores y granjeros ¡que viva la fruta orgánica!

Antes de viajar, aprende todo lo que puedas de las costumbres que te esperan. Pasa por la biblioteca y toma prestados unos cuantos libros, visualiza documentales, déjate aconsejar por amigos que ya conozcan el país. Y si esto no te parece suficiente, en cuanto llegues vete a visitar el museo que relata la historia de la ciudad (casi todas cuentan con uno): familiarízate con las normas de etiqueta fundamentales.

Intenta comer en restaurantes familiares, no en franquicias. La comida es más auténtica, más barata y tu dinero no pasará por intermediarios. Si la experiencia es buena, después cuéntaselo al mundo haciendo tu review en páginas como Tripadvisor o Yelp: estos pequeños establecimientos te agradecerán la publicidad.

Respetar las normas de indumentaria y vestimenta es básico, especialmente en templos y lugares sagrados. Observa cómo visten los locales y si aún tienes dudas, pregúntales directamente.

Haz caso de cualquier indicación, no te las saltes a la torera. Si pone bien clarito no hacer fotos, no las hagas. No sólo por la multa sino por una cuestión moral.

Criticar lo que no te gusta de un país cuando aún estás allí no sólo es contraproducente sino señal de mala educación. Puedes tener tu propia opinión, está claro, pero guárdatela para ti y no vayas ofendiendo a nadie. En el mundo se vive de muchas maneras diferentes y cada una tiene su razón de ser.

¿Es común dar propinas en el lugar donde estás? Entonces no seas araña ni te hagas el loco. Muchos de los camareros y botones tienen sueldos miserables y a veces sobreviven gracias a las propinas.

No cuesta nada aprender a decir en el idioma local un «hola», un «adios» pero sobre todo un «por favor» y un «muchas gracias». Verás la de puertas que se te abren.

Intenta visitar pueblos pequeños. Allí el turismo es menor y están más necesitados de turismo. Además la gente suele ser más abierta y espontánea.

Interactúa con la gente local: no te van a morder. Parto de la base de que la gente es buena por naturaleza. Y te darán recomendaciones que no encontrarás en las guías.

Piérdete por barrios a los que no van los turistas. Te llevarás agradables sorpresas.

20 comentarios

  1. Excelente, empatizo con tu pensamiento. Para viajar hay que dejar los prejuicios en casa, preferentemente en el tacho de basura y ser conscientes de que hay realidades muy ajenas a las realidad que uno vive diariamente

  2. Tafita -IvanaTaft- Me alegra que te haya gustado. Como bien dices, a la hora de viajar es básico ponerse en la piel de los demás. Un abrazo!

  3. Muy buen post, suscribo todo lo que decís y cada vez intento concienciar más a los que me siguen y a los que tengo alrededor de todas estas cosas.
    ¡Hay que seguir ‘dando la vara’!

  4. Qué buen artículo y qué necesario. Hay que crear conciencia de estas lacras que afectan a la sociedad en que vivimos. Muchas gracias. Un abrazo.

  5. Lo más grave de todo es que la gran mayoría de esas cosas pasan en todos los países…
    Qué triste y qué mal sabor me deja esa gente que me cruzo en cad viaje hace años…

    Incluso he peleado con muchas personas por algunas de esas cosas.

    Las fotos con los niños de la calle, pobres, fotos dejando dinero, etc me dan una rabia increíble; una vez más, la vida ficticia digital estupidizando a la especie.

    Quien en ver pobres, vayan a la esquina de sus casas, dónde están pidiendo una moneda y ayúdalos sin sacar una foto!

    “Las personas viajan a destinos distantes para observar, fascinadas, el tipo de gente que ignoran cuando están en casa”. – Dagobert D. Runes

  6. Vocación Viajera: Gracias por tus palabras. Sí, efectivamente creíamos que este artículo es más que necesario. De hecho en sus tres primeros días de vida ha tenido más de 7.000 lecturas. ¡Gracias a todos!

  7. Tinta y Mapa: «Quieren ver pobres, vayan a la esquina de sus casas, dónde están pidiendo una moneda y ayúdalos sin sacar una foto!» – No puedo estar más de acuerdo con esta información. A menudo estos a los que les gusta dar limosna fuera se olvidan de ser solidarios luego con su vecino de enfrente. ¡Un abrazo!

  8. Acabo de descubrir tu blog y me encanta!! Estoy leyendo varios artículos y éste me ha parecido interesantísimo! Es increíble la cantidad de gente que se comporta como un cretino cuando viaja… Me pone negra… Y me alegra que la gente alce la voz para denunciarlo!
    Espero que poco a poco todos nos concienciemos de este tema y empecemos a respetar el entorno, a no maltratar animales, a no ensuciar y utilizar cada vez menos plástico, a no hacernos fotos con niños camboyanos como si fueran animales de feria y a no menospreciar la cultura de los lugares que visitamos… Seguro que lo conseguiremos!!

  9. Gracias por tus palabras, Carla. Este artículo buscaba haceros reflexionar acerca de lo importante que es nuestra actitud a la hora de viajar y lo mucho que esta influye en todo (y todos) lo que nos rodea. Concienciarse es algo totalmente fundamental. Un abrazo!


  10. Gracias por la información. Tienes mucha razón en todo lo que dices.

  11. Author

    Me alegra que estés de acuerdo ¡un abrazo!

  12. La Dulceida esa ya se podría haber ido a hacer la idiotez al Vacie de Sevilla o a la calle Antonio Cabezón de Madrid. No sólo habría sido más inteligente de su parte, también se hubiera ahorrado el pastón del viaje a Sudáfrica. Le hubiera salido más barato, vamos.

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