Seguro que más de uno, si le mencionan Tuvalu, se queda igual que estaba antes. Parece una de esas preguntas trampa de los programas de la televisión donde hacen repaso de cultura general: «¿cuál es la capital de Tuvalu?». Ya te lo respondemos nosotros: Funafuti. Este minúsculo país perdido en mitad del océano Pacífico, con apenas 11.000 habitantes, tiene el honor de ser el país menos visitado del mundo. Y como para eso estamos nosotros, para brindarte propuestas diferentes, a él queremos dedicar este artículo. Seguro que después de leerlo te entran ganas de buscarlo en el mapa. Y más cuando te demos el dato de que el pasado año sólo 2.000 turistas pasaron por sus aduanas. Fijo que quieres ser uno de ellos. Y debes darte prisa ya que después de las Maldivas, Tuvalu es el país del mundo que se encuentra a menor altitud, apenas cinco metros sobre el nivel del mar, lo que unido al cambio climático, está provocando que el océano acabe ganando cada vez más terreno a la tierra firme e incrementando el riesgo de que las nueve islas que forman el archipiélago acaben desapareciendo.

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Tuvalu, que en el idioma indígena local significa «ocho islas» y que curiosamente fue descubierto por los españoles en el siglo XVI, es pequeñísimo (el cuarto más pequeño del mundo después del Vaticano, Mónaco y Nauru), con una extensión de poco más de 25 kilómetros cuadrados (para que te hagas una idea, la comunidad de Madrid tiene un territorio de 600 kilómetros cuadrados). Vamos, que muchos barrios madrileños son mayores que Tuvalu, en donde puedes ir a prácticamente todos los sitios caminando.

Los pocos viajeros que aquí llegan suelen aprovechar una travesía entre Australia y Hawaii para realizar una parada en estas exóticas islas. Aclaramos que llegar tampoco es fácil ya que sólo existe un aeropuerto, situado en la capital, que está conectado con Suva en las islas Fiji: sólo hay vuelos los martes, jueves y sábados y los pilotos, bromeando, comentan que la isla es tan pequeña que les da la impresión que van a aterrizar en mitad del océano. El vuelo entre las Fiji y Tuvalu dura aproximadamente dos horas. Si eres español, deberás pagar un visado de 100 dólares australianos, la moneda oficial, y que tu pasaporte tenga una validez de al menos seis meses.

Pese a que Tuvalu goza de un agradable clima tropical que te permitirá bañarte en cualquier época del año, recomendamos que evites los meses comprendidos entre Noviembre y Marzo si no quieres que las lluvias te estropeen las vacaciones.

Tuvalu está formado por nueve islas. La isla principal, Funafuti, es un atolón rodeado de 30 islotes menores (los motu) y con una población de apenas 4.000 personas. A 500 kilómetros se encuentra Nanumea, tenemos también Nanumaga (de origen volcánico) y Nukufetau, que el ejército estadounidense usó como base en la Segunda Guerra Mundial. El resto de las islas son Niulakita, Niutao, Nui, Nukulaelae y Vaitupu. Las islas están conectadas entre ellas por servicios de ferry pero asume que estos se reducen a una frecuencia de sólo tres o cuatro trayectos semanales.

Aunque el idioma más hablado es el tuvaluano, el otro idioma oficial es el inglés, que es el que se usa en los organismos públicos, por lo que no vas a tener problemas para hacerte entender. Para lo que sí encontrarás inconveniente es para encontrar alojamiento ya que sólo hay un hotel oficial (que depende del gobierno) y unas cuantas casas de huéspedes, quizás la mejor opción, ya que alojarse con una familia isleña es la mejor manera de acercarse a la cultura local. Los precios no son altos: calcula unos 18 euros por persona por dormir. Sin embargo, al no haber apenas restaurantes, las familias anfitrionas suelen encarecer bastante los menús caseros. En Funafuti, por suerte, podrás encontrar algunos restaurantes chinos donde las raciones son sorprendentemente generosas. En la capital también hay un pequeño mercado municipal abierto de lunes a sábado.

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Pese a que Tuvalu ha estado colonizado por españoles y británicos, la herencia polinesia ha logrado sobrevivir a las influencias exteriores: a ello ha contribuido además el turismo casi inexistente y la escasa población, que apenas ha tenido oportunidad de mezclarse con otras etnias. Gracias a ello, ha llegado hasta nuestros días una tradición tan bonita como el fatele, una música / danza interpretada por seis mujeres solteras y que inicia el hombre más anciano del pueblo: durante muchos años fue prohibida por los misioneros, que la asociaban con la magia y los ritos animistas. Sin embargo, hoy es la danza ceremonial con la que se recibe a los mandatarios extranjeros que visitan el país.

Quien venga a Tuvalu ha de tener claro que aquí no va a encontrar arquitectura relevante. Pero a cambio va a disfrutar de algunas de las playas más exóticas del mundo y va a tener la oportunidad de bucear y hacer snorkel en aguas en las que no verá a un solo bañista. Al estar la mayor parte de los atolones en parques naturales protegidos, hay que reservar las excursiones con antelación en la Conservation Area Office, situada en el ayuntamiento de Funafuti. Los botes parten con sólo seis pasajeros: los fines de semana suben los precios y se cobra un extra por tomar fotografías. Las excursiones suelen partir a las 08:00 y regresan siete horas después. En Funafala existe la posibilidad de alojarse en una pequeña casita para sólo dos huéspedes, donde podrás preparar tu propia comida al aire libre (eso sí, las viandas corren de tu cuenta). En Tepuka aún se conserva un bunker de la Segunda Guerra Mundial, también visitable.

Los lagos gemelos de Nanumea, a 460 kilómetros de Funafuti, también se merecen una escapada. Las dos pequeñas islas que hay en esta zona fueron las preferidas por el ejército de Estados Unidos para atracar aquí sus barcos de guerra, por lo que obligaron a los poquísimos habitantes a mudarse a Lakena Island (actualmente viven aquí apenas 600 personas). Ochenta años después, aún se observan en diversas partes de las islas restos de bombarderos y maquinaria bélica. El edificio más importante es la iglesia Lotolelei, construida en 1931 y cuya construcción fue costeada por los propios isleños. Curiosamente tiene una de las torres más altas del Pacífico, algo sorprendente en una isla tan pequeña.

Nui, que fue bautizada como Isla de Jesús, fue la primera isla de Tuvalu a la que llegó el navegante leonés Alvaro de Mendaña en 1568 a bordo de su navío «La Capitana»; fue él quien también descubrió las islas Salomón y las islas Marquesas. Sus playas de arenas blanquísimas son las favoritas de los locales para tumbarse al sol. La población total apenas rebasa el medio millar de personas, que descienden de sólo tres familias: los Tekaubaonga, los Tekaunimala y los Tekaunibiti. En el 2015 un 40% de la población  debió ser evacuada debido a la llegada del ciclón Pam, que causó graves daños en las viviendas locales.

El mejor lugar para el avistamiento de aves se encuentra en el atolón de Nukufetau. Se halla a poco más de cien kilómetros de la capital y la mayor parte de la población local se agrupa en la pequeña aldea de Savave. Se considera una de las islas menos exploradas de Tuvalu, en contraste con Viatupu, donde se encuentra la única escuela secundaria de Tuvalu y a donde han de desplazarse todos los estudiantes de las islas cercanas.

A nivel social, más del 70% de los tuvaluanos continúan viviendo en casas tradicionales, muchas de ellas construidas por ellos mismos. Debido a la escasa extensión del archipiélago, el nivel demográfico es uno de los más altos del Pacífico: 400 personas por kilómetro cuadrado. Especialmente en las islas más pequeñas la población practica una economía de subsistencia: pesca, agricultura a menor escala, cría de animales, cestería y tejido de alfombras son las principales fuentes de empleo.

En el pasado, la estructura social dependía de un jefe supremo, el aliki, que compartía responsabilidad con dos jefes inferiores y que servía como líder político y religioso. Pese a la llegada de misioneros, que intentaron erradicar estas costumbres, este tipo de jerarquía ha sobrevivido en bastantes aldeas. Las comunidades locales son las que suelen ocuparse de velar por el bienestar social y es muy común ejercer voluntariado: los tuvaluanos son muy solidarios. También se ha avanzado mucho en lo que a igualdad de género se refiere y se condena la marginación sexista, aunque las tuvaluanas exigen tener mayor representación en el gobierno de las islas. Tanto hombres como mujeres dan mucha importancia al matrimonio y son pocas las personas adultas que no están casadas, ya que se considera que de este modo se legitiman los derechos de herencia y propiedad de terrenos. La poligamia fue erradicada hace siglos (por suerte) y cada vez son más comunes los divorcios y las segundas nupcias.

Se sigue dando importancia extrema a la familia y de hecho muchos tuvaluanos dependen del sueldo de los parientes que trabajan para el gobierno. Hasta principios del siglo XX los tuvaluanos se enorgullecían de ser una de las sociedades más pacíficas del mundo; sin embargo, en los últimos tiempos, se quejan de que especialmente en la capital han ascendido los delitos y culpan de ello al contacto con el mundo exterior.

Respecto a la gastronomía ¿qué nos podemos encontrar? Los tuvaluanos basan su dieta en los cocos y el pescado local pero curiosamente el plato nacional es el pulaka, a base de taro, una planta muy común en las islas del Pacífico y rica en carbohidratos. Otros platos típicos son el palusami, el atún y los cangrejos: el cerdo, las aves silvestres y la tortuga sólo se sirven en ocasiones especiales. Abundan las frutas, sobre todo las papayas, y el postre más consumido es el plátano frito. Aunque muchos tuvaluanos se quejan de la cantidad de comida procesada que llega importada, lo que ha disparado los niveles de diabetes e hipertensión. Si quieres catar el licor local, el kao, avisamos que produce al día siguiente importantes resacas.

Un aviso para los homosexuales: las relaciones entre personas del mismo sexo son ilegales y acarrean penas de hasta 14 años de cárcel. Cuesta entender esta mentalidad tan retrógrada, sobre todo teniendo en cuenta que los polinesios eran muy liberales en el pasado (y luego llegaron a estas tierras los cristianos y lo jodieron todo). Antes de la colonización, la bisexualidad era algo tan común que muchos reyes tenían amantes tanto masculinos como femeninos. Y también era habitual la transexualidad: los transexuales eran conocidos como pinapinaaine y no sólo eran aceptados socialmente sino que se les concedía roles específicos como la elaboración de cestas o la preparación de las danzas ceremoniales. Pese a que un 14% de los jóvenes reconoce en la intimidad haber tenido relaciones homosexuales, no lo pueden comentar abiertamente si no quieren acabar entre rejas. Como veis, la mentalidad local ha ido para atrás en vez de adelante.

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