Comenzamos la visita a Angkor. Y lo primero que has de tener claro es cuántos días vas a dedicar a los templos. Nosotros escogimos la entrada de tres días, que cuesta 62 dólares. No es necesario que los tres días sean consecutivos, se pueden repartir durante una semana desde el mes de expedición. Hay unas colas tremendas en las taquillas aunque en la práctica el proceso es rápido. Se puede pagar con tarjeta; te darán un carnet como este (no hay que llevar foto, te la hacen allí mismo), que es el que tienes que presentar a los vigilantes cada vez que te lo soliciten en las entradas de cada templo.

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Como os comenté en la primera parte de este relato, Angkor se puede recorrer de muchas maneras pero a nosotros la que nos parecía más cómoda era en tuk tuk. En mi opinión, el área es demasiado grande para hacerlo en bicicleta (aunque hay mucha gente que es el vehículo que usa) pero puedes considerar la opción si tienes varios días por delante y no llevas mal el calor. Nosotros llegábamos reventados todos los días pese a ir en tuk tuk porque en los templos no sólo hay que caminar mucho sino que es un continuo subir y bajar escaleras, algunas con unos escalones altísimos (que tampoco comprendimos muy bien esta práctica si los camboyanos son tan chiquititos).

Angkor: un imperio sin igual

Angkor Wat Camboya

El imperio de Angkor, el khmer, ha sido con seguridad el más grandioso de todos los que ha visto el continente asiático. Este territorio estuvo ocupado desde tiempos neolíticos y uno de los pueblos que mejor estableció con ellos poderosas alianzas comerciales fueron los chinos, quienes conocían al país khmer primero como Funan y luego como Chenla. Sin embargo, a nivel religioso, fueron los contactos con la India los que les descubrieron el budismo y el hinduismo, que tanto influirían en la iconografía, arte y arquitectura de Angkor. Fue a partir del siglo VI cuando comenzó el verdadero auge del reino, con el rey Bhavavarman I, y posteriormente el reinado de su hermano y su sobrino, quienes controlaban gran parte del imperio. Insnavarman I fue el primero que comenzó a dibujar las bases de lo que sería el estilo arquitectónico de Angkor, construyendo el templo Sambor Prei Kuk; cuando llegó al trono su hijo, el reino se dividió en pequeños estados y hasta el 654, bajo el reinado de Jayavarman I, no se volvió a reunificar el imperio. Su hija Jayadevi ha sido la única reina que ha tenido Angkor.

La capital del imperio khmer fue alternándose de una ciudad a otra, pasando de Aninditapura a Hariharalaya, entre otras. Tras sangrientas batallas en esta última y la destrucción del palacio real, finalmente se eligió a la zona de Angkor como capital de los khmeres. Pero con ello llegarían tiempos oscuros, guerras fraternales para acceder al trono  y conspiraciones palaciegas dignas de un culebrón venezolano. En cualquier caso, los reyes que fueron llegando tenían algo muy claro: la mejor forma de demostrar su hegemonía era mediante la construcción de templos y más templos. Gracias a sus delirios de grandeza, hoy conservamos un patrimonio arqueológico excelente que pese a su grandeza y extensión , es sólo una sombra de lo que fue el imperio khmer pues fueron incontables los templos que desaparecieron por el camino. No olvidemos que fueron casi ocho siglos los que la civilización khmer se afianzó como una de las más importantes del mundo (con medio millón de habitantes, que eran muchísimos para aquellos tiempos), hasta que Angkor fue abandonado en el año 1327. Imaginaos lo que con tesoros y mano de obra en abundancia pudo dar de sí su arquitectura.

Angkor
El motivo de que muchas estatuas de Buda estén decapitadas es porque sus cabezas fueron robadas y vendidas a coleccionistas

Conociendo los templos khmeres: la religión como centro del universo

La religión, como en otras partes del planeta, era lo que realmente regía la sociedad de la época. Pero ¿cómo explicarles a los indígenas que habían llegado unos nuevos dioses de la India y que era a ellos a quién debían comenzar a rendir culto y regalar sus anhelos, miedos y esperanzas? Fue más fácil de lo que en principio parecía: con poco esfuerzo, Vishnu, Buda y sobre todo Shiva se adueñaron de las plegarias del pueblo llano. En este sentido, la plebe era bastante sumisa y apenas existían sectas discordantes, todo el mundo se plegaba ante las doctrinas de los mismos maestros. Hasta que llegaron los dioses hindúes, los khmeres adoraban a múltiples deidades, héroes humanos que habían alcanzado la divinidad por diferentes motivos y que les protegían de las perniciosas influencias de los malos espíritus. El problema es que pese a que no se abandonó por completo el culto a estos dioses, los templos que se levantaron en su honor fueron construidos con materiales endebles, generalmente madera, por lo que ni uno de ellos logró sobrevivir hasta nuestros días. Y es una lástima porque nos impide disfrutar, arquitectónicamente hablando, de un periodo de Angkor que aún yace en la más absoluta oscuridad.

Los templos khmeres tenían una particularidad y es que no fueron planteados con la intención inicial de ser lugares de reunión para los creyentes sino concebidos como moradas de los dioses. Y no os creáis que eran pocos los «huéspedes»: algunos templos como el de Preah Khan debían alojar a más de 400 divinidades. Los templos contaban con un denominador común: como lugares sagrados que eran, debían tener una torre central (prasat) que representaba al Monte Meru, donde viven los dioses (el equivalente al paraíso cristiano) y esta debía de estar rodeada por prasats menores (menores no sólo en tamaño sino también en ornamentación). Posteriormente, los sucesivos monarcas fueron añadiendo templos anexos a los ya existentes y aunque a los que ahora los recorremos nos podría dar la sensación de un caos incontrolable, todos los recintos tenían su razón de ser en aquella lejana época.

Otra de las curiosidades es que, al igual que hacían los griegos, los khmeres jugaban con las ilusiones ópticas, disminuyendo el tamaño de las torres según lo necesitaran. Pese a la impactante solemnidad de estos templos, no solían ser inaugurados con ceremonias pomposas ni se recordaba el momento en que se colocaba la primera piedra y ello a pesar de que se consideraba que era cuando «se daba vida a las estatuas» (en teoría, «las abrían los ojos»), aunque sí se realizaban diferentes ofrendas. Estas estatuas no debían de ser necesariamente representadas como figuras humanas; por poner un ejemplo, muchas veces al dios Shiva se le representaba con un falo (linga), el símbolo de la fertilidad. El linga se dividía en tres secciones para especificar la trinidad de Brahma y sólo la parte superior, cilíndrica y que representaba a Shiva, era visible.  La segunda sección, octogonal, se dedicaba a Vishnu y la más baja a Brahma.

Pero los templos no se limitaban a relatarnos cómo era la vida de los dioses sino también la de los simples mortales. A través de las escenas cotidianas que se esculpían en los templos, podemos saber que existían «esclavos de dios», aunque la palabra esclavo no se ceñía al significado que le damos actualmente, que las mujeres (como los hombres) a nivel de vestimenta sólo se cubrían la cintura y que constantemente se realizaban ofrendas a los dioses, que solían provenir de los campos de arroz cercanos. También se han encontrado más de mil inscripciones en roca, aunque la gran mayoría se exponen en museos para evitar que sean robadas. Las más antiguas datan del siglo V y los textos están escritos en khmer o en sánscrito. Muchos de ellos son poemas que se dedicaban a los dioses pero también se han encontrado listas con nombres de sirvientes o agricultores: aparecer en estas inscripciones era el honor máximo al que podían aspirar los súbditos.

El descubrimiento de Angkor

Aunque en una demostración vergonzosa de egocentrismo el europeo se atribuye a sí mismo el honor de haber redescubierto Angkor, esto no es cierto. Aunque sus habitantes abandonaran Angkor, Camboya nunca ha olvidado a sus templos y pese a muchos de ellos estar parcialmente devorados por la vegetación, muchos monjes, a lo largo de los siglos, han seguido rindiendo culto aquí a sus divinidades.

Monje Angkor Wat
Pese al turismo, Angkor Wat mantiene intactas sus funciones religiosas: la prueba está en los monjes que encontramos en el interior del recinto

Otra cosa diferente es que los colonizadores portugueses tuvieran interés en estas antiguas ruinas o que el naturista francés Henri Mouhot desatara entre los occidentales esta pasión infinita que ahora muchos sentimos por Angkor pero dichos templos siempre fueron venerados por los camboyanos. Los franceses, que a principios del siglo XX tenían ocupada Camboya, gastaron varios años en explorar las ruinas y también en prevenir derrumbamientos, aunque las técnicas fueran algo rudas; sin embargo, algunos arquitectos como Maurice Glaize realizaron meticulosas restauraciones. Desde 1992, Angkor es Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, lo que ha ayudado no sólo a recibir subvenciones para la conservación sino también para evitar el espolio, ya que fueron muchas las esculturas que se sustrajeron ilegalmente y que a través de Tailandia llegaban a manos de coleccionistas privados.

Angkor Wat

Era inevitable: debíamos comenzar nuestra visita a Angkor por el templo que le ha dado fama a nivel mundial y el más conocido, Angkor Wat. También donde más turistas se congregan, de ello también hemos de mentalizarnos. Su silueta, asomando en la lejanía, justifica tantas visitas: su belleza roza la perfección.

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Angkor Wat, cuyo nombre significa «la ciudad que se convirtió en pagoda», es efectvamente más una urbe que un templo, aunque en la práctica es el recinto religioso más grande del mundo. Fue construido en la primera mitad del siglo XII bajo el reinado de Suryavarman II y está dedicado al dios Vishnu; el monarca también pretendía que fuera su tumba pero jamás fue aquí enterrado, ya que falleció durante una expedición a tierras vietnamitas. Es el mayor templo de todo Angkor (más de kilómetro y medio de lado y cubriendo una superficie de nueve hectáreas) y en su interior llegaron a vivir 20.000 personas. Pese a todas las ruinas que han sobrevivido, imaginemos la grandiosidad de esta ciudad, de la que se ha perdido un 90% (incluido el palacio real, que se encontraría en la parte norte), debido a lo endeble de los materiales que se utilizaron. Hoy en día lo que eran las principales calles de la ciudad están escondidas bajo la vegetación y comidas por la maleza. Otras han sido ocupadas por los cientos de tenderetes donde venden souvenirs o zumos de frutas.

El templo combina dos de los elementos más importantes de la arquitectura khmer: una estructura piramidal y galerías concéntricas. La pirámide, de raíces hinduístas, simbolizaba el centro del universo, equiparando la forma del templo a la del Monte Meru; las galerías permitían el acceso a los edificios colindantes. En realidad Angkor Wat es un microcosmos de lo que significaba el hinduismo y cómo la experiencia de la ascensión espiritual se puede equiparar a escalar una montaña. La estructura, en forma de W, algo no muy común, explicaría que el templo esté dedicado al dios Vishnu. Su orientación hacia el oeste, que simbolizaba la muerte, tampoco era lo habitual, lo que apoya las hipótesis de los arqueólogos que defienden la tesis de que Angkor Wat no sólo fue concebido como templo sino también como monumento funerario.

Para acceder a Angkor Wat, hay que atravesar un foso, cubierto por un puente en el que practicamente vas rebotando (muy curioso caminar por allí): este foso fue construido más de un siglo más tarde que el templo en sí. Las entradas principales eran lo suficientemente anchas como para que por ellas pudieran pasar no sólo grandes multitudes de fieles sino también cualquier tipo de carruaje y elefantes. Es aquí donde se encuentra la estatua del dios Vishnu,  de más de tres metros de altura, que quizás pueda parecer demasiado grande pero la razón se explica en que esta no era su ubicación inicial sino que antiguamente se encontraba en el templo principal.

Desde aquí ya se ve al final del camino la inconfundible silueta de Angkor Wat, esa que miles de turistas vienen a contemplar al amanecer y el anochecer (aunque también se está intentando limitar la afluencia de visitantes a dichas horas por los «atascos humanos» que se originan).. Atrás dejamos las nagas, las serpientes de piedra que tantas veces se han representado en templos hinduistas, budistas y jainistas, las mágicas cobras cuyo poder no es de este mundo. Aunque dependiendo del país la naga tiene diferentes simbologías, en Camboya suele asociársela al arco iris (ya que por este se accede a la morada de los dioses) y a la inmortalidad.

Angkor Wat
Gigantesca naga de piedra a la entrada de Angkor Wat

En la fachada de los edificios de la entrada se conservan esculturas de apsaras, esas doncellas celestiales que en Camboya inspiraron las danzas khmeres, donde las mujeres, vestidas como apsaras, con sus gráciles movimientos nos narran viejas historias de espíritus y dioses.

Bailarinas Camboya
Bailarinas khemeres

Según nos vayamos acercando al templo, contemplaremos en los laterales dos edificios a los que se conoce como «las bibliotecas» ya que aquí se cree que se guardaban manuscritos. Frente a ellos, estanques de aguas serenas, desde donde se obtienen las mejores vistas del templo principal. Estos estanques, de unos cuatro metros de profundidad, ayudaban a mantener la estabilidad de los cimientos en época de lluvias, que en Camboya llegan a ser torrenciales. No creáis que el camino hasta el templo es un mero acceso de entrada: metafóricamente, se pensaba que era un viaje al pasado, a aquellos primeros tiempos en los que el universo fue creado.

Cuando entremos al templo, envueltos en una placentera semioscuridad, accederemos a lo que es el claustro cruciforme que podéis ver aquí abajo. Se creó para poder conectar de una forma armoniosa las galerías de los diferentes niveles; en la parte sur aún se conservan algunos budas de piedra (se conoce a esta sala como «el hall de los mil budas») pero la mayoría de ellos fueron trasladados a museos para preservarlos del vandalismo. Muchos de los que quedaron fueron destruidos por los jemeres rojos: como los talibanes, los fanáticos camboyanos no sólo masacraron a nivel humano sino también cultural.

Angkor

Observándolo desde abajo, el piso superior de Angkor Wat, efectivamente, produce el efecto de tener uno la sensación de encontrarse a los pies de una descomunal montaña. Las escaleras son empinadísimas y pondrán a prueba tus gemelos. La galería que precede a la cumbre se cree que vio en el siglo XV sus puertas taponadas por  estatuas de Buda, ya que se reconvirtió el templo al budismo: hasta el año 1908 no volvió a abrirse la puerta sur.

Los bajorrelieves que podemos admirar en el interior de las galerías han aguantado increíblemente bien el paso del tiempo. Cuesta creer los miles de horas de trabajo que llevó a los escultores la talla de la piedra, especialmente en escenas tan minuciosas como la épica batalla de Kurukshetra, de casi 50 metros de anchura, en la que se relata a golpe de cincel  cómo guerrearon los Pandavas  y los Kauravas. Otro lugar muy interesante para disfrutar de los bajorrelieves es el Corner Pavillion, cuyas narraciones también tienen se nutren de la mitología hindú, así como la Procesión de Suryavarman (de casi cien metros de longitud): en este cuento rocoso podremos ver al mítico rey khmer al frente de sus tropas o rodeado de las mujeres de la corte.

Angkor Wat
Los bajorrelieves de Angkor Wat son la máxima expresión de la pulcritud y la delicadeza

Angkor Wat, que recibe al 50% de los visitantes que llegan a Camboya, es tan importante para el país que hasta aparece en la bandera nacional. La única otra nación que incluye un monumento en su bandera es Afganistán. La silueta majestuosa de Angkor Wat también aparece en los billetes camboyanos. Su importancia para la economía de Camboya es similar a la que tienen las pirámides para Egipto: quién les iba a decir a aquellos trabajadores (300.000), que ayudados por 6.000 elefantes y que cargaron con más de cinco millones de toneladas de piedra, traidas del monte Phnom Kulem, a más de 50 kilómetros, durante treinta y cinco años, que siglos después vendrían a ver su obra millones de viajeros de todo el mundo. Las mayores aglomeraciones se producen (da igual lo mucho que madrugues) en los alrededores del templo madre, precisamente donde sacamos esta foto de abajo. Sólo un dato: si a mediados de los años 90 menos de diez mil personas al año visitaban Angkor Wat, hoy lo hacen casi tres millones. Para subir a la torre principal, el Santuario de Bakan, hay que esperar colas durante varias horas.

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Angkor Wat, cuyas ruinas evidencian la grandiosidad de una ciudad que llegó a ser tan extensa como Berlín, es mucho más que un monumento: es el alma y el corazón de Camboya. Por eso conocerlo, tocarlo y sentirlo de cerca es una de las emociones más intensas que puede sentir un viajero. Una experiencia que os recomiendo que, de un modo u otro, intentéis disfrutar alguna vez en vuestra vida. Porque es pura magia.

3 comentarios

  1. Hola ! Recomiendas hacer la visita con guia oficial o es suficiente conductor de tuk tuk que te explique algo en español ?

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