Hacía unos cuantos años ya que no bajábamos a la zona de Almería, pese a que en mi opinión tiene algunos de los paisajes más fascinantes de nuestro país. Pero como siempre comento, se nos acumulan los viajes y a menudo no sabe muy bien una cómo repartirse. Así que esperamos a que pasara el verano para quitarnos de en medio las altas temperaturas, realmente asfixiantes, con las que el estío castiga a esta zona (Almería tiene el honor de contar con el único desierto que existe en Europa, de dos mil kilómetros cuadrados) y planificamos una escapada de cinco días a mediados de Septiembre. Esta vez pasaríamos por alto la capital, que ya conocía, para centrarnos en Tabernas y la zona del Cabo de Gata.

Viaje Almeria

La idea de ir a Tabernas venía porque tanto a Juan como a mí nos apasiona el cine y en este pequeño pueblo almeriense se encuentra un lugar realmente peculiar: los estudios de cine al aire libre donde desde mediados de los años cincuenta se han rodado cientos de películas, preferiblemente westerns. Fue el director Sergio Leone quien se dio cuenta que no hacía falta viajar a Estados Unidos para recrear lo que eran los antiguos pueblos del oeste: en Almería el paisaje árido era similar al de California (en el desierto de Tabernas apenas caen unos milímetros de lluvia al año) y así no se disparaba el presupuesto. «Por un puñado de dólares», «La muerte tenía un precio», «Hasta que llegó su hora» (una de las películas fetiche de Tarantino) o «El bueno, el feo y el malo» fueron algunos de los westerns más conocidos aquí rodados (y hasta la parodia de Fernando Esteso «Al este del oeste»). Pero también se han grabado películas de otras temáticas como «Lawrence de Arabia», «Cleopatra», «Conan el Bárbaro», «Exodus» o «Indiana Jones y la última cruzada». Y por estos parajes se han paseado personajes de la talla de Orson Welles, George Lucas, Charles Bronson, Sean Connery, Michael Caine o Anthony Quinn, por no hablar de Clint Eastwood, quien recuerda con mucho cariño sus rodajes en España, como comenta en el documental «Sad Hill Unearthed», donde también aparecen Metallica, que desde hace años usan la banda sonora de «El bueno, el feo y el malo» como apertura de sus conciertos. En total, han sido más de trescientas películas las aquí grabadas.

El problema de los pueblos de esta zona es que corren el riesgo de acabar abandonados definitivamente debido al éxodo de los más jóvenes a las grandes ciudades. Por dicho motivo, es bueno que haya iniciativas como la del American Western Film Festival, que desde hace siete años reúne a profesionales de la industria del western y a fans venidos de todo el mundo para rendir tributo no sólo a las películas del oeste de toda la vida sino también a ese subgénero tan particular que fue el spaghetti western y que se conocía por ese nombre porque la mayoría de las producciones eran italianas (las españolas tenían un nombre aún más surrealista, las chorizo western). Quizás a los chavales de ahora les parezcan películas baratas, con pocos medios y actores pésimos pero en su época este tipo de films tuvo mucho éxito y además, fueron el germen de esa saga de películas divertidísimas que protagonizaron Bud Spencer y Terence Hill ¡recuerdo como si fuera ayer cuando mis padres me llevaban a ver al cine las pelis de estos dos entrañables italianos con nombres americanizados, es que eran la bomba!

Preferimos llegar a Tabernas el viernes y dormir allí para así levantarnos pronto el día siguiente y aprovechar toda la mañana en los estudios (elegimos el hostal El Puente en pleno centro del pueblo, precio de la habitación 38 euros). En Tabernas existen varios estudios, como el Oasys o el Western Leone, pero antes de ir, indagamos y el que nos parecía más interesante era Fort Bravo, que fue en el que estuvimos y que además tienes los escenarios del Oeste más grandes de todo el Viejo Continente. Tienes que meterte por una carretera polvorienta para llegar hasta él (es lo suyo) pero luego allí no hay problema para aparcar. La entrada cuesta 19 euros por persona y lo cierto es que nos pareció muy bien pagada: erróneamente íbamos con la sensación de que quizás los escenarios podían ser un poco cutres, de cartón piedra, pero nada más lejos de la realidad, el pueblo es de carne y hueso (o de piedra y cemento) y mucho más grande de lo que esperábamos. Está dividido en dos partes, el pueblo mexicano y el típico pueblo del oeste. Como veréis en las fotos de abajo, no le faltaba detalle ninguno: la oficina del sheriff, las tiendas de abastos, la cantina, el fuerte (que es enorme), la iglesia, la horca… ¡hasta un poblado de tepees indios!

Cuando comentamos que gastas una mañana entera en los estudios, no es por decir: hay mucho para ver. Pero es  que además hacen dos pases a lo largo de la mañana en los que podrás ver a las figurantes bailando cancán y a los extras vestidos de vaqueros haciendo unos números divertidísimos, hay que ver lo que nos pudimos reír con sus ocurrencias. Lo cierto es que hasta que Alex de la Iglesia rodó «800 balas» los estudios habían vivido una época de decadencia pero la película les volvió a dar notoriedad y si vas en fin de semana hay un montón de visitantes: sin lugar a dudas los niños son los que más disfrutan. Pero reconozcámoslo, los adultos no nos quedamos atrás, sobre todo porque los extras animan a la gente a participar en sus chanzas y se te hace la jornada muy amena. Al menos nosotros salimos contentísimos presenciando sus tiroteos, el asalto al banco y los graciosísimos diálogos que se marcan entre ellos.

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Para los siguientes días, escogimos como base el pueblo de Carboneras, donde alquilamos un apartamento (los Sol Andaluz, 60 euros noche, pegados a la playa), ya que en sus alrededores hay algunos de los paisajes más espectaculares del Cabo de Gata. Este bellísimo parque natural de origen volcánico cuenta con infinidad de calas y pequeñas playas, a cual más fascinante. Una de ellas, la Playa de los Muertos, ha sido escogida durante tres años consecutivos como la mejor de España por los lectores del diario «20 minutos». Y allí que nos fuimos a gastar uno de los días. Porque, advertimos, venir aquí es para estar varias horas: su acceso es complicadísimo, bajando una pendiente entre montañas que luego has de volver a subir (échale media hora de bajada y otra de vuelta) pero el esfuerzo merece la pena. Al ser paraje protegido (es decir, nada de chiringuitos ni bares ni nada que estropee el paisaje) ofrece una de las estampas marítimas más bonitas de toda Andalucía. Pero que no te engañen sus aguas cristalinas: si se llama la Playa de los Muertos, es precisamente porque antiguamente llegaban aquí los cadáveres de muchos naufragados, estas aguas son realmente traicioneras. Juan se metió a nadar un rato y luego las pasó canutas para poder salir luchando contra la corriente. Eso sí, la tranquilidad que da su larguísimo kilómetro de playa no hay dinero que lo pague.

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Playa de los Muertos

Otro de los pueblos que os aconsejamos visitar es Níjar. A los que os guste García Lorca os sonará porque en las inmediaciones del Cortijo del Fraile se produjo el crimen pasional que inspiró al poeta granadino para su obra «Bodas de sangre». Níjar, con los restos de su atalaya árabe en lo alto de una colina, encarna al típico pueblo almeriense de casitas blancas cubiertas de macetas con flores y además son conocidas sus tiendas de alfarería y jarapas (las jarapas dicen que son las mejores de España después de las de Pampaneira). Además, cerca de Níjar tenéis el bonito pueblecito de la Isleta del Moro, el típico pueblo blanco de pescadores con barquitas de madera azuladas. En ambos pueblos podréis aprovechar para atreveros con las tapas, que es una de las cosas que más nos gusta de Almería, que comes de fábula por cuatro duros: quien dice cuatro duros, dice seis o siete euros por cabeza, no os exageramos. En Níjar estuvimos comiendo al solecito en el restaurante Pata Negra, muy recomendable.

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Las fabulosas vistas de las costas del Cabo de Gata

De camino a Mojácar nos dimos de bruces con esa aberración que es el hotel El Algarrobico. Considerado como el perfecto ejemplo de lo que la especulación urbanística ha hecho en nuestro litoral, permitiendo que la complicidad entre políticos corruptos y empresarios se salte a la torera la ley de costas y se levanten hoteles mastodónticos en espacios protegidos, el Algarrobico es una mole de más de 400 habitaciones construido a sólo quince metros del mar, en terreno no urbanizable y en mitad del parque Natural Cabo de Gata. Tiene en su contra más de veinte sentencias judiciales y aún así, varios años después de que se ordenara su demolición, ahí sigue en pie, dando muestras de hasta donde llega la avaricia del hombre.

Teníamos muchas ganas de acabar nuestro viaje en Mojácar, considerado uno de los pueblos más bonitos de toda Andalucía. Y ahí diferenciamos entre Mojácar playa (que tampoco se aleja mucho de otras tantas localidades costeras españolas) y el precioso Mojácar pueblo. De hecho, si queréis bajar a bañaros, yo os aconsejo que vayáis a una pequeña playa que está sólo tres kilómetros antes de llegar a Mojácar y en la que no hay nadie: cuando estiramos nuestras toallas, éramos los únicos bañistas junto a un jubilado y su perro ¡qué maravilla! Sin embargo, luego llegabas a la playa de Mojácar y ahí que te la encontrabas llenita de sombrillas.

Nos habían hablado muy bien de Mojácar pero todas las palabras nos parecen pocas para describir lo muchísimo que nos gustó. En lo alto de una montaña de la Sierra de Cabrera se alza esta pequeña villa de casas blancas y azules y callejones estrechos, una estructura laberíntica que rememora su pasado árabe. Nosotros recomendamos que busquéis alojamiento en el pueblo, no en la playa, ya que es ahí donde reside su verdadero encanto. Y elegimos quedarnos en el Hostal Arco Plaza, que probablemente sea el más bonito de todo el pueblo, con un ambiente rústico incomparable, unas habitaciones preciosas y una terraza-azotea grandísima para nosotros solos con unas vistas privilegiadas a la Plaza Nueva, el corazón de Mojácar donde se acumulan las terrazas y la gente pasea al caer la noche para sentarse en el mirador. Su dueño, amabilísimo, nos recomendó la tienda de un amigo donde se vendía cerveza artesanal para que pudiéramos traernos algunas al hostal y además nos regaló un par de colgantes del indalo, una figura rupestre que representa a un hombre con un arco, que se encontró en la Cueva de los Letreros y que, como sinónimo de buena suerte, hoy es el símbolo más significativo de Mojácar, verás que en todas las tiendas de souvenirs lo representan en un montón de productos e incluso podrás encontrarlo en los mosaicos de algunas calles. Como curiosidad, comentar que en la película «Conan el Bárbaro», que como dijimos antes se rodó en Almería, a Arnold Schwarzenegger le decoraban el cuerpo con multitud de indalos.

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Almería, como Córdoba o Granada, fue una de las provincias más importantes de los diferentes califatos que gobernaron en Al-Andalus y Mojácar fue en dicha época cuando vivió su época de mayor boato. De hecho, el alcaide del pueblo fue el único de la zona que se negó a rendirse ante la llegada de los Reyes Católicos y de esta hazaña deriva la celebración de las fiestas de Moros y Cristianos, que en Mojácar se vive con la misma intensidad que en otros muchos pueblos de Levante.

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Aunque a priori Mojácar parezca pequeño, lo cierto es que tiene mucho para ver y es una delicia pasearse por sus angostos callejones cuando comienza a disiparse el calor. Las casas se agrupan alrededor de empinadas cuestas, creando rincones que dejan con la boca abierta a los visitantes, desde la Plaza del Ayuntamiento, con su ficus centenario que llegó de América, a la preciosa Plaza de Parterre con sus arcos moriscos (se cree que aquí se hallaba un cementerio árabe). La iglesia de Santa María, a cuya entrada se encuentra la Estatua a la Mojaquera, en honor a las mujeres del pueblo, la Fuente de Mojácar, también de origen árabe, la Casa Museo La Canana (perteneciente a una antigua comerciante de tabaco y que representa cómo era la vida en Mojácar a principios del siglo XX), la Puerta de la Ciudad (que tanto recuerda a las aldeas marroquíes), el Mirador del Castillo o el Barrio del Arrabal, el barrio judío que data del siglo XVI y que con diferencia es el más bonito de Mojácar, deben ser algunas de tus paradas imprescindibles. En los alrededores cuentas además con la Torre de Macenas, una fortaleza del siglo XVIII desde la que se vigilaba el litoral, y la Torre del Peñón.

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Por último, y antes de acabar con este artículo, dos recomendaciones en Mojácar. La primera, el restaurante La Ermita, en pleno centro, precioso local con buenas vistas, mejores precios y delicioso pescado. Pero lo mejor fue encontrar por casualidad BaRpública. Ibamos dando un paseo y de repente vimos en un local un cartel que decía «si estás en paro y no recibes ningún tipo de prestación social, te invitamos a un plato de comida». Sólo por esa bonita iniciativa, decidimos entrar a tomar algo. Y vaya agradable sorpresa entrar y encontrarte un acogedor local que preside una gran jarapa con la bandera de la Segunda República, mejor lugar no podíamos encontrar para cenar. Su dueño, Carlos, un argentino encantador que nos contó como Mojácar, tras una época de desgracia en la posguerra, comenzó a repoblarse con extranjeros en los años sesenta, se declaró orgulloso como el único concejal de izquierdas del ayuntamiento. Nos brindó con diferencia la noche más bonita de todo el viaje, asesorándonos sobre las cervezas artesanales que allí vendía (nos trajimos a casa la de La Pasionaria) y nos dejó un inmejorable sabor de boca de nuestro paso por tierras almerienses.

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