Hace unos meses, en una de las entrevistas que me hicieron para otro blog de viajes, una de las preguntas que me hacían era «¿cuál es tu ciudad española favorita?». Reconozco que decantarse por un solo rincón de este fabuloso país donde vivimos es tarea ardua. Mi corazón siempre tiende a dividirse entre tres: Madrid (soy madrileña de pura cepa y pese a la contaminación, el tráfico y las aglomeraciones ¡cada día estoy más enamorada de mi ciudad!), Barcelona y la embriagadora herencia modernista que nos dejó Gaudí y la ciudad que en la entrevista al final acabé escogiendo como mi debilidad absoluta: Sevilla. Como bien comentaba en dicha entrevista, si un extranjero me preguntara a qué lugar le recomendaría ir nada más pisar España, Sevilla sería la elegida.

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Acaso porque es la que mejor representa lo que el que viene de fuera busca en nuestro país: sol, cultura, buena gastronomía, gente abierta y flamenco. De los toros no digo nada porque yo como bien sabéis soy antitaurina acérrima, es un lado oscuro de la ciudad que intento obviar siempre que la visito (como intento obviarlo en tantos otros sitios de nuestro país, que el camino hasta la abolición va a ser largo y tedioso). Pero dejando ello aparte, lo cierto es que ese soniquete que ha popularizado a la perla del Guadalquivir, «Sevilla tiene un color especiaaaal», en este caso no es un tópico sino una realidad: Sevilla es única.

Tenía muy pendiente dedicarle un artículo a Sevilla ya que probablemente es de las ciudades que mejor conozco en nuestro país. El motivo es que durante cuatro años viví en Huelva, que se encuentra a sólo 88 kilómetros (apenas una hora de coche), y eran muchos los fines de semana que íbamos a pasarlos en una ciudad que para mí es pura magia. En cualquier época del año, incluso en verano cuando las temperaturas rayan lo humanamente insoportable, Sevilla se encuentra plagada de turistas (japoneses y norteamericanos principalmente), lo que invita a recordarte por qué esta ciudad tiene fama mundial y por qué cuando muchos extranjeros sueñan con visitar España, el primer lugar que les viene a la cabeza es Sevilla y ya se ven en su imaginación rodeados de bailaoras zapateando al grito de ¡olé!

Sevilla, efectivamente, puede asociarse a todos esos tópicos, tanto buenos como malos, que inevitablemente rodean a nuestro país y que yo siempre intento tomarme con el mejor humor posible (aunque a veces me cueste cuando muchos guiris (no todos) se creen que aquí nos pasamos el día de cachondeo y con una jarra de sangría en la mano). En ese sentido, aprovecho para recomendaros un libro que he leído hace poco, «De Detroit a Triana», en que Ken Appledorn (el marido de Jorge Cadaval de Los Morancos) relata entre risas como un redneck americano (es decir,él) se ve de repente un día, tras haber decidido venirse a estudiar a España, en el salón del minúsculo piso de una bulliciosa familia trianera ante un señor que en el televisor hablaba un lenguaje ininteligible y que respondía al nombre de Chiquito de la Calzada. Y es que pese a que me encanta devorar libros que hablen sobre todos esos países maravillosos que nos esperan ahí fuera, también me divierto muchísimo descubriendo la cara que se les queda a muchos extranjeros ante las curiosas costumbres que aquí nos gastamos.

Sevilla Flamenco

A Sevilla se puede ir en cualquier época del año menos en dos, a no ser que lo tuyo sea el masoquismo: verano y Semana Santa. Yo el verano siempre intentaba evitarlo porque ya sé en lo que se convierte la ciudad a partir del mes de Junio pero curiosamente esta última vez que hemos estado, no nos quedó otra que ir en Agosto a 40 graditos a la sombra y ya no recordaba lo que era andar por esas calles totalmente deshidratados: comprábamos botellas de agua helada cada media hora. Recuerdo que un sevillano nos comentaba que pese a que los que viven allí están más que acostumbrados…»¡ezto no hay quien lo aguante, ozú!»

No os creáis por ello que el turismo decae en dichas fechas, al contrario. Agosto es mes de vacaciones en nuestro país y en las terrazas no cabía un alfiler. En cuanto a la Semana Santa, yo como soy una atea de tomo y lomo, pues huyo de este tipo de festividades fanáticas ya no sólo en Sevilla sino en cualquier ciudad de España. Pero es que en la antigua Híspalis la Semana Santa se vive con un fervor casi enfermizo y las aglomeraciones de gente llegan a niveles altamente perjudiciales para la salud física y psíquica, con calles cortadas y precios de alojamiento intocables. ¿Mi consejo? Otoño e invierno. En invierno casi siempre hace buen tiempo y yo más de un mes de Diciembre he estado paseando casi en manga corta.

En cuanto a llegar allí, tenemos tres opciones (y he utilizado las tres). Desde Madrid, la más cómoda y rápida es el AVE. Reconozco que el viaje es una gozada, en vagones preparadísimos, y el viaje se te pasa en un suspiro: el inconveniente es que los billetes suelen estar bastante caros. La segunda opción es el avión, aunque aquí la desventaja es que no suele haber tanto tráfico aéreo como en otros grandes aeropuertos españoles como Barajas o El Prat: aún así, ha habido veces que he hecho con Vueling el trayecto Sevilla-Barcelona por sólo 20 euros ida y vuelta. Además, el aeropuerto está bastante bien comunicado con la ciudad, con la línea EA, cuyo billete cuesta 4 euros, y te presentas en la Plaza de Armas en apenas 30 minutos (hace paradas previas, entre ellas en la estación de Santa Justa, lo que viene genial para enlazar con el AVE).

La tercera opción, la que más he usado, es el coche. Desde Madrid y si tienes suerte de no coger tráfico a la salida, te presentas en Sevilla en apenas cinco horitas. Ya allí, puedes dejar aparcado el coche (si te es difícil encontrar aparcamiento en pleno centro, te recomiendo que busques por la zona del Paseo de las Delicias, que nosotros siempre solemos encontrar hueco allí) e ir andando a todos los sitios: aunque el centro histórico sevillano es bastante extenso (recuerda que hablamos de la cuarta ciudad más grande de España), esta es una ciudad para caminarla de arriba a abajo y más cuando el buen clima y el sol luciendo suele ser la tónica habitual.

En cuanto al alojamiento, casi siempre que íbamos a Sevilla nos quedábamos en casa de una amiga que vivía allí pero aún así voy a recomendaros el último hotel en el que estuvimos, ya que quedamos encantados. Teniendo en cuenta que en el centro incluso los hostales suelen ser bastante caros (es lo que tiene ser una ciudad tan turística en cualquier época del año), no es mala opción salirse un poco del meollo a la hora de dormir. Nosotros escogimos esta última vez el hotel Sercotel Doña Carmela, un tres estrellas bastante majete en el barrio de Bellavista (apenas diez minutos en coche desde el centro). Puedes aparcar sin problema en la misma puerta, habitaciones muy bien equipadas, personal amabilísimo y aunque no se incluye el desayuno, tienen un restaurante donde se come estupendamente y a precios asequibles.

¿El precio? 39 euros por la habitación doble (eso en el mes de Agosto, que supongo que con el calorazo bajan los precios; en invierno, dependiendo de cuando viajes y que no te coincidan puentes, los precios pueden variar entre los 45 y 70 euros, aún así, buena alternativa). Si quieres, eso sí, ir a lo grande y puedes permitírtelo, otra de las mejores opciones es el hotel Las Casas de la Judería (precio medio de la habitación doble 150 euros), donde llegó a estrenar una de sus 134 habitaciones Stephen King (no hay ninguna habitación igual a otra) y que es en realidad un complejo de 27 casas unidas por pasadizos y patios interiores: conservan hasta restos de una antigua muralla y uno de los mejores spa de Sevilla, Las Termas de Híspalis.

Analizados ya los datos prácticos de alojamiento, transporte y época elegida, vámonos a descubrir Sevilla. Una maravillosa ciudad que debería ser un destino imprescindible en la vida de cualquier viajero. Como os digo, han sido muchas las veces que la he recorrido y nunca deja de sorprenderme, especialmente por esa chispa de la que siempre se vanaglorian los sevillanos: la cara que se me quedó la última vez que estuve allí y vi las traducciones surrealistas que han hecho para los turistas de expresiones tan suyas como «me gusta una jartá» o «este plato quita el sentío«. Aunque hubo mucha gente que criticó la iniciativa, a mí la verdad que me pareció un reclamo turístico de lo más ingenioso.

Pabellón Mudéjar Parque María Luisa Sevilla
Pabellón Mudéjar en el Parque de María Luisa

Vamos a comenzar nuestro recorrido de este a oeste, precisamente por uno de los lugares que más me gusta de Sevilla: el Parque de Maria Luisa. Si visitas la ciudad en verano, es el mejor oasis que vas a encontrar para poder refugiarte del abrasador sol andaluz. Fue el primer parque urbano que se construyó en España hace más de un siglo y para mí continua siendo de los más bonitos. Y es que más que un parque parece un frondoso jardín botánico en el que pueden admirarse más de 250 especies de plantas, traídas de los cinco continentes, y pasear bajo la sombra que ofrecen sus 3.500 árboles, entre los que destacan las palmeras o los altísimos eucaliptos.

Por cierto, que hace unos años, dichos árboles fueron los protagonistas de un evento cultural precioso, Los Árboles Parlantes: Voces de Guatemala, en el que mediante un dispositivo de sonido, los árboles «recitaban» poemas de escritores guatemaltecos. Durante diez años, de 1912 a 1922, el parque vivió una intensa remodelación con motivo de la Exposición Iberoamericana (ya veis que la primera no fue la de 1992) y de dicha época son algunos de sus rincones más exuberantes.

Parque Maria Luisa Sevilla

Es este un parque en el que abundan las glorietas: la de Bécquer, con su busto en homenaje al escritor y esa fabulosa escultura que es «El Amor Herido», la de Luca de Tena (donde antiguamente se vendían periódicos), la Glorieta de los Toreros con sus llamativos azulejos, la de Luis Montoto con su vistosa fuente azul, la de San Diego, la de Aníbal González, la de Cervantes (una de mis favoritas, con azulejos que retratan escenas de «Don Quijote de la Mancha»), la de los Lotos y su estanque, la de Ofelia Nieto, la de Covadonga… Como comento, son muchas y todas preciosas.

En el coqueto Monte Gurugú podrás disfrutar de panorámicas del parque, relajarte arropado de la tranquilidad que impera en la Isleta de los Pájaros (donde se cuenta que el rey Alfonso XII declaró su amor a María de las Mercedes), sentarte en la Fuente de las Ranas, que ha servido de inspiración para muchos otros patios sevillanos, o pasear por otro de mis rincones favoritos, la Plaza de América, esa impresionante explanada flanqueada por palmeras en la que las palomas vuelan entre el Pabellón Real, el Museo de Artes y Costumbres Populares y el Museo Arqueológico.

Desde el parque nos vamos a ir dando un paseo hasta uno de los lugares más fotografiados de toda Sevilla. Y no nos extraña porque pese a la de veces que la hemos visitado, nos sigue impresionando como el primer día: hablamos de la Plaza de España. Tardó en construirse catorce años y pocos nos parecen para lo que significa la magnitud de la obra. Una ría semicircular, que cruzan varios puentes llamados como los antiguos reinos de España (Castilla, León, Aragón y Navarra) permite el paseo de barcas y los soportales ayudan a huir del calor mientras admiramos los escudos de todas las provincias españolas, aquí representadas. Con un diámetro de casi 200 metros cuadrados, la plaza está custodiada por dos torres, la Norte y la Sur, y en ella destacan, aparte de los coloridos bancos provinciales, las recargadas farolas y los bustos de 48 personajes relevantes como Quevedo o Velázquez.

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Plaza de España

Muy cerquita de la Plaza de España, yéndonos  hacia la Glorieta Marineros Voluntarios, tenemos uno de los edificios más sorprendentes de la capital andaluza: el Costurero de la Reina. El primer edificio neomudéjar de Sevilla, un palacete en miniatura que sorprende encontrar en las calles sevillanas y que parece extraído de un libro de cuentos caballerescos.

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Costurero de la Reina

Justo al lado, tenemos el Casino de la Exposición, uno de los centros culturales más importantes de la ciudad (aquí se ha celebrado la Bienal de Flamenco) y el Teatro Lope de Vega, donde se representan algunas de las obras más importantes que llegan a Sevilla. Cruzando el Paseo de Palos de la Frontera, nos topamos con la Universidad, la más importante de Andalucía, donde han estudiado escritores tan importantes como Pedro Salinas, Juan Ramón Jiménez o Jorge Guillén. La sede de la Universidad se encuentra en lo que era la Real Fábrica de Tabacos, uno de los edificios más bonitos de toda Sevilla.

Tomamos la Avenida de la Constitución y en vez de tirar hacia el margen del río Guadalquivir, que recorreremos más adelante, giramos a nuestra derecha y llegamos a otro de los edificios sevillanos más importantes, el Archivo General de Indias, que con sus palmeras hace buen honor a su nombre, al recordarnos a esas exóticas casas de los indianos. Tengamos en cuenta que se construyó para poder acoger toda la documentación, miles y miles de escritos, referentes a la colonización de América, por lo que no hay un lugar en España que guarde más información detallada de lo que supuso el descubrimiento de dicho continente. Actualmente permite la visita gratuita, aunque recuerda que los domingos cierran un poco más pronto, a las dos de la tarde.

Estamos ya en la Catedral, la mayor iglesia gótico-cristiana del mundo. Prepárate, eso sí, a verte rodeado de multitudes en las plazas Vírgen de los Reyes y Triunfo, ya que aquí es donde se concentra mayor número de turistas: nadie quiere perderse uno de los edificios religiosos más extraordinarios de nuestro planeta que, no podía ser de otra manera, tiene el título de Patrimonio de la Humanidad. Ubicada sobre lo que en época musulmana fue una gigantesca mezquita de la que aún se conserva la Puerta del Perdón (que tanto nos recuerda a esas bonitas puertas árabes de La Alhambra granadina), hoy en día lo que destaca por encima de todo lo demás es La Giralda, cuyo nombre ya habla por sí mismo: a excepción de las torres de la Sagrada Familia o de la Catedral de Santiago de Compostela, pocos templos cristianos pueden competir en lo que a belleza se refiere con esta torre de casi cien metros de altura que ha podido conservar, pese al paso del tiempo, su cuerpo almohade, aunque esté rematada por un campanario renacentista.

Inspirada en la mezquita de La Koutoubia, mi rincón favorito en Marrakech, ella misma sirvió de modelos para otras «giraldas» en el mundo, como la de Kansas o la del pueblo de L’aborc en Tarragona. En cuanto a la Catedral, compuesta por cinco naves y veinticinco capillas, aparte del Patio de los Naranjos, puede visitarse previo pago de nueve euros. Aviso: las colas para entrar son kilométricas.

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Catedral de Sevilla

Es hora de recorrer, abanico en mano, los que para mí (y supongo que para muchos) son los barrios más encantadores de toda Sevilla: los de Santa Cruz y San Bartolomé, es decir, donde se ubicaba la antigua judería. Esta se encontraba separada del resto de la ciudad por una muralla, hasta que en 1391 los cristianos tomaron el barrio, acusando a los judíos de ser unos usureros que se aprovechaban de la necesidad de los demás, les incautaron sus viviendas y los judíos huyeron de Sevilla o se mudaron, obligados, a otras partes de la ciudad. Sesenta años más tarde, y ante la llegada masiva de judíos de Toledo, el rey Alfonso X donó a los judíos tres mezquitas para que las convirtieran en sinagogas y que hoy en día son las iglesias de Santa Cruz, San Bartolomé y Santa María la Blanca; en esta última, aún se pueden apreciar dos fustes romanos con capiteles visigodos y su interior barroco es uno de los más fascinantes de Andalucía.

Los judíos volvieron a vivir en paz en el barrio, sobre todo bajo el reinado de Pedro I, hasta que los cristianos volvieron a tomarla con ellos a mediados del siglo XIV. Sevilla había vivido en sus carnes la fiereza de la peste negra y sus habitantes, deprimidos por las pérdidas de familiares y amigos y más pobres que nunca, necesitaban una cabeza de turco, de nuevo la comunidad hebrea. A finales de siglo llegaría una matanza atroz en la que cuatro mil judíos fueron asesinados por sus propios vecinos, que aprovecharon también para saquear sus tiendas: apenas quedaban judíos ya en Sevilla y la llegada de la Inquisición años después obligó a huir a los que aún se resistían a abandonar su hogar.

Aunque queda muy poco de la antigua judería (se encontraron restos de la necrópolis en excavaciones recientes), el pasado histórico es la excusa perfecta para perderse en uno de los barrios más bonitos de toda Andalucía. Podemos encontrar en la calle Mármoles tres columnas romanas de un templo del siglo II, escapar de los grupos de turistas en la escondida Plaza de Santa Marta (para mí un lugar muy especial, tan recogidita y silenciosa con sus naranjos en flor), caminar por el Callejón del Agua, parar a tomar unas raciones en la calle Mateo Gagos, donde abundan las terrazas bulliciosas (para nosotros, uno de los mejores sitios en esta calle es Casa Román), admirar el Palacio Yanuri (que aunque hoy es un banco, fue donde nació el premio Nobel Vicente Aleixandre) o la poco conocida torre almohade de Abdel Aziz, descansar en los Jardines de Murillo (otro de mis rincones favoritos), fotografiar la escultura dedicada a ese Casanova literario que fue Don Juan Tenorio en la Plaza de los Refinadores o ir hasta la Casa de Pilatos y el Palacio Arzobispal, tomarnos un vino dulce en la Plaza de los Venerables o descubrir las bonitas plazas de Doña Elvira o de la Alianza.

No dejes tampoco de ver la casa Pickman con su atractiva y recargada fachada, que además en su parte trasera conserva la puerta más estrecha de la ciudad, o dar una vuelta hasta el Palacio de Villapanés, que aunque actualmente es un hotel, siempre puedes colarte a echar un vistazo al elegante interior de este edificio del siglo XVIII, y ojear al precioso patio que hay en la calle Ximénez Enciso. Santa Cruz es un barrio único, de calles estrechas y macetas en las ventanas, el auténtico corazón sevillano, cuya belleza inspiró óperas como «El Barbero de Sevilla» y que ha sabido conservar su encanto como pocos lugares en nuestro país.

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Barrio de Santa Cruz

En el barrio de Santa Cruz, los amantes del flamenco tienen una visita imprescindible en el Museo del Baile Flamenco, apadrinado por una de las mejores bailaoras de la historia, Cristina Hoyos, y ubicado en un edificio del siglo XVIII. Cristina ha sido la encargada de coordinar las coreografías de los espectáculos que se celebran cada día a partir de las 20:00 y cuya entrada cuesta 20 euros: creemos que es el mejor sitio que podemos recomendarte si quieres disfrutar de flamenco puro y duro y no de otros engañabobos para turistas (que, por desgracia, en Sevilla también los hay). También es recomendable el Centro Cultural Casa de la Guitarra, con tarifas algo más baratas (17 euros).

Ya que estamos por esta zona, vamos a aprovechar para visitar los Reales Alcázares, otro Patrimonio de la Humanidad que ultimamente ha servido de decorado en películas como «Alatriste» o la serie «Juego de Tronos» y que junto a la Alhambra granadina y la mezquita de Córdoba es en mi opinión uno de los grandes tesoros arquitectónicos de Andalucía. Consta de varios edificios y palacetes de diferentes épocas (aún se conservan, por ejemplo, restos del palacio islámico como el Patio del Yeso), entre los que sobresalen el Palacio Gótico y el Palacio Mudéjar, así como sus jardines (con nombres tan exóticos como el de Mercurio o el de Troya) y sus preciosos patios: para mí el más bonito es el de las Doncellas, que tanto recuerda a la Alhambra. La entrada cuesta 9,50 euros pero no te despistes porque el aforo del monumento es de sólo 750 personas.

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Reales Alcázares

En la Plaza Nueva tenemos otra visita recomendable, la del Ayuntamiento (martes, miércoles y jueves de 17,30 a 18,00), que tiene la curiosidad de tener la efigie de Grace Kelly tallada en su fachada, y en la terraza del Hotel Inglaterra podremos tomar una cerveza mientras disfrutamos de las mejores panorámicas de Sevilla. Yéndonos hacia la Plaza de la Maestranza, tenemos el Hospital de la Caridad y desde allí nos iremos a otra de las imágenes que mejor representa a Sevilla, la de la Torre del Oro (de niña recuerdo que mis padres tenían en casa una botella con su forma y siempre soñaba con verla en persona). Hoy sede del Museo Naval (entrada 3 euros), esta antigua torre árabe luce majestuosa, sobre todo de noche, en la ribera del río Guadalquivir.

Como curiosidad, comentar que en Sevilla también hay una Torre de Plata (en la calle Santander) y una Torre de Bronce, aunque de esta última sólo se conserva la base. Por cierto, te recomiendo que ya que estás en el Paseo de Colón, hagas una parada un poco más adelante en los bonitos Jardines de Montesinos, que mucho visitante desconoce y para mí es un rincón muy especial.

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Torre del Oro

Sevilla es una ciudad de palacios, qué duda cabe. Ahí tenemos como ejemplos el Palacio de Monsalves, el Palacio de Altamira, el del Marqués de la Montilla o el de los Marqueses de Algaba. Y acaso uno de los más bonitos sea el Palacio de las Dueñas (entrada 8 euros), propiedad de la Casa de Alba. Conserva algunos de los patios más exuberantes de la ciudad, así como una capilla y caballerizas, por no hablar de las incontables obras de arte de autores como Sorolla o Romero de Torres: la Casa de Alba no sólo es de las más ricas de nuestro país sino la que más títulos nobiliarios atesora, se dice que la fallecida Cayetana de Alba era el único personaje ilustre al que por títulos nobiliarios debería ceder el paso el propio monarca.

Otro de los palacios más recomendables es el Palacio de la Condesa de Lebrija, cerca de la calle Sierpes, una de las más comerciales de la ciudad y siempre llena de paseantes. Aquí podrás admirar algunas de las fachadas más bonitas de Sevilla, como las de la relojería El Cronómetro o el bar Robles Laredo. Cerca también tienes la Iglesia de San José, cuyo interior es tan recargado (hay que ver lo que les gusta a los sevillanos todo lo que brille) que casi necesitas gafas de sol.

Las Setas de Sevilla (o Metrosol Parasol, como prefieras llamarlo) es la mayor estructura de madera del mundo y probablemente el monumento más curioso de la ciudad. Aquí además podrás visitar el Museo Arqueológico y el Mirador y se encuentra donde antiguamente se ubicaba el Mercado de la Encarnación. Espectacular ¿verdad?

Las Setas de Sevilla
Las Setas de Sevilla

Nos vamos a ir al río Guadalquivir, en el que podrás disfrutar de diferentes cruceros fluviales, para descubrir algunos de los puentes más bonitos de la ciudad, como el del Alamillo, el de la Barqueta, el del Cristo de la Expiración, el de Isabel II, el de San Telmo, el de los Remedios, el de las Delicias, el de Triana (el puente de hierro más antiguo de España) o el del V Centenario.

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El Guadalquivir a su paso por Sevilla

Os recomiendo también daros una buena caminata (mejor a la sombra) por el Paseo de las Delicias, ya que aquí se encuentran muchos de los extraordinarios pabellones que se construyeron para la Exposición Iberoamericana de 1929. Algunos de los más bonitos son el Pabellón de Argentina, actual Conservatorio de Danza, el de Colombia o el de México. Es una de las calles sevillanas más bonitas. Además, si os morís de calor, siempre podéis hacer una paradita en la terraza del Muelle de Nueva York, donde sirven refrescantes cocktails.

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Nos metemos, ya cruzando el río, en otro de los barrios más emblemáticos de Sevilla: Triana. El barrio que también dio nombre al grupo más importante de la historia del rock andaluz tal vez no esté plagado de monumentos como la otra orilla del río (aún así, muy recomendable la preciosa capilla mudéjar de la Vírgen del Carmen, el patio de la Casa de las Flores o el Castillo de San Jorge, antigua sede de la Santa Inquisición, por el Callejón de la Inquisición contiguo es por donde se llevaba a los presos a la hoguera) pero sin lugar a dudas es uno de los más auténticos si uno quiere dejarse envolver por la más pura esencia sevillana; sus habitantes se describen como trianeros, no como sevillanos, y una placa en sus calles reza «mira si soy trianero que estando en la calle Sierpes me considero extranjero».

Además, aquí se encuentran algunos de los mejores locales de tapas de la ciudad (el bar Salomón, el Santa Lucía, la Casa Cuesta, el Sol y Sombra y no te vayas sin catar las estupendas berenjenas rellenas de gambas del Blanca Paloma) y el Mercado de Triana, donde podrás degustar algunas de las mejores cervezas sevillanas (la Albero, la Taifa o la Cartujana y así te olvidas de la Cruzcampo, que hay que ver qué mala está y qué manía tienen de encasquetártela en todos los bares ¡yo antes que una Cruzcampo, prefiero beber agua!), catar las ortiguillas (esa delicia del mar que se puede encontrar sólo en Huelva, Sevilla y Cádiz ¡están riquísimas!) o incluso ver una obra en el teatro Casala. En Triana son muy populares también las tiendas de cerámica, el corral de comedias que se celebra cada verano o la calle Betis con sus bonitas casas de colores.

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Calle Betis en el barrio de Triana

Si aún te queda tiempo, te recomiendo que des un paseo para ver lo que queda de la Expo 92 (sí, aquella en la que la mascota era ese horroroso muñeco llamado Curro, que rivalizaba en fealdad con Cobi, la mascota de las olimpiadas de Barcelona). Algunos de los edificios, desgraciadamente, han sido desmantelados y es una lástima en el estado de abandono que se encuentran muchas partes de La Cartuja después de todo el dineral que se invirtió: el Canal de los Descubrimientos hoy está comido por la hierba ¿cómo se puede permitir tanta dejadez?  Pero aún quedan en pie, por poner un ejemplo de los pabellones más lustrosos, el de Marruecos, que es una auténtica preciosidad, el de Hungría (semiabandonado ¡qué lástima!), el de Nueva Zelanda con su pared rocosa y donde tanto éxito tuvieron en su día las danzas maoríes o el de México, este también en desuso. Aquí también se halla (este sí en activo) Isla Mágica, el parque de atracciones temático inspirado en el siglo XVI (entrada de día completo 29 euros) y puedes dar un paseo por el Parque del Alamillo, que está precioso en primavera.

¿Que tienes aún más tiempo? Entonces date un capricho y pasa una tarde en los Baños Árabes de Sevilla. Estuve hace años y salí maravillada, los más fascinantes en los que he estado nunca. Se llaman Aire de Sevilla, se encuentran en un edificio precioso del siglo XVI que fue la casa-palacio del Virrey de las Indias y está considerado uno de los hammans más bonitos de Europa. Muy, muy recomendable ¡sales como nuevo!

Más consejos: si tienes la suerte de que tu visita a Sevilla caiga en jueves, aprovecha para pasarte por la calle Feria y recorrer su mercadillo al aire libre: es el más antiguo de Sevilla y podrás encontrar antigüedades y productos de segunda mano de lo más interesantes. La plaza del Cabildo es otro de los lugares que no suelen frecuentar los turistas y que sin embargo tiene mucho encanto. Recuerda que si te gustan los caracoles, la mejor época para probarlos es en primavera y en Sevilla los cocinan como nadie, especialmente en Casa Diego en la calle Alfarería y en Bodega Umbrete en la Plaza del Pumarejo. En la Gazpachería Andaluza, como su propio nombre indica, preparan un gazpacho como pocos vas a encontrar y para tomar pescadito frito bueno y barato te recomendamos los Mesones del Serranito (además tienen unos postres buenísimos). Si quieres comer buenas tapas por poco dinero (aviso que las tapas son enormes) no dejes de pasarte por alguno de los dos locales de Las Coloniales: tienen un salmorejo de chuparse los dedos. Y acabamos este artículo con la imagen de uno de los edificios más bonitos de la ciudad y que tan bien ilustra el poderío sevillano: el Palacio de San Telmo.

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Aquí te dejamos nuestros dos programas dedicados a Sevilla…

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