En el blog tenemos ya dedicada una extensa entrada a Lisboa, viaje a Lisboa, Sintra, Cascais y Estoril , una de las capitales más interesantes de Europa. Pero como es una ciudad a la que hemos viajado muchas veces y constantemente se está reinventando, hemos decidido aprovechar nuestro último viaje allí hace un par de meses para escribir otro artículo que nos adentre en las fascinantes calles lisboetas. Así podrás compaginarlo con la amplia guía que ya teníamos publicada y disfrutarás con más intensidad de una ciudad maravillosa, incomparable, auténtica, que pese a lo mucho que se ha modernizado en los últimos años, ha sabido conservar intactas sus tradiciones milenarias. Porque Lisboa continúa enamorando al viajero cada vez que este, una vez más, se empeña en descubrirla.

Antes de comenzar a desgranar, de nuevo, Lisboa, tengo que hacer un apunte de algo que me ha sorprendido bastante en este último viaje: lo mucho (muchísimo) que ha subido el precio del alojamiento para el turista. En general, Portugal sigue siendo un país bastante más barato que España a la hora de buscar hotel en cualquier otra parte del país y sobre todo en poblaciones pequeñas, no es raro encontrar habitaciones dobles en hoteles bastante decentes por 25-30 euros la noche. Sin embargo, en los últimos tres años el precio del alquiler ha subido un 35% en la capital, lo que obliga a las familias lisboetas a hacer malabarismos económicos para llegar a fin de mes con la nevera llena.

Desde que en 1994 Lisboa fuera Capital Europea de la Cultura, distintos eventos como la Exposición Universal o la Eurocopa de fútbol la han convertido en uno de los destinos turísticos más deseados del Viejo Continente. Le añadimos a ello sus bajos precios para comer, beber y salir de fiesta, la hospitalidad desbordante de los portugueses, sus incontables atractivos históricos, el buen clima, una fabulosa gastronomía y el bajón turístico que han sufrido otros países cercanos como Túnez o Egipto debido al terrorismo y ya tenemos el cocktail perfecto para que Lisboa pase a convertirse en el destino de moda. ¿Conclusión? Que los dueños de hoteles y pensiones saben que en muchas ocasiones la demanda supera a la oferta (aún más desde que vuelos de bajo coste conectan la ciudad con decenas de urbes europeas) y los precios se disparan. En plena Semana Santa, el precio medio de un hotel de dos estrellas (y en Portugal dos estrellas son más bien una) rondaba los 80 euros la noche. Lejos quedaba esa Lisboa baratísima que tanto mitificamos en el pasado. La solución, ya que íbamos dos parejas, fue buscar alojamiento en Airbnb: encontramos un piso grandísimo, super modernito y con dos cuartos de baño por 100 euros la noche los cuatro y en una zona fantástica, a dos minutos andando del Panteón Nacional y diez del precioso barrio de Alfama.

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Gastronomía portuguesa: manjar de dioses

Afortunadamente, el contrapunto lo encontramos a nivel gastronómico ya que en Lisboa, por suerte, aún se puede comer muy, muy bien a un módico precio. El truco es alejarse de los puntos más turísticos y perderse por los callejones, buscando esas modestas tascas en las que comen los locales, secretos escondidos en los que la comida es casera-casera y nada más entrar huele a los guisados de las abuelas. Buena ocasión para catar las sardinas, el plato estrella de Lisboa y auténtico símbolo de la ciudad: veréis que son la inspiración para muchos souvenirs (y ojo, que pese a que observéis que una de las cosas más típicas es comprar una lata, recientemente el gobierno portugués ha prohibido que se saquen alimentos enlatados del país y es muy probable que te hagan dejarlas en tierra en el aeropuerto).

Muchos iréis buscando locales más sofisticados (que también existen y de ellos hablaremos) pero tras años viajando a Lisboa, mi consejo es el mismo de siempre: los restaurantes más auténticos y en los que se cocina con más cariño no entienden de lujos. Siempre que visitamos la capital lusa descubrimos un buen puñado de locales a tener en cuenta. Esta vez no fue la excepción, aquí os dejamos nuestras recomendaciones:

  • Restaurante Os Unidos (Campo Santa Clara 120): Le teníamos a un paso de nuestra casa lisboeta y le encontramos de casualidad. Típico bar de barrio con un local bastante amplio y terraza, pese a la gente que había nos atendieron rapidísimo. Los platos son gigantescos, hasta costaba acabarse una simple ensalada. Lo mejor el pulpo a la brasa (pedimos un plato por persona pero hacedme caso, con uno coméis dos). Precio final irrisorio: apenas 10 euros por persona.
  • Restaurante Cerqueira (Calcada de Santana 49): A apenas cinco minutos andando de la Iglesia de São Domingos, escondido en una calle en pendiente a la que cuesta llegar la misma vida, la recompensa la encuentras al darte con este minúsculo restaurante que regenta un portugués amabilísimo y cuyos platos estrella son el bacalao y la sepia a la brasa, además de los postres caseros. Además, nos invitaron a un delicioso licor de ginja, la ginjinha, ese sabroso licor de cerezas tan típico del centro de Portugal y que puede suponer un buen souvenir para llevar a amigos y familiares (viene en botellas pequeñitas por lo que podrás viajar con él en el bolso de mano en el avión).
  • Restaurante Grelha do Carmo (Rua da Condessa 3A): Bastante céntrico, otro de los preferidos entre los portugueses: buenas carnes, deliciosas almejas y, como no, el imprescindible bacalao a la brasa. Suele estar bastante lleno (nos tocó esperar 15 minutos tomando una cerveza) pero merece mucho la pena por su ambiente íntimo y acogedor.
  • Restaurante Gruta do Paraiso (Rua do Paraiso 62): La decoración es preciosa, emulando a una caverna (de ahí, obviamente, el nombre de Gruta). Otro buen lugar donde hartarse de bacalao por apenas 15 euros por cabeza.
Bacalao Portugal
Bacalao portugués o tocar el cielo con las manos

Pasteles de Belem y la cultura del café bien cargado

Continuando con el tema culinario, aunque cada vez son más populares y no es difícil encontrarlos fuera de Portugal, como aquí no se hacen en ningún lado. Hablamos, evidentemente, de los famosos pasteles de Belem, esas delicias de hojaldre y crema que llevan elaborándose en estas tierras desde mediados del siglo XIX. Los mejores, los originales, se despachan en el Monasterio de los Jerónimos, que fue donde se inventaron, pero por toda la ciudad encontrarás cientos de confiterías donde los venden.

Constituye el mejor acompañamiento para el rey de la sobremesa portuguesa: el café. Y es que los portugueses son muy cafeteros (se dice que cada portugués toma de media tres cafés diarios) debido a haber tenido colonias cafeteras como Angola o Brasil y han creado en torno al café un ritual de lo más purista que poco tiene que ver con la forma de degustarlo en España. Lo más habitual es pedir una bica (que en el norte del país se conoce como cimbalin) y cuyo orígen al parecer es la frase «beba isto com açucar»: es un expresso intensísimo servido en una taza minúscula que engaña al comensal por su pequeño tamaño ya que es una brutal inyección de cafeína. Si eres de cortado, pide un pingado; el galao tiene café y leche a partes iguales.

En Lisboa hay un montón de buenísimas cafeterías como Bettina & Niccolo, Choupana, Versailles o la Confeitaria Nacional. Pero mi favorita (y la de tantos lisboetas) siempre será A Brasileira, con su encantador aire art decó y la estatua de Fernando Pessoa a sus puertas, ya que tanto él como otros muchos intelectuales lusos eran asiduos al local y aquí celebraban sus tertulias. Se cuenta que fue en A Brasileira donde precisamente se inventó la bica. Y aunque actualmente suele estar llena de turistas, no ha perdido ni un ápice de su encanto.

A Brasileira Lisboa

Otro lugar que merece la pena pisar en Lisboa (a nosotros nos lo recomendó un amigo) es la Heladería Santini. Curiosamente, pese a la de veces que habíamos estado en Lisboa, no la conocíamos y os aseguramos que los Gelados Santini hacen honor a su fama de ser de los mejores del mundo ¡nada que envidiar a los italianos! Llevan abiertos desde 1949, sus helados son totalmente artesanales y después de probarlos, entendemos que haya unas colas kilométricas para entrar.

Cerveza artesanal ¡al rico lúpulo!

Y hablando de temas artesanales… si hay algo que nos gusta artesanal y sin químicos/gas añadidos es la cerveza. Por eso nos ha sorprendido para bien ver la cantidad de cervecerías artesanales que se han abierto. Algunas las llevábamos anotadas de antemano pero otras las descubrimos in situ y fueron una gratísima sorpresa: no sabíamos que habían abierto una sucursal de Delirium Tremens, la conocidísima cervecería de Bruselas, y al final como quien no quiere la cosa siempre acabábamos allí un ratito cada tarde después de intensas jornadas de pateo (a ver si cunde el ejemplo y nos abren también un local en Madrid).

La cerveza artesanal mejor reputada de Lisboa es la Dois Corvos, que se fabrica a mano y siempre con ingredientes naturales. Cuentan con diferentes variantes como la Avenida o la Metropolitan aunque a nosotros la que más nos gustó fue la Galáxia, una milk stout sabrosísima. Algunas de las cervecerías que más nos gustaron fueron la Duque Brewpub (Calçada do Duque 51), Lisbeer (Beco do Arco Escuro 1, está en un callejón algo complicado de encontrar) y la Cerveteca Lisboa (Praça das Flores 62). Todas con dependientes amabilísimos que te asesoran y te recomiendan las últimas novedades. Además, en muchas te permiten coger cervezas para llevar y así podíamos traernos unas cuantas a casa para hacer las catas y estar de charla un ratín antes de dormir.

Hablando de locales (y ya que de lugares con encanto va la cosa) me gustaría también recomendaros otros dos sitios muy especiales. Uno de ellos es el Pavilhão Chinês (Rua Dom Pedro V 89). Es un rincón realmente peculiar; para entrar, hay que llamar al timbre y dentro te espera un mundo de lo más singular, cinco salones recargadísimos con todo tipo de mobiliario, parafernalia, estatuas y antiguallas que te harán sentir como en un café-bar de principios del siglo pasado o incluso en un animado cabaret.

Pavilhão Chinês Lisboa
Pavilhão Chinês

Por otro lado, también paseando por la ciudad nos dimos con la Pensão Amor, otro local de lo más genuino. Ubicado en lo que era un antiguo burdel y también distribuido en diferentes plantas y salones, este bar de lo más kitsch cuenta con una decoración asombrosa que es una oda al sexo: barras de baile, una biblioteca de libros eróticos, un sex-shop, muros decorados con retratos de meretrices ligeras de ropa… ¡vamos, que nos encantó!

En cuanto a lugares interesantes para tomar algo, un último apunte: a nivel rockero, muy recomendable el pub WASP (Rua do Diario de Noticias 16), bastante céntrico, pequeñito pero muy acogedor y con buenísimos precios: estupenda opción para beberte una cerveza mientras escuchas a Lynyrd Skynyrd.

Miradores

Lisboa, ciudad presumida donde las haya, disfruta de ser observada (y admirada). En una ciudad donde las cuestas son una constante, la mejor alternativa para disfrutarla es buscar un rincón donde divisarla desde las alturas. Lisboa cuenta con multitud de miradores que os proporcionarán unas fotografías espectaculares: desde el de San Pedro de Alcántara (aunque es uno de los más concurridos) al de Gracia cerca del Castillo de San Jorge, el de Santa Catalina, el de Portas do Sol o el del Elevador de Santa Justa. Hablando del elevador, es uno de los grandes atractivos de la capital portuguesa y sí, hay que cogerlo alguna vez en la vida. Pero con una basta, más teniendo en cuenta que te cobran 5 euros por una subida que apenas dura 20 segundos (si llega).

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Feira da Ladra

Lisboa no es una ciudad famosa por sus compras (y aún así he de reconocer que en los últimos años se han inaugurado bastantes tiendas interesantes; no olvidéis pasar por la librería Bertrand, que presume de ser la más antigua del mundo). Pero aún así, es toda una experiencia darse una vuelta por el entretenido mercadillo de la Feira da Ladra (Mercado de la Ladrona), la versión lisboeta de nuestro Rastro madrileño. Aunque mejor debería especificar que como era nuestro Rastro hace treinta años, cuando principalmente lo que se vendía eran cachivaches que a la gente le sobraban en casa; cualquiera llegaba con su sábana y extendía encima el género de segunda mano (desgraciadamente, nuestro Rastro cada vez está más dirigido a turistas).

Por eso me encanta Ladra y en general los mercadillos portugueses, que he disfrutado en muchas ciudades diferentes: porque conserva ese aire de mercado de toda la vida, de cosas viejas, de muebles desgastados (ahora que se lleva tanto lo vintage, siempre podrás cargar el coche con alguna mesilla o cómoda que restaures cuando llegues a casa). Desde ropa más antigua que las chanclas de Cristo a libros amarillentos (ojo que se pueden encontrar verdaderas reliquias), juguetes de los años 70, electrodomésticos obsoletos que vete a saber si funcionan, discos de vinilo… lo excepcional es encontrar un puesto donde los artículos no hayan tenido unos cuantos dueños. Pero Ladra es un micromundo, esencia de la modestia portuguesa, no sólo por lo que expone sino por los que se exponen: personajes de toda índole y condición que aquí llegan para buscarse la vida. Cada martes y sábado se concentra aquí lo más variopinto de la sociedad portuguesa: no pierdas la oportunidad de perderte entre sus tenderetes.

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Los lisboetas

Siempre que voy a Portugal, me vengo con la misma sensación: creo que en toda Europa no hay una población más amable, hospitalaria y entrañable que la portuguesa. En otros países, la proximidad de sus gentes parece degustarse mejor en los pueblos pequeños: las prisas de las grandes ciudades, donde el anonimato está a la orden del día, hace a veces difícil un contacto estrecho con los locales. No es el caso de Lisboa, de las pocas capitales europeas que aún mantiene muy arraigada su condición de «pueblo grande». Es común pasear por la ciudad y que muchos lisboetas te saluden, especialmente cuando te cruces con ellos en estrechos callejones: cualquier momento es bueno para iniciar una conversación. Desde hace algo más de un año estoy estudiando portugués y me parecía una buena ocasión para practicarlo. Pero al final me veía aún muy verde con el idioma, teniendo en cuenta que además en general los lusitanos hablan bastante deprisa (el portugués es más difícil de lo que parece a primera vista y es muy común que ellos entiendan mejor el castellano que nosotros a ellos) y al final siempre acabábamos hablando con los lisboetas en español. Al final el idioma es lo de menos: lo importante es que Lisboa cuenta con una población maravillosa y simpatiquísima que recibe al viajero con los brazos abiertos. Y esa es la razón más importante para que en cuanto abandonas la ciudad ya estés deseando regresar.

El encanto de Alfama

Cuando pisé Alfama por primera vez hace muchos años, supe desde el primer momento que sería de por vida mi barrio favorito en Lisboa. Adoro perderme en esas callecitas empinadas de piedra, los becos y travessas, con la ropa tendida en las ventanas, que a veces tanto me recuerdan a las medinas de Marruecos: no obstante, el orígen del barrio es árabe (Al-hama, que significa «el baño», en recuerdo a los que había en Lago das Alcaçarias). En Alfama se encuentran algunos de los edificios más bonitos de Lisboa, caso de la Casa dos Bicos, con su fachada de puntas de diamante y sus ventanales irregulares, el Museo del Teatro Romano o la impresionante catedral que se construyó donde anteriormente se ubicaba una mezquita.

Aunque Alfama, poquito a poco, ha ido permitiendo abrir locales de lo más coquetos, no ha perdido en ningún momento su alma marinera ni el color de sus balcones atestados de flores. Además, no hay mejor lugar en Lisboa para dejarse seducir por las melancólicas melodías del fado, ese género musical que va irremediablemente unido al carácter portugués, una oda a la nostalgia del amor perdido, a la añoranza, a la tierra que se abandona. En Alfama hasta tienen un museo dedicado al fado y son muchas las pequeñas tabernas que al anochecer se dejan envolver por alguna prodigiosa voz que le canta a la tristeza mientras el público asistente contiene emocionado la respiración.

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Convento do Carmo 

Después de Alfama, si tuviera que quedarme con un rincón de Lisboa, este sería el Convento do Carmo, del que me acordé tantísimo cuando viajé por Escocia. La que fuera la obra más bonita del gótico portugués sucumbió al poder del terremoto de 1755, quedando medio derruido pero a duras penas manteniéndose en pie algunas de sus fachadas. Contemplar desde dentro estas bellísimas ruinas, con el cielo azul sirviéndote de cúpula, continúa siendo una experiencia inolvidable por muchas veces que la repitas. Además, el museo arqueológico que acoge es interesantísimo, con piezas de la Prehistoria, sarcófagos romanos, la tumba del rey Fernando I (realmente impactante) o las aterradoras momias peruanas que se exponen dentro de vitrinas de cristal.

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Castelo de São Jorge

Aunque esta vez desistimos de entrar (jamás he visto Lisboa con tantísimos turistas como esta Semana Santa ¡qué barbaridad!), es una visita que recomiendo con ahínco: el castillo es precioso y ofrece unas vistas magníficas de Lisboa, especialmente desde la Torre de Ulises. Ubicado en la cima de una colina, ha resistido majestuosamente el paso del tiempo pese a los terremotos sufridos y que obligaron a puntillosos trabajos de restauración; aún se conservan una decena de torres, el foso, los calabozos o las garitas de vigilancia, aunque lo que más impresiona son sus robustas murallas.

Barrio Alto: la Lisboa más gamberra

El corazón de la vida nocturna de la capital, plagado hasta la última esquina de bares, cafeterías y terrazas (el buen clima de Lisboa invita a hacer vida en la calle). Quizás por ello se disfrute de su ambiente más de noche que de día, cuando el barrio se llena de voces y música, pero es aconsejable también pasear por sus angostas calles antes de caer el sol porque algunas las encontrarás, con un poco de suerte, casi desiertas: además, en los últimos años se han abierto cantidad de tiendas la mar de curiosas y originales. Tienes en añadidura, si quieres sumar un par de visitas culturales, el Museo de San Roque y el Museo de Historia Natural. El crepúsculo es el mejor momento para beber algo en el kiosko de la Praça do Príncipe Real, que es donde empiezan a tomarse la primera de la noche muchos jóvenes estudiantes.

Los tranvías

¡Cómo me gustaría que algún día los tranvías volvieran a funcionar en Madrid! Y es que aunque en algunas partes de la ciudad contamos con el metro ligero, las cosas como son: no es lo mismo. En Lisboa, sin embargo, son el transporte público por excelencia y uno de sus más bonitos símbolos: es impensable imaginar la ciudad sin esos antiquísimos tranvías amarillos recorriendo sus calles. Llevan en funcionamiento más de un siglo y no sólo son prácticos para los lisboetas sino también para los turistas, que no quieren dejar la ciudad sin haber montado en uno. Son varias las líneas a elegir pero la más emblemática es la del tranvía 28, también de las más concurridas: atención a los carteristas y espabilados, que en esta línea hacen su Agosto.

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La concurrida Praça do Comercio

Ahí arriba la tenéis, la primera fotografía que ilustra este blog. Siempre llenísima de transeúntes, tanto de día como de noche. Y es que su amplitud así como sus espectaculares vistas a la desembocadura del río Tajo (Tejo para los portugueses) hacen de ella uno de los lugares favoritos para disfrutar del sol pero también para celebrar cada año la bienvenida al Año Nuevo. En su centro la estatua ecuestre de Juan I y en uno de sus laterales, el imponente Arco Triunfal que da paso a la Rua Augusta, la avenida más importante del barrio de Baixa, repleta de tiendas y restaurantes.

Parque das Nações: el lado más modernista de Lisboa

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Aprovechando que íbamos al concierto de Ghost en el estadio Meo Arena, dimos una vuelta por el futurista Parque de las Naciones (sí, se llama como el de Madrid). Esta antigua zona industrial, que hace años se encontraba dejada de la mano de dios, fue recuperada urbanísticamente con motivo de la Exposición Universal de 1998. En su diseño participaron diferentes arquitectos (entre ellos nuestro aborrecido Calatrava) y a día de hoy es una de las zonas de ocio preferidas por los lisboetas. La Estación de Oriente, el Pavilhão Atlântico, el Oceanário, la Torre Vasco de Gama o el Teatro Camões son sus puntos de mayor interés.

Belem: la Lisboa majestuosa

Al otro lado del río Tajo tenemos la Lisboa monumental. Aquí se encuentran la Torre de Belem, el Monasterio de los Jerónimos, con el que es probablemente el claustro más bonito de todo Portugal y sus tumbas reales, y el Monumento a los Descubridores, cuya foto veis aquí abajo con el Puente 25 de Abril al fondo que tanto recuerda al Golden Gate de San Francisco.

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Sintra: el refugio paradisíaco de la realeza

Ninguna visita a Lisboa estaría completa sin hacer una escapada al espléndido pueblo de Sintra, uno de los más bonitos de Europa. He ido a verle muchas veces y también os aviso que dependiendo la época en que vayáis, vuestra visita va a ser bien diferente. Me explico: la penúltima vez que estuve, en Enero de hace un par de años, estuvimos practicamente solos ya que era temporada baja y el frío parecía espantar a los turistas. Esta última Semana Santa sin embargo el pueblo era un caos de la cantidad de gente que había. En el tren íbamos todos como sardinas en lata: no se podía apenas respirar. Y al llegar a Sintra era aún peor: las colas para entrar a la Quinta da Regaleira eran kilométricas, casi una hora de espera. Por ello os recomiendo visitar Sintra en temporada baja: os la encontraréis mucho más tranquila y la disfrutaréis más.

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En Sintra, aparte de callejear por sus calles señoriales, hay tres visitas imprescindibles. La primera es la del Palacio da Pena, uno de los castillos más coloridos del mundo. Y es que pese a las veces que lo he tenido delante me sigue pareciendo espectacular. Combina impecablemente estilos como el neoislámico, renacentista o manuelino, haciendo de él un monumento totalmente único: no nos extraña que fuera durante décadas residencia de la familia real portuguesa.

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El segundo lugar, del que también os hablé largo y tendido en la otra entrada de Lisboa que podéis encontrar en nuestro blog, es la tenebrosa Quinta da Regaleira. Rodeada de misteriosos jardines, túneles, laberintos y pasadizos, insisto en que lo mejor es visitarla fuera de temporada (y si es entresemana mejor) ya que comprenderás bastante mejor este delirio arquitectónico que se inspiró en «La Divina Comedia» de Dante.

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La tercera visita es al curioso Palacio Nacional de Sintra con sus llamativos tejados en forma de chimenea

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Como os he comentado al principio del blog, este artículo más que una guía es una actualización del extensísimo reportaje que tenemos publicado en el que analizamos Lisboa con mucha más profundidad. Os animamos a que cuando viajéis allí tiréis de ambos artículos para tener una visión mucho más completa de la ciudad. Lo que en cualquier caso os garantizamos es que la vais a disfrutar muchísimo. Porque como reza el propio título, Lisboa tiene mil y un motivos para que te enamores de ella.

Aquí tienes los dos programas que dedicamos a Lisboa

6 comentarios

  1. ufff me ha entrado una nostalgia increíble… Volví en enero después de cuatro meses viviendo allí, volví a ir el mes pasado un finde, ya había ido anteriormente y sin embargo… ya me muero de ganas de volver

  2. Que recuerdos! y que ganas de volver! sin duda Lisboa es una de esas ciudades que dejan huella 🙂

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