Maramures

Esta segunda etapa del viaje la comenzaríamos en Maramures, una de las regiones de Rumanía que mejor ha sabido conservar sus tradiciones. Esto es gracias a lo aislada que se mantiene de las grandes ciudades: el aeropuerto más cercano, el de Cluj-Napoca, se encuentra a cerca de 300 kilómetros. Y recorrer Maramures en transporte público es casi imposible. Se hace indispensable tener un coche para llegar hasta los rincones más interesantes de esta bellísima región que linda al norte con Ucrania (de hecho, ojo con vuestros móviles si lleváis activados los datos porque cerca de la frontera el teléfono se engancha a las compañías ucranianas, que al contrario que las rumanas no ofrecen roaming gratuito a los miembros de la Unión Europea).

Se dice que los habitantes de Maramures tienen el honor de conservar el verdadero espíritu rumano, enraizado en estas tierras, gracias no sólo a que son descendentes directos de los dacios (aquí apenas ha habido mezclas con otras etnias) sino porque tuvieron la suerte de que mientras duró la sangrienta dictadura de Ceacescu, se les permitió mantener intactas sus tradiciones y costumbres ya que el dictador se encontraba profundamente enamorado de Maramures y le parecía una región «de lo más pintoresca». Desgraciadamente, en el resto del país no ocurría lo mismo. Y es ahora cuando debemos hablar de cómo han sido las últimas décadas a nivel político en Rumanía, ya que la situación que durante años sufrieron sus habitantes les condicionó en el pasado, en el presente y probablemente lo haga en el futuro.

Durante varias décadas, Rumanía estuvo bajo un régimen socialista que, pese al nombre, era más bien comunista extremo. Tras la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética presionó y apoyó para que el Partido Comunista acabara con la monarquía y pasara a convertir el país en una república, lo que sirvió para que los rumanos vislumbraran un rayo de esperanza en su futuro tras tantos años de penurias. Pero nada más lejos de la realidad. Como tantos otros países que se encontraban tras el Telón de Acero, las buena intenciones de la filosofía «todos somos iguales» se quedaron en nada. Partiendo de que el Partido Comunista se ocupó de hacer desaparecer a todos los partidos de la oposición (y con el paso de los años, a los líderes opuestos que osaran rebelarse los internaban en clínicas psiquiátricas), la llegada de Ceaucescu supuso una dictadura sangrienta y represiva, en la que el egocentrismo del líder supremo se disparó hasta niveles inconcebibles y mientras él y sus jerifaltes vivían en mansiones rodeados de lujos, el pueblo se moría de hambre.

Desaparecieron los derechos humanos y la libertad de prensa, se prohibió el aborto a las mujeres menores de 40 años y el uso de anticonceptivos (era el decreto 770, que obligaba a las mujeres a tener el mayor número de hijos posible, se calcula que más de 10.000 mujeres fallecieron por abortos clandestinos), la Securitate (la policía secreta rumana) se caracterizó por su crueldad y sus brutales métodos de tortura, dejando tras de sí miles de asesinados que se oponían al régimen. Ceaucescu y su mujer, Elena, número 2 del partido e igual de sanguinaria que su marido, llenaron el país de fotografías suyas, para que a la población le quedara claro a quienes debían rendir culto. Mientras los cortes de luz y electricidad eran continuos, no había dinero para calefacción (en un país que sufre unos inviernos durísimos), el hambre se cebaba con los más pobres, se daba orden en los hospitales de no atender a los mayores de 60 años y la radio y la televisión estaban secuestradas por el gobierno, Ceaucescu desviaba millones de dólares de las arcas del estado a cuentas particulares en otros países.

Hasta que en 1989 una población harta de tantos abusos estalló en la ciudad de Timisoara, las revueltas rápidamente se contagiaron a otras poblaciones y tras un juicio express, se condenó a muerte al matrimonio Ceaucescu: se les fusiló con más de 100 balas y con orden a los soldados de no apuntar a las cabezas para que los cadáveres pudieran ser mostrados a la población. Parecía que Rumanía respiraba tranquila al recuperar sus habitantes sus tan ansiadas libertades. Sin embargo, lo curioso de todo esto es que casi 30 años después, se han hecho distintas encuestas en el país y casi un 60% de los rumanos consideran que vivían mejor con Ceaucescu: Rumanía es el país más pobre de la Unión Europea y el segundo del mundo con mayor riesgo de pobreza, con el que convive el 25% de la población (el salario mínimo es de 270 euros), más de tres millones de rumanos viven fuera de su país y las manifestaciones son continuas debido a lo corrupto del gobierno actual, que incluso llegó a despenalizar los delitos de soborno y fraude donde la cantidad estafada fuera inferior a 44.000 euros. La llegada de la democracia parece no implicar que se cambie el modelo jerárquico: los más ricos continúan abusando de los más pobres.

Cuando hablábamos antes de que la región de Maramures fue de las pocas que durante la época comunista consiguió mantener intactas sus tradiciones, nos referimos a la brutal reforma social que llevó a cabo Ceaucescu en contra de los principios más básicos. El dictador, tras haber visitado Corea del Norte en 1971, regresó a su país fascinado por el férreo control que Kim II-sung ejercía sobre sus gobernados y decidió que él quería lo mismo para los suyos. Se pretendía convertir a Rumanía en un país altamente industrializado, por lo que se destruyeron miles de pueblos y aldeas y se obligó a la gente que vivía en el campo a mudarse a las ciudades, en cuyos suburbios se encontrarían las fábricas. Por ello, las poblaciones con menos de 1.000 habitantes se consideraban perfectamente prescindibles y se llevó a cabo la evacuación forzosa de sus habitantes. Esto incluía demoler sin ningún tipo de escrúpulo iglesias y monasterios históricos, arrasando con el patrimonio cultural de un país antiquísimo.Comenzaron a desaparecer las pequeñas parcelas de los campesinos, lo que provocó hambrunas atroces, y se reubicó a la población en mastodónticos edificios donde, de paso, se podía tener más controlados a los insurgentes. Los vecinos se miraban con desconfianza unos a otros: cualquiera era sospechoso de ir en contra del todopoderoso régimen.

Baia Mare

De las barbaridades urbanísticas que se hicieron en la capital ya hablaremos cuando lleguemos a Bucarest. De momento, continuamos por nuestro recorrido por Maramures, que comenzó en la ciudad de Baia Mare, la capital de la región. Nuestro alojamiento fue esta vez en la Pensiunea Casa Rusu: probablemente la habitación más bonita de todo el viaje y además en pleno centro, cerca del Teatro Municipal. El precio fue de 31 euros por noche. Como veis, en dormir nos gastamos poquísimo en los 9 días que estuvimos, aproximadamente unos 150 euros por persona. Es lo que tiene que todo esté a la mitad de precio que en España.

A nivel turístico Baia Mare no ofrecía tanto como otras ciudades rumanas, por lo que en una tarde puedes ver lo más importante. Todo gira en torno a la plaza principal, la Piata Libertatii, que ha logrado conservar varios edificios del siglo XVII y cuyos alrededores son calles peatonales por las que es un placer pasear, visto el buen tiempo que nos estaba haciendo (las chaquetas comenzaban a coger polvo dentro de las maletas). En la plaza destaca la Casa Elisabeta, donde vivió el príncipe de Hungría Iancu Hunedoara, y la Torre de Stefan, lo único que sobrevivió de la iglesia del siglo XV que se destruyó en un incendio 300 años después de su construcción. Al lado tenemos la Catedral de la Santísima Trinidad, levantada por los jesuitas.

Baia Mare Rumania

En la Plaza Izvoaraele se encuentra el Bastión de los Carniceros, los restos que sobrevivieron de la muralla que construyó dicho gremio. Son también importantes sus museos, especialmente el Museo del Mineral: Baia Mare (que significa «mina grande») aún a día de hoy continua viviendo de los yacimientos de oro y plata, aunque en menor medida que en la época comunista. Otro museo recomendable es el Museo de Historia, que abre de martes a domingo. En los alrededores de la ciudad también se encuentra el Muzeul Satului, con varias casas al aire libre que pretenden mostrar la arquitectura de la región, aunque no nos acercamos a verlo porque a fin de cuentas ya disfrutaríamos de los pueblos «de verdad» durante los próximos días. Por lo tanto, visto que ya no había mucho más para ver, decidimos irnos a merendar-cenar en uno de los restaurantes donde mejor comimos en todo el viaje, el Lumiere.

Cementerio Alegre de Sapanta

Al día siguiente comenzaríamos nuestra ruta yendo a visitar uno de los lugares que más ganas tenía de conocer en Maramures: el Cementerio Alegre de Sapanta. Se halla a 20 kilómetros de Sighetu Marmatiei y es un rincón único en el mundo.

Sapanta se creó en los años 30 por iniciativa de un artista local, Stan Ioan Patras, un pintor, escultor y poeta que durante medio siglo se dedicó a tallar y pintar estas originales cruces de madera, totalmente personalizadas, que pretenden ser un recordatorio de la vida del difunto y que incluso en algunos casos escenifican la propia muerte de la persona (a nosotros nos llamó mucho la atención una pintura en la que se veía a una niña pequeña a punto de ser atropellada). A principios de los 70 Patras recibió la visita del matrimonio Ceaucescu, que le encargó unos retratos y dio fama a un curioso cementerio que hasta ese momento prácticamente sólo conocían las poblaciones vecinas. Tras el fallecimiento de Patras, sus discípulos han continuado su trabajo fielmente a la idea original.

Cementerio Alegre Sapanta Rumania

Cada lápida sigue un patrón definido: en la parte alta se colocan los dibujos que hacen referencia a la vida/muerte del fallecido y a su alrededor se pintan flores y dibujos geométricos; casi siempre predomina el llamado «azul sapanta» pero otros colores también conservan su significado: el negro la muerte, el verde la vida, el rojo el amor y el amarillo la fertilidad, todo a base de pigmentos naturales. También se añade un breve poema. Se cree que esta tradición, la de ver la muerte con un espíritu festivo y no como un proceso traumático, es herencia de los antiguos dacios, quienes creían en la vida en el Más Allá. Hay un total de más de 800 cruces y la lista de espera para ser enterrado aquí es larguísima. En el cementerio también se encuentra una de las iglesias más espectaculares que vimos en nuestro viaje a Rumanía.

Sapanta Rumania

En el exterior del cementerio hay un montón de puestos de souvenirs baratísimos y bastante horteras: vamos, que nos fuimos cargados. A mí es que siempre me ha hecho mucha gracia en Rumanía lo feísimos que son los imanes, tazas, camisetas y demás parafernalia que florece en torno al turismo y que paradójicamente, da aún más ganas de comprarla.

Valle de Iza

Visitada Sapanta, el día continuaría en el Valle de Iza, una bellísima prolongación de los Cárpatos, salpicada de pequeñas aldeas a cual más curiosa. Y es que Maramures es una región que vive por y para la madera y rara es la casa, por muy modesta que esta sea, cuya puerta de entrada no esté minuciosamente tallada en tan noble material. En un lugar donde aún se mantienen vivas las más ancestrales tradiciones, las puertas simbolizan el paso del seguro mundo interior al peligroso mundo exterior. Son extraordinarias obras de arte plagadas de símbolos como el sol y la cuerda (que significan vida y continuidad). Eran tantas y tan bonitas las que nos íbamos encontrando que nos paramos un montón de veces a lo largo del camino para fotografiarlas.

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En muchas casas también se puede presenciar colgados en los jardines multitud de cacharros: es señal de que en el interior vive una joven casadera (suponemos que es una forma de atraer con el ajuar a los pretendientes). Y por las carreteras te encontrarás a multitud de hombres y mujeres paseándose con los trajes típicos de la región.

Mientras íbamos atravesando pueblecitos, llamaba la atención la cantidad de casas a medio construir que podías encontrarte, parece que el negocio de la construcción vuelve a estar en alza en el país y son muchos los rumanos que han regresado a su país de orígen ya que aunque los sueldos sigan siendo bajísimos, por lo menos están al lado de sus familias. Otra curiosidad de muchas de las casas (que, por cierto, no siguen un criterio arquitectónico, están hechas a capricho del dueño y las hay de todas formas y colores) es que algunas de ellas son realmente señoriales y sin embargo no se han preocupado ni de adoquinar el terreno que las rodea y que en muchos casos era un lodazal o un trastero al aire libre donde se amontonaban cientos de cachivaches.

Monasterio de Barsana

En Maramures el principal atractivo son sus preciosísimas iglesias de madera, en mi opinión unas de las más bonitas de Europa. Aunque sólo sobreviven 42 (un tercio de las que había hace dos siglos) merece la pena un viaje por este área para verlas: su importancia es tal que ocho son Patrimonio de la Humanidad (es el lugar del mundo con más Patrimonios de la Humanidad por metro cuadrado). Aclaro que incluso las que no ostentan este título, iglesias en pueblos diminutos, son también francamente espectaculares.

Aunque en la Edad Media era habitual que en Europa las iglesias fueran de madera, también estas eran más endebles, ya que en muchas ocasiones las devoraba el fuego, por lo que comenzaron a construirse de piedra. Sin embargo, en Maramures dicha arquitectura logró mantenerse, debido a que el Imperio Austro-Húngaro prohibió las iglesias de piedra, y sobre todo en los siglos XVII y XVIII, se construyeron cientos de iglesias con características comunes: altísimas y estrechas torres campanario, interiores ricamente ornamentados y con separaciones para hombres y mujeres y su localización casi siempre en los cementerios locales. Durante esos siglos hubo al menos dos escuelas de maestros carpinteros.

Barsana Rumania

Uno de los conjuntos de iglesias más impresionantes de esta región es el Monasterio de Barsana. Me quedé sin palabras cuando me vi a sus pies. Se llega a él tras transitar por una carretera secundaria (lo veíamos en la lejanía pero tuvimos que dar varias vueltas hasta que logramos encontrarlo) y está en lo alto de una colina que según se cuenta, se usó en el pasado para enterrar a los fallecidos tras la epidemia de peste. Como se enterraba a la gente deprisa y corriendo y sin hacer ningún oficio religioso, se decidió construir al menos una iglesia donde los familiares pudieran orar a sus muertos. Y así, en 1720, se construyó Barsana, un monasterio ortodoxo; sobre sus ruinas se levantó el actual, mucho más reciente pero no por ello menos bello.

Dentro del complejo del monasterio, aparte de la iglesia (cuyo interior es realmente oscuro, antiguamente las iglesias se iluminaban con velas pero esto favorecía los incendios), se encuentra la abadía, la Casa del Príncipe y la Casa del Artista, así como diferentes talleres, el comedor y el museo de los iconos. Es fascinante como los maestros artesanos han logrado mimetizar los edificios de madera con la naturaleza que los rodea de un modo magistral. Y todo ello sin utilizar un solo clavo.

Barsana Rumania

Barsana Rumania

Las otras siete iglesias Patrimonio de la Humanidad son la de San Nicolás en Budesti, la de Santa Paraskeva en Desesti, la de la Natividad en Ieud, la de los Santos Arcángeles en Sisesti, la de Poienile Izei, la de Rogoz y la de Surdesti. Pero como digo, hay multitud de iglesias preciosas diseminadas por toda la región y las iréis encontrando sin problema ninguno.

El único problema que encontramos en esta jornada fue la dificultad para encontrar sitios para comer. De hecho, nos preguntábamos a menudo en qué supermercados harían las compras la gente de los pueblos porque quitando alguna farmacia, apenas vimos establecimientos. Al final logramos encontrar un salón de bodas (sí, es surrealista) en el que no había ningún cliente y que regentaba una señora que sólo hablaba rumano. Como pudo, la pobre mujer nos hizo entender que quitando un poco de sopa, una ensalada de tomate y huevos con patatas no tenía mucho más para ofrecernos. Teniendo en cuenta que al final la comida nos salió por cuatro euros por cabeza y el amor con que preparó la comida la dueña, no sólo no teníamos motivos para quejarnos sino que la dejamos de propina practicamente lo que nos había costado la comida.

Viseu de Sus

Para dormir escogimos la región de Viseu de Sus, famosa por partir de aquí el tren de vapor Mocanita, que nosotros no llegamos a usar por tener coche pero que dicen es una bonita experiencia para los amantes de los trenes (si no tienes prisa ninguna, claro). Con una lentitud pasmosa de diez kilómetros por hora, este tren de casi un siglo de antigüedad va recorriendo el Valle de Vaser, atravesando bosques, gargantas de roca y riachuelos donde, si tienes suerte, podrás ver en la lejanía a osos y ciervos. El tren parte cada mañana a las 08,30 y el trayecto dura seis horas, por lo que es recomendable que lleves tu propia comida.

Viseu de Sus Rumania

El hotel donde nos quedamos, el mejor del viaje, fue un pintoresco hotel de montaña, el Mirage Resort, con unas vistas espectaculares. Un fantástico establecimiento de cuatro estrellas que por sólo 37 euros la noche nos brindaba una habitación chulísima con su propia terraza y desayuno buffet incluído.  Como el restaurante estaba a la altura del hotel y con el cansancio que acumulábamos, decidimos cenar allí mismo, en la terraza al aire libre. Yo aproveché para pedir sarmale, uno de los platos más típicos de Rumanía (son rollitos de col rellenos de carne); me gustó tanto cuando lo probé en mi primer viaje que de hecho lo he cocinado luego varias veces en casa. Es un auténtico manjar.

Cluj Napoca

Pese a que nuestro siguiente destino, Cluj Napoca, sólo se encontraba a 165 kilómetros, las tres horas de camino no te las quita nadie, por lo que decidimos madrugar para así aprovechar bien el día. Este fue otro de los tramos más bonitos del viaje ya que fuimos atravesando montañas y bosques regados por ríos caudalosos (en esta zona llueve muchísimo aunque a nosotros, suertudos, nos brilló el sol). Nuestro alojamiento en Cluj Napoca, La Villa, estaba a las afueras de la ciudad, perdida en mitad del campo (el camino era para verlo) pero resultó ser un hotel de una única planta super modernito y totalmente adaptado al entorno. Además, tenía un jardín enorme donde fue una gozada salir a tomar un té por la noche tras un día de caminatas larguísimas y lo llevaban dos chicas súper amables con las que estuvimos charlando acerca de cómo veían ellas mismas el panorama político y social en Rumanía. Precio estupendo (35 euros con desayuno incluido). El único pero es que las habitaciones pretendían ser tan «innovadoras» que el cuarto de baño era totalmente transparente. Que a nosotros a fin de cuentas nos daba igual porque éramos pareja pero si viajas con un amigo/a, lo de la intimidad va a ser un problema importante.

En Cluj Napoca habíamos estado de rebote en nuestro primer viaje por aquella situación estrambótica en la que los de WizzAir nos cambiaron de aeropuerto y nos desviaron allí, por lo que en realidad lo único que conocíamos era la estación de autobuses. Vamos, que llegábamos de nuevas. La ciudad fue en su momento la capital húngara de Transilvania y a día de hoy continua siendo la ciudad más importante de la región. Nos dimos cuenta nada más aparcar en el centro: mucho más tráfico, cantidad de gente de allí para allá, locales recién inaugurados y decorados con mucho gusto y, sobre todo, mucho estudiante: más de 90.000 según las cifras oficiales, Cluj Napoca es una ciudad universitaria con mucho ambiente juvenil y librerías cada dos pasos. Pero también una ciudad muy cosmopolita donde vive gente venida de diversos lugares del mundo y donde es común escuchar en sus calles el húngaro o el alemán, reducto de un pasado no tan lejano.

Muchas de las calles del centro histórico son peatonales por lo que aprovechamos para comer en una de ellas, en la terraza del restaurante Caro Vintage Club (riquísima la pasta). Hecha la sobremesa, nos fuimos a recorrer el centro, que da bastante de sí. Puedes comenzar por la Piata Unirii, donde destaca la Biserica Sfantul Mihail, una preciosísima iglesia de la que se dice es el más refinado monumento gótico de Rumanía.

Biserica Sfantul Mihail Cluj Napoca

Frente a ella está la estatua ecuestre del rey Corvino, cuya casa natal se puede visitar en la calle Str. Matei Corvin. En la plaza también se encuentra el Museo Nacional de Arte, en el palacio Banffy, y el Museo de la Farmacia. Otros museos cercanos son el Museo de Historia de Transilvania y el Museo Memorial Emil Isac. Y además, a pocos pasos, el monasterio franciscano, la Biserica Reformata din Orasul de Jos y la iglesia de San Pedro y San Pablo.

Ya en la calle Memorandumului nos damos de lleno con una de las avenidas más animadas de la ciudad, compuesta por palacetes barrocos y algunos otros más recientes. Aquí se encuentra el Museo Etnográfico. Alejándonos un poco del centro, por la calle Universitatii, nos daremos de bruces con la Biserica Piaristilor. Al lado, la calle M. Kogalcineanu, con el Convictus Nobilium, que antiguamente servía de alojamiento para los estudiantes que eran hijos de las familias adineradas húngaras. En esta misma calle está la Biserica Reformata, con un órgano del siglo XVIII, y en la calle trasera el Palatul Toldalaghi-Korda, donde ser celebran exposiciones  de pintura. Al final de la Kogalcineanu llegamos a la Piata Baba Novac y su Bastión de los Sastres, una torre defensiva del siglo XIX que era una de las entradas de la ciudad en el siglo XIX.

Pero sin duda, el edificio que más nos gustó en Cluj Napoca fue este de aquí abajo: la Catedral Ortodoxa de Nuestra Señora de la Asunción. Aunque no es muy antigua (aún no ha cumplido el siglo de vida) la elegancia de la que hace gala su cúpula bizantina es incomparable. Soberbia.

Catedral ortodoxa Cluj Napoca

Justo enfrente de la catedral tenemos otro bellísimo edificio, el Teatro Nacional.

Teatro Nacional Cluj Napoca

Palacetes gitanos: un fenómeno único

Antes de continuar con nuestra siguiente etapa, hagamos un alto para hablar de los palacetes gitanos, ya que te encontrarás con más de uno a lo largo de tu viaje y son un fenómeno único. Rumanía es el país del mundo con mayor población gitana: un 2,5% de la total. Erróneamente, en otros muchos países de Europa se cree que son mayoría en Rumanía, otro de los mitos a desterrar, cuando la realidad es que son una minoría étnica que, por desgracia para ellos, han sufrido muchísimo la discriminación a lo largo de su historia, prácticamente desde que llegaron de Asia (los orígenes de los gitanos están en la India). A mediados del siglo XIV ya había romá (su verdadero nombre) distribuidos por muchos lugares de Europa, principalmente los países mediterráneos.

La gitana es una comunidad fuertemente abrazada a sus antiquísimas tradiciones, que no están escritas en ningún sitio, sino que se transmiten de padres a hijos y han logrado sobrevivir a la llegada de la modernización. Familias numerosas que dan una importancia suprema a la virginidad en las mujeres y el respeto a los ancianos (siempre que estos hayan dado muestras de rectitud), así como un culto desmesurado a la muerte, probablemente sea una de las etnias que con más fervor vive la música, pues es la mejor exposición de lo que supone su cultura: en Rumanía es muy popular el manele pero en otros lugares como en España, la música romaní, mezclada con otros elementos como los moriscos, ha dado lugar a géneros que han logrado el título de Patrimonio Cultural de la Humanidad como el flamenco. Pese a ser una etnia que culturalmente han aportado mucho, en Rumanía (como en tantos otros países) sufren el desprecio de muchos de sus semejantes, al considerárseles un pueblo conflictivo que no de adaptan a las normas sociales. Al contrario que los judíos, vistos como unas víctimas del holocausto, los gitanos, que también fueron duramente perseguidos por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial por su «inferioridad racial» (se calcula que se asesinó a 220.000) no gozaron de la misma solidaridad global. Tampoco contaron con las simpatías de Ceaucescu, quienes les veía como una plaga retrógrada que impedían el avance de Rumanía, y él mismo fomentó el secuestro de bebés gitanos para entregarlos a familias payas, suceso similar al de la «generación robada» con los aborígenes australianos. treinta años después de la caída del dictador, los gitanos continuan siendo unos marginados en su propio país, viviendo en ghettos y con pocas posibilidades de ser contratados para cualquier empleo: el gitano sigue despertando sospechas y recelos y no parece que su situación tenga muchas esperanzas de cambiar en los próximos años.

Palacete gitano Rumania

Comentada esta breve introducción de la vida romaní, es interesante dedicar unas líneas al fenómeno de los palacios gitanos, cuya máxima expresión se alcanza en el pueblo de Buzescu (a unos 100 kilómetros de Bucarest) pero del que, como digo, podrás encontrar miles de muestras a lo largo de toda Rumanía y al mismo pie de la carretera. Estos recargadísimos palacetes han propiciado la curiosidad de arquitectos de todo el mundo, que incluso han llegado aquí a realizar estudios sobre el tema. Aún no se sabe muy bien los motivos de esta singular corriente arquitectónica (quizás ir en contra de una sociedad más estereotipada) que destaca por pagodas imposibles, torretas medievales, balcones ornamentadísimos, tejados de color plata y oro, mármol, columnas romanas, adornos de mil y un tipos y, sobre todo, mucho color y mucho brillo: cuánto más estrafalario sea el palacete, más orgulloso se siente el dueño al mostrarlo a los vecinos. Disfrutarlos en vivo y en directo significa quedarte con la boca abierta: nunca habíamos presenciado nada igual.

Sighisoara

Al día siguiente regresábamos al que fue destino principal de nuestro primer viaje, Sighisoara, probablemente la ciudad más bonita de toda Rumanía. Y hogar de Vlad Tepes. Vlad Tepes, Vlad Draculea, Vlad «El Empalador». El rumano más conocido del mundo. Héroe para uno, villano para otros. La leyenda que envuelve su vida, en la que tiende a mezclarse realidad y mito, han hecho de él un personaje único, probablemente de los más estudiados de Europa. La crueldad extrema exhibida con los enemigos inspiró a Bram Stoker para escribir su obra cumbre, «Drácula», y crear ese personaje, conde-vampiro, que pasó a convertirse en un clásico de la literatura de terror y sobre el que posteriormente se rodarían tantas y tantas películas.

Pero Vlad Tepes fue mucho más que eso: el papel que jugó en la historia de Rumanía como país, pese a fallecer con sólo 45 años, es importantísimo. Pese a su fama de hombre violento e implacable, los rumanos le consideran un patriota que defendió con fiereza los intereses de su pueblo. Y además, ahora, casi seis siglos después de su nacimiento, tienen aún más que agradecerle: su figura atrae a Rumanía cada año a miles y miles de turistas. Pregúntale a cualquiera que vaya al país por primera vez qué es lo que más ganas tiene de ver: «el castillo del Conde Drácula».

Casa Vlad dracul Sighisoara

El Príncipe de Valaquia se cree que dejó tras de sí más de 100.000 muertos, la mayor parte de ellos soldados de las tropas enemigas a los que asesinó empalándolos. Tal vez esto en la actualidad nos parezca de una crueldad extrema (y lo era) pero hay que ponerse en el contexto del siglo XV, una época en la que se veía el mundo de una forma apocalíptica y la gente vivía con el miedo constante de los castigos del Infierno. Por tanto, no sólo bastaba con hacer prisioneros: había que torturarlos y hacerles sufrir, como escarmiento (Vlad Tepes podía dejar los cadáveres pudriéndose durante meses como aviso a los soldados que vinieran después), pero también como distracción de sus propios súbditos. Desde época de los romanos, en la sociedad se ha visto de lo más normal lo de las ejecuciones públicas, a la vista de todo el mundo, niños incluidos.

Estatua de Vlad Tepes

Estatua Vlad Tepes Sighisoara

El caso es que la figura de Tepes ha hecho de Sighisoara, la ciudad que le vio nacer, uno de los lugares más visitados de Rumanía. Fue nuestro destino estrella en nuestro primer viaje y lo cierto es que nos gustó tanto que no nos importó repetir. La ciudad es pequeña (35.000 habitantes) y se recorre perfectamente en una jornada; aún así, nosotros haríamos noche por dos motivos, el primero es que al irse el sol Sighisoara nos parece aún mucho más siniestra, y el segundo, que queríamos volver a dormir en el Villa Franka, un precioso hotel medieval en el que estuvimos la otra vez, con unas habitaciones de madera preciosas y camas con dosel y velos. El precio 41 euros por habitación.

Hotel Villa Franka Sighisoara

Como en el viaje de Rumanía del 2012 os especifico bastante bien el recorrido por la ciudadela (que es Patrimonio de la Humanidad desde 1999) en esta ocasión haremos un repaso algo más breve para no repetirnos. Sighisoara fue una ciudad fuertemente militarizada por lo que han sobrevivido hasta la actualidad murallas, torreones y bastiones (algunas como la Torre Cositoliror aún muestran los impactos de la guerra con los turcos). La ciudad se divide en dos partes, la ciudad baja y la ciudad alta, la más bonita es esta última. En la ciudadela destaca la Piata Muzeului con su preciosa Torre del Reloj (que además de ser museo, ofrece unas vistas maravillosas de Sighisoara) y muy cerquita tenemos la Biserica Manastirei, iglesia que se reconstruyó tras ser destrozada por los mongoles y en cuyo interior destacan las alfombras orientales. Desde allí obtendrás unas vistas francamente bonitas de la iglesia ortodoxa que se encuentra en la ciudad baja. Otras torres que se conservan son la de los Herreros, los Sastres, los Zapateros, los Cordeleros y los Tintoreros.

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El Ayuntamiento, de estilo neoclásico, y la Casa Veneciana son otros de los puntos claves de la ciudadela. En todo el casco histórico se mantiene ese aire sajón de cuando la ciudad se llamaba Schässburg, aunque lo cierto es que a día de hoy apenas quedan alemanes. Sí se conserva, eso sí, la casa natal de Vlad Dracul, que acoge una exposición de armas medievales y donde está el restaurante Casa Vlad (nosotros la otra vez cenamos allí pero esta vez habíamos quedado tan llenos con la comida en La Perla, cerca de nuestro hotel, que para la cena nos tomamos una limonada en una terraza en la Piata Cetatii, la limonada es muy popular en Rumanía).

Hablando de la plaza Cetatii, la más importante de la ciudadela, es realmente bonita, flanqueada por palacetes renacentistas y barrocos (muchos de ellos reconvertidos en hoteles y restaurantes), entre los que destaca la Casa del Ciervo. En esta plaza solían agruparse los gremios más relevantes. Sighisoara ha sabido mantener fielmente sus vínculos con el pasado y el festival medieval que se celebra anualmente en el mes de Julio es uno de los que tienen mejor reputación en Europa del Este.

Sighisoara Rumania

Desde aquí podemos ir andando hasta la Scara Scolii (Escalera de la Escuela), un pasadizo de madera cubierto (realmente tenebroso) con más de 170 escalones que conduce a la escuela Liceul J. Haltrich. Cerca encontramos la Iglesia de la Colina, la Biserica din Deal, del siglo XIV, y el Cementerio Sajón. En la propia Piata Cetatii y en la calle que va a la escalera, tenemos un montón de tiendas de souvenirs en los que ¡como no! el protagonista es nuestro estimado Vlad Tepes. Nosotros compramos tazas, imanes, un reloj, camisetas… Cuando empezamos a desempaquetar cosas en Madrid, parecía que hubiéramos hecho un tour temático draculesco. Que, a fin de cuentas, lo hicimos.

Castillo de Bran

Nuestra etapa al día siguiente, la última antes de llegar a Bucarest, nos llevaría a otro de los lugares donde habíamos estado en nuestra primera visita. La ciudad nos había dejado un buen sabor de boca y además, nos permitiría volver a ver el Castillo de Bran, que Mónica y Carlos estaban deseando conocer. No obstante, es el monumento más visitado del país precisamente por lo que os contábamos antes, su asociación a la figura del Conde Drácula, ya que Bram Stoker se inspiró en él para su novela… aunque la realidad es que Stoker jamás estuvo aquí y Vlad Tepes tampoco vivió en el castillo. De hecho, la novela no se publicó en Rumanía hasta 1990, cuando ya había caído el comunismo, y cuando a muchos rumanos les preguntaban por el Conde Drácula no sabían muy bien qué decir. Además, a los locales eso de que hubieran convertido a Vlad Tepes, el héroe nacional, en un vampiro chupasangre tampoco parecía hacerles mucha gracia y con razón. Pero en cuanto comenzaron a llegar miles de turistas atraídos por la leyenda, se les olvidaron los prejuicios y hoy en día el rendimiento monetario que se le saca a la figura de Drácula es descomunal en todo el país. Pero es en Bran donde alcanza dimensiones verdaderamente épicas y el único lugar que nos encontramos con un montón de autobuses de turistas y grupos de japoneses: hasta entonces el turismo con el que nos habíamos codeado era básicamente rumano.

Castillo Bran Transilvania Rumania

Si en nuestro primer viaje a Bran nos había lucido el sol, en este segundo llegamos bajo un cielo plomizo que hasta nos dejó una tormenta de regalo. Así que esta vez el castillo sí que se encontraba mucho más acorde a la historia misteriosa y siniestra que arrastra tras él. Volvió a sorprendernos el inmenso mercadillo que hay montado a sus pies, otro buen montón de souvenirs de Vlad Tepes que nos llevamos. Esta vez añadimos queso rumano (branza, que es como lo conocen ellos): el más popular es el de leche de oveja, más suave que el de vaca, y te lo venden ya envasado al vacío para que puedas echarlo a la maleta. Como el día se estaba poniendo algo feo, hicimos una comida temprana en uno de los restaurantes de enfrente del castillo a base de ciorbas calentitas y pizzas caseras y tiramos para Brasov a dejar las maletas en el hotel y dar una vuelta por el centro.

Brasov

El hotel de Brasov, la Pensiunea Laura, era más bien una pensión que un hotel propiamente dicho pero por 28 euros que nos costó la habitación tampoco podíamos pedir mucho más. Las habitaciones eran grandes y tenían terraza pero estaba todo viejísimo (este sí que parecía haber evolucionado poco desde la época de Ceaucescu) y parecía una residencia de estudiantes. El personal, eso sí, era amabilísimo y teníamos parking privado, digamos también las cosas buenas.

Como en el caso de Sighisoara, os vuelvo a remitir a la entrada del viaje a Rumanía del 2012 si queréis ampliar algo más la información pero lo cierto es que en estos cinco años que habían transcurrido entre una visita y otra, nos sorprendió para bien lo que había mejorado el centro de la ciudad, donde han abierto un montón de locales chulísimos y al ser viernes, había un montón de ambiente, con mucha gente joven tomando copas. La Plaza del Ayuntamiento, la Piata Sfatului, estaba hasta arriba de paseantes y la más importante calle peatonal, la Republicii, plagada de terrazas. El casco histórico de Brasov es uno de los más bonitos de Rumanía y en él brillan con luz propia la bonita catedral ortodoxa, la Torre del Trompetista, la Casa del Mercader o la Iglesia Negra, el templo renacentista más grande del país (su nombre viene porque hace siglos un incendio tiznó sus muros).

Brasov Rumania

Brasov fue otra de las ciudades más codiciadas por los turcos y aún se conserva parte de la muralla que la protegía, con algunos baluartes como las Torres Blanca y Negra o el Bastión de los Herreros  y el de los Tejedores, así como  las Puertas de Schei y la de Santa Catalina. La ciudadela se encuentra en lo alto de la ciudad y desde allí se tienen las mejores vistas del Monte Tampa, a las faldas del cuál se encuentra Brasov. Me volvió a impresionar muchísimo el pasear por el centro y darte cuenta que estás a los pies de la montaña, como relaté en el anterior viaje, es habitual que los osos bajen por la noche a rebuscar comida en los contenedores de basura.

Brasov Rumania

Bucarest

Y llegábamos al final del viaje en la capital del país, Bucarest. Teníamos nuestras dudas acerca de lo que nos íbamos a encontrar ya que el comentario que más habíamos escuchado era «¿Bucarest? ¡es feísima! ¡no merece la pena más que para estar unas horas!» Pues vaya, a veces casi es mejor ir con las expectativas tan bajas para llevarte una grata impresión de un sitio. Porque a mí Bucarest me gustó mucho no ¡muchísimo! más de lo que esperaba.

En Bucarest el alojamiento es muchísimo más caro que en el resto del país, quizás porque mucha gente vuela aquí para hacer negocios, pero aún así es más bajo que los estándares de otras ciudades europeas. Nos quedamos en un cuatro estrellas, el Hotel Unique , bastante céntrico, cerca de la Piata Victoriei (por la noche aprovechamos para cenar por la zona ya que había bastantes bares y restaurantes). Habitaciones modernas y muy acogedoras (esa ducha de varios chorros al final del día fue lo mejor), desayuno buffet incluído y un personal amabilísimo. No llevábamos reserva previa pero al ir en Mayo no es problema encontrar alojamiento: 60 euros por habitación. Al chico de recepción, que era un encanto, le hacía mucha gracia lo de vernos con tantos tatuajes y los pelos de colores y cuando hicimos el check-out no se resistió a hacernos la pregunta que le debía estar rondando desde el mismo momento que nos vió entrar «¿tocáis en un grupo o sois de una banda de moteros?». Nosotros nos partíamos con la ocurrencia.

Antes de comenzar a desgranar Bucarest, me gustaría hacerla una pequeña limpieza de cara para los que aún no estén convencidos de visitarla. Pese a su fama de ciudad insegura, en realidad sus índices de delincuencia son muchísimo más bajos que ciudades como Barcelona o Madrid. Esto no quita para que como en todos los sitios haya que ser prudente ante hurtos o estafas o evitar algunos barrios del sur, que pueden ser los más conflictivos. Pero en general me pareció una ciudad bastante segura y con unos habitantes amabilísimos.

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Otro tema es el de los perros callejeros. Habréis visto en muchas guías, en los apartados de «Advertencias y seguridad» que se comenta el tema de que hay muchas manadas de perros vagabundos que pueden llegar a ser agresivos; en otras partes del país sí vimos alguno pero en Bucarest sin embargo no. La historia es cómo el gobierno ha solucionado este problema: exterminando a la mayoría de ellos. Y no sólo el gobierno sino patrullas espontáneas vecinales que al parecer salían a la caza y captura de estos pobres animales. Cientos de asociaciones animalistas han denunciado los métodos brutales utilizados para acabar con el tema de las jaurías: entendemos que es un problema sanitario el de miles de perros sin vacunar vagando por las calles pero también se podía haber intentado acoger a estos perros en refugios e intentar buscarles familias adoptantes, incluso fuera del país. Pero claro, eso supone una inversión económica importante y a las autoridades les parecía más fácil y más barato tomar una solución drástica pero cruel e injusta.

Y un último punto: Bucarest es una gran ciudad, que ha sufrido (y aún sufre) los estragos de la pobreza. Y eso, por desgracia más para sus habitantes que para los que venimos de fuera, es algo que obviamente se sigue palpando cuando paseas por la capital. Hay zonas muy dejadas donde la suciedad y el abandono campan a sus anchas. Pero aún así, a mí se me quedó la grata impresión de que los bucarestinos están realizando un esfuerzo sobrehumano para adecentar su ciudad y creo que en pocos años puede llegar a convertirse en un destino realmente atractivo en Europa del Este. No obstante, a mí me pareció una parada altamente interesante no sólo por el valor histórico que hay detrás de Bucarest sino para entender bastante mejor lo que supuso el comunismo en Rumanía. Porque pese a los años transcurridos, casi treinta, en Bucarest la época comunista aún se respira en muchos de sus rincones.

Edificios preciosos se encuentran abandonados

Bucarest Rumania

Pese a su fama de ciudad horrible (que, de veras, no logro entender) Bucarest fue en su día considerada la «París del Este», precisamente porque muchas de sus avenidas recordaban a las de la capital francesa. Otra cosa es en lo que la acabó convirtiendo Ceaucescu, que la concibió como un experimento para sus más esquizofrénicos delirios urbanísticos. El terremoto de 1977, en el que murieron 1.500 personas y que destrozó un millar de edificios, le sirvió como excusa perfecta para llevar a cabo sus maquiavélicos planes arquitectónicos. Fue lo que los rumanos conocieron como Ceaushima, en clara alusión a Hiroshima. A Ceaucescu lo del patrimonio histórico se la traía al pairo y si en otros lugares del país había demolido iglesias, monasterios y monumentos centenarios, por qué no iba a hacer lo mismo en la capital, que era su ventana al mundo. A mediados de los 80 se llevó a cabo la demolición más grande (y dañina) que había visto el mundo occidental: ocho kilómetros cuadrados en el centro histórico fueron arrasados, llevándose por delante hospitales, sinagogas, iglesias, teatros, monasterios y hasta un estadio. Casi 50.000 personas fueron obligadas a mudarse de un día para otro (literal) y fueron derruidos 10.000 edificios del siglo XIX. Una auténtica hecatombe.

Analizada la curiosa (y triste) remodelación que sufrió la ciudad, os recomiendo por ello que comencéis vuestro recorrido por el que probablemente sea el símbolo que mejor representa la locura megalómana de Ceaucescu: el Palatul Parlamentului o Palacio del Parlamento. El que después del Pentágono es el edificio gubernamental más grande del mundo (64.000 metros cuadrados, 3.000 habitaciones y 440 despachos) fue el sueño de un lunático que quería demostrar al mundo su poder ilimitado; vamos, lo que les pasa a la mayoría de los dictadores, que acaban devorados por sus delirios de grandeza.

Palatul Parlamentului bucarest

Para hacer realidad tan extraordinaria propuesta, Ceaucescu contó con 400 arquitectos (ignoramos cómo logró que se pusieran todos de acuerdo para la planificación, aunque visto el terror que inspiraba este hombre, tampoco nos extraña) y 20.000 obreros. La idea era agrupar en un mismo edificio todos los órganos de poder y así, de paso, se tenía controlados a los funcionarios que trabajaban para el Estado. Aunque debemos reconocer que pese a lo desmesurado de la obra, la grandeza que emana el palacio cuando te ves delante es sobrecogedora: eso es lo que se buscaba, amedrantar a cualquiera que se viera a sus pies. A día de hoy el palacio levanta entre los bucarestinos sentimientos encontrados: unos lo ven como la mayor atracción turística (y, por lo tanto, generadora de ingresos para todos) pero a otros muchos les recuerda que para su construcción se necesitó, ahí es nada, un tercio del producto interior bruto del país. La que iba ser la Casa del Pueblo puede tener una apariencia austera en su fachada (como todos los edificios comunistas) pero en su interior se acumulaban cortinas bordadas en oro, lámparas de araña, candelabros, butacones de madera y obras de arte: pese a que el pueblo se muriera de hambre, cualquier lujo se le hacía poco a uno de los mayores genocidas de la Historia.

Desde la Plaza de la Constitución, situada frente al palacio, sale el inmenso Boulevard Unirii (4 kilómetros de longitud y más de 100 metros de anchura), que pretendía emular a los Campos Elíseos de París, una gigantesca avenida que Ceaucescu soñaba ver llena de rumanos aclamándole como si fuera un dios, algo que no lograron ver sus ojos. Hoy llama la atención ver como una avenida diseñada para la ensaltación del comunismo está repleta de tiendas de todo tipo, las vueltas que da la vida. Plagada de árboles, es uno de los lugares favoritos de los locales para ir a pasear en los días soleados. Desemboca en la Piata Unirii, la grandísima plaza en la que los atascos de tráfico y los bocinazos son los auténticos protagonistas.

Desde aquí comenzaremos el paseo por el casco antiguo que, insisto, a mí me pareció que tenía bastante que ofrecer. Casi todo el centro histórico es peatonal. Su calle principal es Lipscani y junto a ella tenemos las de los antiguos gremios (no obstante, este era el barrio de los comerciantes) como la de los sombrereros (Sepcari), los guarnicioneros (Selarii), los peleteros (Blanari) o los comerciantes de Gabrov (Gabroveni). Es un área ideal para dar un paseo ya que se suceden las terrazas, los mercadillos, las tiendas y las heladerías. Aquí encontraremos también las ruinas del Curtea Verche (Corte Vieja), el primer palacio real que tuvo Bucarest y que sucumbió víctima de un terremoto en el siglo XVIII (como véis, la capital rumana se encuentra en una zona sísmica y más de 300 edificios se hallan apuntalados, corriendo serio riesgo de derrumbe). ¿Y quién mandó construir la corte? Lo habéis adivinado: Vlad Tepes. Su busto por delante de las pocas columnas que sobrevivieron da fe de quien es el personaje más importante de la historia rumana. Y también el más excéntrico: él mismo se encargó de destruir esta pequeña ciudadela, antes del terremoto, cuando intentó recuperar el trono.

Bucarest

En esta zona destaca el precioso Banco Nacional, de estilo neoclásico francés, y la bonita iglesia Sfantul Anton, a la que acuden cada día muchísimos fieles.

Biserica Sfantul Anton

Biserica Sfantul Anton

Enfrente aprovechamos para comer en un lugar mítico, el Hanu Iui Manuc. Es una antigua posada de comerciantes del siglo XVIII que me recordó muchísimo a las corralas donde se representaban en España las obras de teatro en época medieval. Lo encontramos de casualidad pues no conocíamos su existencia y fue un acierto porque el restaurante es precioso y además con buen tiempo puedes comer al aire libre. Probamos (de nuevo) la deliciosa carpa rumana y apenas salimos a 15 euros por cabeza, un auténtico regalo si tienes en cuenta la experiencia que supone comer en un lugar tan lindo y tan importante a nivel histórico.

Una de las iglesias que más me gustó en el centro fue la de San Nicolás (parecía que estabas en Moscú, de hecho los locales la conocen como la «iglesia rusa»), aunque nos la encontramos en obras. Pero mirad qué bellísimas sus cúpulas, no muy habituales en la arquitectura rumana.

Iglesia San Nicolas Bucarest

En una calle cercana se encuentra la Biblioteca Nacional Rumana (cuatro millones de volúmenes) y la Iglesia Búlgara. Como veis, Bucarest está llena de templos religiosos. Otro de los más importantes es el Monasterio de Stavropoleos, que conserva lápidas del siglo XVII. En la misma calle que el monasterio se encuentra otro de los locales gastronómicos legendarios en Bucarest, el Caru’ Cu Bere (Carro de Cerveza), una taberna que data del año 1975 (mejor ir con tiempo porque suele estar hasta arriba de gente).

Un poco más adelante, tenemos el Museo Nacional de Historia, instalado en un edificio del siglo XIX que anteriormente fue sede de Correos. Con más de 60 salas, destacan en su interior las Columnas de Trajano y el Tesoro Nacional Rumano, con piezas de orfebrería y joyas de los monarcas desde la Edad de Bronce hasta el siglo XIX. Dentro se encuentra también el Museo de la Filatelia.

La Calea Victoriei es la gran avenida de Bucarest, lo equivalente a la Castellana madrileña. Es quizás la calle más «francesa» de toda la capital, con sus vistosos edificios del siglo XIX que antiguamente acogían las tiendas más lujosas de la ciudad. Esta es la mejor herencia de un pasado glorioso, anterior a las guerras mundiales y la etapa comunista, cuando el país vivía sus mejores momentos. Son relevantes en la avenida el edificio de la Caja de Ahorros (Palatul Casei de Economii si Consemniatiuni), el Teatro Odeon y el Museo Memorial Gheorghe Tattarascu; saliendo hacia la Strada Doamnei tenemos la iglesia del mismo nombre, una de las más antiguas de la ciudad. Y aquí abajo la coqueta iglesia Kretzulescu.

iglesia Kretzulescu Bucarest

El Cercul Militar National es otro de los edificios más relevantes de Bucarest. Se construyó en 1912, pensado como un lugar de recreo para los soldados y los altos mandos del ejército. Esta zona también acoge muchos edificios universitarios y hay mucho ambiente estudiantil.

Cercul Militar National Bucarest

Si continuamos por la Strada Sf. Vineri llegaremos hasta la Sinagoga Templo Coral (en Bucarest antes de la Segunda Guerra vivían más de 40.00 judíos). En ella se exhibe una exposición en torno a los mártires judíos. Aunque no es la sinagoga más antigua de la capital, es la Esua Tova, construida en el año 1827.

Cerca de aquí podemos visitar la iglesia de San Jorge y la Biserica Coltei, junto al primer hospital que tuvo Bucarest, el Coltea. Enfrente está el Museo de Historia y Arte en el Palacio Sutu. Desde allí nos dirigiremos a la Piata Universitatii, una de las más bonitas de Bucarest y donde podremos admirar el Teatro Nacional y, entre otras, las estatuas de Miguel el Bravo y el matemático Spiru Haret. La plaza salió en los telediarios de todo el mundo cuando en 1990 el presidente Iliescu, harto de protestas estudiantiles que pedían una regeneración gubernamental, se alió con los mineros para que estos reprimieran violentamente las manifestaciones. Se dice que a la ciudad llegaron más de 14.000 y que estos no sólo la tomaron con los universitarios sino con cualquier transeunte con el que se cruzaran. Aunque oficialmente se dijo que «sólo» hubo siete muertos (que ya son muchos) los periódicos de la oposición denunciaban que más de 40 cadáveres habían sido enterrados en la más absoluta clandestinidad.

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Hacia el este, tenemos la Piata Rosseti, con el Palacio del Ministerio de Agricultura y la iglesia Armeneasca, en cuyo lateral se encuentra el museo del cristianismo armenio; más adelante, en Calea Mosilor, la Iglesia de Todos los Santos.

Estamos ya en otro de los puntos claves en el corazón de Bucarest: la Plaza de la Revolución. Y decimos corazón en el sentido literal ya que fue aquí donde en 1989 los rumanos dijeron ¡basta! a más de dos décadas de tiranía, abusos y terror. Mientras Ceaucescu intentaba inutilmente calmar los ánimos de miles de personas, que gritaban con el puño en alto «¡el pueblo somos nosotros!», su esposa Elena, otra de las asesinas más despiadadas de la historia europea, le aconsejaba huir: poco después un helicóptero con el matrimonio surcaba los cielos ante la ira de los manifestantes. Tres días después, el de Navidad, Ceaucescu y su mujer eran fusilados.

En la plaza lo primero que encontramos es el Palacio del Senado, antigua sede del Partido Comunista. Frente a él se encuentra este memorial en recuerdo a los caídos de la Revolución.

Memorial Bucarest

En el otro lado de la plaza encontramos el Palatul Regal (Palacio Real), que ha sido utilizado, a excepción de los Ceaucescu (menudos eran ellos) por todos los presidentes de Rumanía; actualmente, y tras sufrir graves desperfectos durante la caída del régimen comunista, acoge el Museo Nacional de Arte, con más de 100.000 obras entre las que destacan las de artistas como Velázquez, El Greco, Murillo o Monet. Yendo ya por la Calea Voctoriei llegamos a la Academia Românâ (que se dedica al estudio de la lengua rumana), el Museo Nacional de Literatura, la Casa Lens-Vernescu y el Palacio Cantacuzino. Ya en la Piata Victoriei tenemos el palacio de idéntico nombre,  el Museo Taranului Roman y el Museo Nacional de Geología. Un poco más al norte nos encontramos con el Arco del Triunfo en conmemoración de las víctimas de la Primera Guerra Mundial.

Arco Triunfo Bucarest Rumania

La última visita que os voy a recomendar si estáis en Bucarest (y, sobre todo, si hacéis una visita corta de fin de semana que no os permita ir a otras partes del país) es la del Muzeul Satului, que se encuentra en el parque Herâstrâu. Nosotros no fuimos a verlo porque, como os comento, llevábamos nueve días viendo la Rumanía rural de primera mano pero es una buena opción para descubrir cómo se vive en las aldeas. Es un museo al aire libre con casas tradicionales, molinos de agua, iglesias de madera, serrerías y todo tipo de utensilios usados en el campo; en verano se organizan mercadillos y espectáculos folklóricos. Una bonita experiencia para descubrir, al margen de la gran ciudad, la realidad rural de un país que, una vez más, nos volvió a dejar fascinados y al que esperamos volver una tercera vez… y una cuarta y una quinta. ¡Maravillosa Rumanía!

10 comentarios

  1. ¡Que pasada es Transilvania! Me lo apunto como próximo destino 😉

  2. Antes estuvisteis en el Dantzari Eguna de Lekeitio a la vez que yo y ahora resulta que habéis pasado por delante de mi casa en Bucarest XD ¡Vivía detrás del Palatul Regal cuando pasasteis por allí!
    El mundo es un puñetero pañuelo eeh jajaja

  3. Seguro que sí! Ahora mismo estoy de vuelta en Bilbao, pero dentro de unos meses, ¡¿quién sabe?!
    Tú bien sabes que es lo que tiene ser un culo inquieto jajaja
    Un fuerte abrazo!! 😀

  4. Estás en una ciudad maravillosa entonces ¡disfrútala mucho! Y si, a ver si se coincide en nuestros viajes… otro abrazo para ti!

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