¿Sabías que España, después de Camboya, es el país del mundo con mayor número de desaparecidos, casi 115.000 personas, que aún yacen en cientos de fosas comunes sin que se facilite la labor de entregar sus restos a sus familiares para que puedan enterrarlos? Ochenta años después de la Guerra Civil, lamentablemente nuestro país no logra cerrar una de las páginas más sangrientas de la historia de Europa. Mientras en países como Alemania la apología del nazismo está considerado uno de los delitos más graves y constantemente se realizan homenajes a las víctimas de las SS, en nuestro país ocurre precisamente lo contrario: se permiten con total impunidad las reuniones de grupos falangistas, se tiene enterrado a un dictador en el Valle de los Caídos (¿os imagináis un mausoleo en Berlín donde la gente peregrinara para rendir respeto a Hitler???) y lo que es peor, el gobierno incumple la ley de Memoria Histórica y pone todas las trabas posibles para que los cadáveres de los fusilados puedan descansar en paz. Entre dichos asesinados se encuentra el poeta más grande de la literatura española, Federico García Lorca, cuyo cuerpo aún no ha sido encontrado: impensable que por ejemplo en un país como Inglaterra William Shakespeare yaciera enterrado en una fosa común.

Este fin de semana pasado, aprovechando que pasábamos el Puente de San Isidro en Aragón, visitábamos un pueblo que es el ejemplo más desgarrador de lo que supuso la Guerra Civil. Hablamos de Belchite, en la provincia de Zaragoza, testimonio escalofriante convertido en ruinas de piedra que cuenta sin pronunciar palabra los horrores de la guerra. No sólo de la Guerra Civil sino de cualquier conflicto bélico que aún exista en el mundo. Pasear por las calles de Belchite encoge el alma y recuerda a esas imágenes que sin descanso cada día nos traen los telediarios de lugares como Siria o Irak, donde los muertos se cuentan por miles. El hombre, ese único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, es capaz de lo mejor, la construcción de las más bellas obras arquitectónicas, y también de lo peor, la destrucción de estas mismas. Pero aún más lamentables son las pérdidas humanas, totalmente insustituibles. Por eso Belchite es uno de esos lugares que jamás deberían desaparecer, para recordarnos la barbarie de la que es capaz el ser humano, tenga detrás una ideología u otra. Al final, los muertos, de derechas o izquierdas, muertos son y el dolor de sus familias es el mismo.

El ayuntamiento de Belchite tomó hace unos años una sabia decisión: cerrar Belchite Viejo y así evitar que se siguieran llevando a la práctica tantos actos de vandalismo, desde pintadas y botellones a celebraciones de misas negras y rituales satánicos. Hay que tener en cuenta que la negra historia que existe detrás de esta pequeña población ha atraído a miles de personas desde que el pueblo quedara abandonado, lo que desgraciadamente ha influido en su deterioro. Por dicho motivo, actualmente sólo se puede conocer el viejo Belchite en visitas guiadas, que se realizan a diario a las 12:00, las 16:00 y las 22:00 (para estas últimas, las nocturnas, has de llevar tu propia linterna y dejar atrás miedos y temores, ya que se ameniza la visita con historias de almas en pena, sucesos paranormales y psicofonías). Los viernes, sábados y domingos también hay una visita adicional a las 18:00: puedes hacer las reservas de las entradas en el correo turismo@belchite.es o llamando al 976 830 771. El precio de la entrada es 6 euros por persona. Nosotros hicimos la visita diurna y nos hizo un calor de derretirte: mejor echar gorra y una botella de agua si vienes en época estival.

Para comprender por qué Belchite, con razón, tiene el dudoso honor de ser el pueblo más siniestro de nuestra geografía, debemos remontarnos a los antecedentes históricos de la Guerra Civil. Porque es lamentable que en España todavía haya millones de personas que no tengan ningún interés en conocer las raíces del conflicto bélico que enfrentó a padres e hijos, hermanos, amigos y vecinos: en las escuelas debería incidirse mucho más en esta parte de la historia de nuestro país, ya que no sólo nos toca de lleno al ser muy reciente sino que además está íntimamente ligada a la situación política actual, con partidos de derechas que son herederos directos del bando franquista y a los que cuesta desligarse de sus casposas y retrógradas ideologías. Entender lo que ocurre actualmente en España, con leyes que perjudican a la clase obrera, que fomentan el catolicismo obligatorio en los colegios y que incentivan la diferencia de clases, es una labor que no se puede llevar a cabo si no sabemos antes por qué en España de 1936 a 1939 miles de personas asesinaron a otras miles y se sufrió una dictadura atroz que duró la friolera de más de cuarenta años.

A principios de los años 30, España contaba con un gobierno de izquierdas que proclamó la Segunda República (sí, hace casi un siglo España parecía estar más avanzada ideológicamente y no era una monarquía, qué tiempos aquellos). Sin embargo, en el verano de 1936 se intentaba un golpe de Estado por parte de los militares, que resultó fallido, y que desencadenó un sangriento conflicto entre nacionalistas, apoyados por la Alemania nazi y la Italia fascista de Mussolini, y republicanos, respaldados por las Brigadas Internacionales, formadas por soldados de países como Francia, Estados Unidos o Canadá. Durante estos tres años, ambos bandos masacraron poblaciones enteras y ello no tiene excusa ninguna pues al fin y al cabo, la gran perjudicada fue la población civil. Pero aún menos la tiene que acabada la guerra, la posguerra fuera aún peor: miles de prisioneros republicanos al servicio del gobierno franquista, millones de familias muriéndose de hambre, cárceles llenas de presos políticos, leyes asfixiantes en las que la libertad de expresión brillaba por su ausencia. El abuso de poder que durante casi medio siglo ejerció Franco en este país aprovechando su victoria es posiblemente uno de los episodios más vergonzosos que ha vivido España en toda su historia.

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Partamos de la base de que los rebeldes fascistas tuvieron una de sus grandes bazas en la parte norte de la península, apoyados principalmente por la Legión Cóndor. Zaragoza era una de sus ciudades clave, ya que servía como nudo de comunicación entre las tropas sublevadas, por lo que el ejército republicano la fijó como uno de sus principales objetivos para evitar de paso la ocupación de Santander y para ello envió 70.000 hombres, el denominado Ejército del Este. Pero fracasó estrepitosamente al intentar tomar por la fuerza la capital aragonesa. Buena culpa de ello la tuvo Belchite, a quien consideraban un objetivo de segunda categoría pero donde los franquistas se atrincheraron: lo que se prometía una batalla de apenas un par de días para tomar el pueblo, acabó convertido en un brutal conflicto que se extendió dos semanas, desde el 24 de Agosto hasta el 6 de Septiembre. Belchite tenía firmada su sentencia de muerte: más de 6.000 personas de ambos bandos (y muchos que en realidad no pertenecían a ninguno) morirían en esos aciagos 14 días.

Cuando uno llega a Belchite y de repente pone sus pies en esas calles polvorientas, enmarcadas por casas medio derruidas (de algunas sólo quedan las fachadas y cuesta imaginarse cómo serían originalmente, fieles representantes del estilo renacentista aragonés con sus aleros de madera), no cuesta ponerse en situación y tratar de experimentar el horror que debieron sufrir esas pobres familias al ver su pueblo bombardeado y tomado por las tropas de ambos bandos. Hay que tener en cuenta que Belchite era un pueblo pequeño (3.800 habitantes), todo el mundo se conocía y de la noche a la mañana familias enteras vieron como sus distintos miembros se enfrentaban entre sí, apoyando unos a los franquistas y otros a los republicanos. Era la barbarie llevada al extremo.

Hasta que estalló la guerra, Belchite tenía un gobierno de izquierdas y un alcalde socialista. Cuando se sublevó Zaragoza, franquistas y guardia civiles venidos desde Zaragoza se presentaron en el pueblo, detuvieron a las autoridades y a todos los vecinos con ideología izquierdista, se los llevaron y los fusilaron. Por eso resulta tan irónico que a posteriori el señor Francisco Franco utilizara años después a Belchite como símbolo de la resistencia fascista y considerara héroes de guerra a los soldados falangistas, cuando fueron los rebeldes los que destruyeron la democracia y se impusieron por la fuerza, aterrorizando a un pueblo que hasta entonces había vivido en paz. No hay nada más fácil que tergiversar la historia cuando te has declarado vencedor.

La mayoría de las casas contaban con bodegas y sótanos y estos sirvieron como punto de origen y destino para construir túneles que comunicaran las viviendas y permitieran esconderse a los milicianos. El pueblo, de escasas dimensiones, se convirtió en el peor de los infiernos: los muertos se amontonaban en las calles bajo el calor, provocando el riesgo de epidemias y enfermedades, ya que el cementerio se encontraba a dos kilómetros a las afueras y era materialmente imposible salir de la población. De hecho, se aprovechó un trujal, un antiguo depósito de aceite y olivas, para enterrar a más de 80 personas que aún hoy en día permanecen aquí: ninguno de sus familiares ha pedido su exumación, posiblemente porque creen que el lugar donde les asesinaron y que cada año visitan miles de personas es la mejor tumba-homenaje que pueden tener.

La batalla se alargó precisamente por ser Belchite tan pequeño y sus calles tan estrechas (así se favorecía que no corriera tanto el cierzo, ese gélido viento maño). Al no poder entrar los tanques soviéticos que apoyaban a los republicanos, los combates fueron casa por casa y cuerpo a cuerpo, lo que encrudeció aún más si cabe la contienda. Cuando estalló la guerra, Belchite contaba con 1.200 edificios: un tercio de ellos sucumbieron a los bombardeos. Aún así, el pueblo no quedó abandonado del todo hasta 1964. En esos 24 años transcurridos desde el fin de la Guerra Civil, Franco mentía (una vez más) y prometía recompensar a los vecinos con casas gratuitas en el Belchite Nuevo que iba a construirse: no sólo se vieron obligados a pagar estas viviendas sino que además tuvieron que construirlas los presos republicanos con sus propias manos. Esa fue la «recompensa» por pertenecer al bando enemigo.

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La situación del bando republicano en Agosto de 1937 era muy complicada: los nacionalistas ya poseían Bilbao y estaban a punto de tomar Asturias y Santander.  Vieron en Belchite el lugar perfecto para una maniobra de distracción (y de amenaza) para lo que ocurría en Zaragoza: este pequeño pueblo de agricultores y ganaderos donde los 3.000 soldados fascistas campaban a sus anchas parecía el blanco perfecto y ejemplarizante, . Lo que no imaginaban es la cantidad de bajas que sufrirían sus propias tropas: fallecieron más de 2.500 republicanos, la mitad de los caídos en combate en Belchite. Por eso insisto en que es bastante hipócrita que Franco incidiera en que los verdaderos «sufridores» eran los falangistas cuando tanto un bando como otro fue masacrado sin piedad por el contrario y, además, los nacionalistas habían tomado dos veces el pueblo (en 1936 y 1938) frente a una de los republicanos.

La visita guiada permite saber con más certeza cómo y cuáles eran exactamente los edificios que apenas se mantienen en pie, sobre todo a lo largo de la calle principal, desde la casa del médico al Banco Zaragozano, las plazas Vieja y Nueva o la Iglesia de san Martín, donde aún se puede leer en la puerta «Pueblo viejo de Belchite, ya no te rondan zagales, ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres» (obra de Natalio Baquero, uno de los últimos habitantes de Belchite).

También existía un teatro de variedades (pese a que Belchite era pequeño, era muy próspero económicamente y además era cabeza de partido), lavaderos, escuelas, el cine Goya, el Convento de San Rafael… Esta de aquí abajo es la iglesia de San Agustín, que a duras penas consigue mantenerse en pie sin derrumbarse (los arcos interiores están en muy mal estado). El día 2 de septiembre de 1937 la XV Brigada Internacional abrió un agujero en la iglesia por el que comenzaron a entrar las tropas a tomar la población: en un lateral de la torre aún permanece un obús que no llegó a estallar. La madrugada del 5 al 6 de Septiembre, último día de la batalla, 600 personas intentan huir: apenas un centenar logró romper el cerco, la mayoría civiles que contaban con la ventaja de conocer el terreno. El 6 de Septiembre el ejército republicano evacua a los últimos supervivientes, la mayoría escondidos en las bodegas, quienes al salir al exterior se encuentran un panorama desolador: apenas queda nada del pueblo que les vio nacer. Belchite había pasado a convertirse en un pueblo fantasma, el recordatorio necesario, casi imprescindible, para una nación como la nuestra que ha sufrido tanto. Porque el pueblo que no conoce su propia historia, está condenado a repetirla.

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4 comentarios

  1. Alucinante el dato de que seamos los segundos solo por detrás de Camboya 😮
    Así me parece aún más lamentable que no se haya hecho nada por cerrar las heridas de la Guerra Civil.

  2. En cualquier otro lugar del mundo esta situación hubiera sido impensable. Belchite es un buen recordatorio acerca de todo lo que queda por hacer en este país para cerrar uno de los capítulos más negros de nuestra historia.

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