Manual de la perfecta viajera

Una de las ventajas que da vivir en una ciudad como Madrid, con una oferta cultural inmensa, es tener a tu disposición cientos de eventos a cual más interesante. En el caso del teatro, dicha oferta no se limita a los grandes (y carísimos) musicales que se representan en la Gran Vía: por suerte, tenemos también a nuestra disposición otro montón de espectáculos alternativos que sin encontrarse tan promocionados y con muchos menos medios, sin embargo ofrecen otra opción de ocio, para mi gusto incluso más atrayente. Hablamos de esas decenas de teatros pequeños que combaten la falta de medios con equipos de actores y actrices curtidos en mil y una batallas, repartos que no necesitan detrás escenarios de miles de euros y que cuentan únicamente con su ingenio, sus tablas y su buen hacer interpretativo (que ya es bastante) para permitir al espectador evadirse de su rutina diaria. Ahí radica el mérito de estas compañías todoterreno, que ponen en sus proyectos toda la ilusión del mundo y a los que hay que agradecerles su amor incondicional a uno de los más bonitos de los artes: el teatro.

Manual de la perfecta viajera

 

Una de estas entrañables obras es «Manual de la perfecta viajera». Llevada a la práctica por sólo dos actores magníficos, Ana de la Hoz y Jorge Jimeno (y el hombre-orangután que entre acto y acto reubica el escaso mobiliario y que nos arrancó un montón de carcajadas), esta divertida comedia hará las delicias del público pero sobre todo sacará mil sonrisas a los que como nosotros lleváis toda vuestra vida viajando por el mundo. Representada en el Artespacio Plot Point, un teatro pequeñito situado en el barrio de Embajadores con una programación de lo más original (os animo a que echéis un ojo a su calendario de eventos), su trama gira en torno a una curiosa situación: la que «enfrenta» a los viajeros contra los turistas. Porque en la práctica ¿qué diferencia hay entre uno y otro, si es que realmente la hay? Nosotros creemos que sí, que la principal radica en el respeto que se muestra hacia las culturas y poblaciones locales que se encuentran en los destinos visitados, pero que también el equilibrio se encuentra en hallar el punto medio entre uno y otro. Esta obra es una sátira de ambos modelos, el del turista que le gusta que se lo den todo hecho y necesita ir siempre con un guía llevándole de la mano y el del viajero que se emperra en llevar a cabo un viaje tan auténtico que en ocasiones llega a rozar la ridiculez.

Un asturiano, el turista, ataviado con una camiseta de la selección española, su Marca bajo el brazo y ni la más mínima idea del país a donde vuela; una mochilera, la viajera, con sus pantalones de mil bolsillos del Coronel Tapioca, su cámara colgada al cuello y la guía de la Lonely Planet en el macuto. Dos únicos protagonistas, separados por el infinito concepto de lo que significa viajar, coinciden en la sala de embarque de un aeropuerto cualquiera antes de partir hacia un país ficticio, Noxa, que muy bien pudiera ser Laos o Nepal. Ya tenemos el punto de arranque para una comedia de situación con un guión divertidísimo que incide en los tópicos que rodean a turistas y viajeros. Y es que las cosas como son: cuando en tus viajes has encontrado tantos representantes de uno y otro «gremio», has de sentirte obligatoriamente identificado con muchas de las situaciones que ambos van viviendo a lo largo de este exótico viaje y lo absurdo de muchas de ellas. Y es que, curiosamente, al final casi acabamos sintiéndonos más cercanos al pobre turista que no sabe por donde se anda que a la viajera autosuficiente que está tan empeñada en realizar su viaje negándose a cosas tan necesarias a veces como coger un taxi que acaba convirtiendo la aventura soñada en un verdadero desastre. Ya lo comenté hace tiempo cuando escribí un artículo acerca del libro «Malditos viajes»: viajar por libre, en mi opinión, no significa que necesariamente debas dormir en los hostales más cutres que encuentres y donde corras el riesgo de pillar enfermedades erradicadas en el siglo XIX (brillantísima la puntualización constante de la viajera: «no son hostales ¡son hostels!», me moría de la risa cada vez que lo soltaba toda indignada) ni que mueras deshidratado por no querer gastarte un euro en una botella de agua ni que esté prohibido «aprovecharse» de las ventajas que ofrecen ciertas excursiones puntuales organizadas que en un determinado momento te puedan salvar el día sin que ello equivalga a tener a un guía que no te deje ni respirar. Como comentaba antes, precisamente en los puntos medios se encuentran las virtudes de los viajes y es estúpido llevar el asunto del viajar al extremo, que es lo que hacen muchos mochileros radicales que se creen mejor que nadie por comer una vez cada dos días para ahorrarse presupuesto (eso no es ser un «viajero», es ser tonto y, además, tacaño).

Para no destriparos la obra, no continuaré desgranando la cantidad de situaciones atípicas a las que ambos se enfrentan pero sí os animaré a que vayáis a ver «Manual de la perfecta viajera» sin ningún tipo de prejuicio y ante todo dispuestos a reiros de vosotros mismos, porque fijo que más de una vez pensaréis para vuestros adentros «¡joder, eso lo he dicho más de una vez yo!» (y no por ello deberéis sentiros mal, que conste). Y es que esa es la verdadera gracia de esta grandísima comedia: conseguir que el espectador se ponga en el lugar de estos dos personajes que hay sobre el escenario porque a fin de cuentas son situaciones muy habituales en cualquier viaje que se precie y, ante todo, que se de cuenta que al final lo más importante en un viaje es disfrutar de la experiencia, independientemente del modo en que quieras llevarla a cabo mientras seas respetuoso con lo que te encuentras en el camino.

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