Chefchaouen: la ciudad más azul del mundo

¡Otro nuevo viaje a Marruecos! Lo cierto es que no nos cansamos de escaparnos siempre que podemos al país vecino. Y hay que reseñar que los viajes allí incluso los disfrutas más en invierno, ya que te evitas el calor achicharrante y pegajoso del verano y te encuentras con unas temperaturas de lo más agradables. Salir de España a mediados de Noviembre en mitad de una ola de frío y toparte con 26º y la gloriosa sensación de poder regresar durante unos cuantos días a la manga corta es la mejor bienvenida que te puede brindar cualquier destino.

En esta ocasión volvíamos al norte del país, más concretamente a Chefchaouen y Assilah. Como en Tánger ya había estado varias veces, decidimos obviarlo en esta ocasión: en realidad, sólo pasaríamos allí la primera noche ya que era el aeropuerto donde aterrizábamos. Esta vez realizamos la ida con Air Arabia: hace poco que han comenzado a operar en el aeropuerto de Barajas pero la compañía, para ser una bajo coste, está genial, asientos amplios y aviones nuevos. El regreso le realizamos con Ryanair. Precio total del vuelo, poco más de 80 euros.

Como la primera noche llegábamos bastante tarde, como a las doce, habíamos reservado en un apartahotel cerca del Cabo Malabata. Qué lugar más estupendo. Es el Mnar Castle y es un complejo de apartamentos (más bien pisazos) de auténtico lujo a un precio imbatible. Nosotros, al ir tres parejas, habíamos alquilado uno de los más grandes (130 metros, cuatro habitaciones, dos baños y una terraza inmensa con unas vistas espectaculares al estrecho de Gibraltar). Por persona salimos a sólo 22 euros y eso que nos incluían hasta un variadísimo desayuno que te sirven junto a la piscina. El personal amabilísimo y el alojamiento de matrícula de honor.

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En un principio pensábamos habernos acercado a la estación de buses de Tánger para apalabrar el tema del transporte hasta Chefchaouen con algún taxista. Pero tuvimos la suerte que al aterrizar , al ser seis, cogimos una furgoneta y con el mismo taxista que nos llevó al hotel acordamos que nos viniera a recoger al día siguiente. Nos cobró cien euros por el transporte hasta Chefchaouen; teniendo en cuenta que íbamos seis, el precio se nos quedaba super bien. Aunque en realidad de Tánger a Chefchaouen hay poco más de cien kilómetros, hay que tener en cuenta que la ruta te lleva, pasando antes por la bulliciosa Tetuán, por unas carreteras de montaña bastante complicadas, por lo que el trayecto se te va hasta una duración de dos horas y media. A cambio obtienes, eso sí, unas vistas tan espectaculares como esta, para los que aún conserven la idea de que Marruecos es un país árido y desértico. En el sur sí pero en esta zona (Chefchaouen se encuentra entre las majestuosas montañas del Rif) como veis el paisaje tan verde te recordará más a Galicia que a la imagen que se nos suele vender del propio Marruecos. Por poner un ejemplo, mi hermana estuvo hace unos años en Chefchaouen en Navidad y se lo encontró completamente nevado.

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A mitad de camino paramos para tomar un buen té moruno en un restaurante de carretera con unas vistas estupendas. Además, como comento, nos hizo tan buen tiempo que la parada técnica se hacía imprescindible. Cuando llegamos a Chefchaouen, mejor recibimiento no pudimos tener. Y es que nuestro hotel, el Rèsidence Hôtelière Chez Aziz, es uno de los mejores riads que he disfrutado jamás en Marruecos. Habíamos reservado tres apartamentos (uno para cada pareja): preciosos, decorados totalmente en plan árabe, con saloncito moruno y cocina completa con todos los accesorios imaginables y super amplios.

Entrada a nuestro riad

Rèsidence Hôtelière Chez Aziz Chefchaouen

Además, el Chez Aziz se encuentra justo en el centro del pueblo por lo que pudimos ir a todos los lugares andando. Y un diez para el personal que lo lleva: amabilísimos, tienen además una pastelería totalmente casera (hasta nos regalaron una tarta de chocolate de bienvenida), una de las tardes nos regalaron también una bandeja de té a la menta y encima te suben a la propia habitación el desayuno, que como veis en las fotos era completísimo y no logramos acabárnoslo ninguna de las mañanas.

Rèsidence Hôtelière Chez Aziz Chefachouen

Rèsidence Hôtelière Chez Aziz Chefchaouen

Lo de que te sirvan el desayuno en la habitación es una gozada

Rèsidence Hôtelière Chez Aziz Chefchaouen

Para comer, quiero recomendaros sobre todo el restaurante Casa Aladin. Está situado en una casa antiquísima de varias plantas (nosotros comimos en la azotea), con unas vistas impresionantes de Chefchaouen, comida sabrosísima y muy bien de precio (salimos a menos de 12 euros por persona). Fabulosa gastronomía marroquí con dos platos estrella, el couscous y el tajine (sobre todo este último, no os vayáis sin probar el de pollo con ciruelas). Es cierto que Marruecos es un lugar baratísimo para comer en general y en Chefchaouen puedes comer por cuatro o cinco euros por persona pero merece la pena pagar un poco más por hacerlo en un restaurante algo más especial.

En cuanto al tema cervezas, ya os comenté en otros viajes a Marruecos que pese a que Marjane, la principal cadena comercial del país (se la conoce como El Corte Inglés de Marruecos) ha dejado de vender cervezas en sus grandes superficies y está prohibido vender alcohol a los musulmanes bajo penas de hasta seis meses de prisión, la realidad es que el país produce 40 millones de botellas de vino al año y en bastantes lugares, especialmente hoteles y algunas cafeterías, se puede encontrar cerveza Casablanca, de producción nacional, a precio no excesivo, unos tres euros y medio la botella. En Chefchaouen íbamos a tomarlas a uno de los mejores hoteles de la ciudad, el Parador (que además tiene una terraza estupenda) y encontramos un pequeño restaurante escondido donde también las servían ( perdonad que no recuerde el nombre pero estaba muy céntrico, preguntad a los locales). Lo curioso de esta última tasca es que dentro había marroquíes bebiendo (la primera vez que presencio algo así en Marruecos), arriesgándose a que les llevaran al calabozo pero se les veía poco preocupados por el asunto.

Pero volviendo al pueblo, si digo que Chefchaouen es el lugar más bonito con diferencia de todos los que he conocido en Marruecos, me arriesgo a quedarme corta. Ubicada en un valle frondoso entre abruptas montañas, esta pequeña ciudad (35.000 habitantes), fundada hace más de cinco siglos por Mulay Ali Ben Rachid y poblada después por los exiliados judíos y musulmanes de Al-Andalus que escapaban de la persecución de la Santa Inquisición, es una de las grandes joyas marroquíes y por sí sola ya justifica una escapada a estas tierras. Es cierto que en los últimos años, debido especialmente a que es el principal foco de cultivo de marihuana del país, se ha incrementado su interés turístico; nosotros, sin embargo, al viajar en Noviembre, nos lo encontramos en temporada baja y no tenía una afluencia excesiva de visitantes, por lo que era una delicia pasear por el pueblo. Y un consejo: si venís a Chefchaouen a fumar, hacedlo dentro de vuestro hotel: os recuerdo que pese a que el consumo de hachís es algo muy habitual entre la población y supone uno de los principales atractivos para el viajero, en la práctica es ilegal, no os compliquéis la existencia y sed prudentes. De todas maneras, no tendréis ni que buscarlo, vereis que continuamente se os acerca gente ofreciendo chocolate diciéndote por lo bajinis «kifi,kifi!».

Chefchaouen ( o Chaouen, que es como es comunmente conocido) ha sabido conservar impecablemente su ambiente de ciudad fortificada (al constituir un punto esencial entre las rutas comerciales entre Fez y Tetuán, se construyeron las murallas para defender a la ciudad de las invasiones portuguesas, tengo que decir que a mí me recordaron mucho a las murallas de Albarracín, serpenteando por esas cumbres escarpadas).

Aquí abajo podéis divisar las murallas que ascienden por las montañas

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Lo curioso es que Chaouen, una de las ciudades sagradas del Islam, durante años prohibió la entrada a los extranjeros (incluso los propios judíos que vivían aquí desde hace un montón de generaciones se encontraban con vejaciones continuas) y, sin embargo, ahora los extranjeros somos su principal fuente de ingresos. Pese a su fama de ciudad ultrarreligiosa y profundamente anticristiana, lo cierto es que en la práctica sus habitantes son de lo más hospitalarios. Como tantas otras veces en Marruecos, nos volvimos encantados de la amabilidad marroquí y sus buenos modales con el visitante.

Como tantas otras ciudades del norte de Marruecos, Chefchaouen perteneció durante un tiempo al protectorado español y la herencia de aquella época se deja notar no sólo en la arquitectura (durante la mayor parte del viaje nos sentimos como en cualquier pueblo de las sierras andaluzas) sino también en la cantidad de gente con la que puedes comunicarte en castellano, que utilizan nuestro idioma con la misma asiduidad que el francés. A nosotros a grandes rasgos nos pareció un pueblo tranquilísimo, la paz que se respira allí se echa de menos en otras grandes urbes marroquíes y era una delicia pasear tanto de día como de noche sin que nadie te estuviera intentando vender alfombras. La verdad es que en mis viajes cada vez más me gusta recorrer sitios pequeños que, en añadidura, mantienen mucho mejor la autenticidad y la esencia que las grandes ciudades.

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Lo más bonito de Chaouen, como en muchas otras ciudades árabes, es su medina, el barrio antiguo, situada al este de la ciudad. Para recorrerla y que nos explicara con tranquilidad los rincones hablamos con un guía, un señor de unos sesenta años que hablaba perfectamente castellano, y que nos cobró sólo 15 euros entre los seis por tenernos toda una mañana de caminata. La medina, como comentaba anteriormente, conserva ese embriagador aire andaluz, con casas blancas y azules y macetas con flores en las fachadas. Desde aquí se pueden divisar las dos grandes montañas que protegen al pueblo, Tisouka y Megou, y a las que se conoce como «los dos cuernos» (Chefchaouen en bereber significa «mira los cuernos»).

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Chefchaouen

Lo mejor de la medina de Chaouen es que es pequeñita (por lo que es difícil extraviarse) y muy acogedora: calles imposibles llenas de escaleras y recovecos cuyo denominador común es ese fantástico color añil que ha hecho de Chefchaouen un lugar mágico (se cree que el color azul lo «pusieron de moda» los judíos al querer simbolizar con él el color del cielo, aunque en la práctica su función, aparte de la estética, es higiénica ya que espanta a los mosquitos). Los niños juguetean en las callejuelas, las mujeres barren las puertas de sus casas y los hombres descansan fumando sentados mientras ven el tiempo pasar. Ya sabéis cuál es el dicho favorito de los marroquíes: «la prisa mata».

Una de las cinco puertas de entrada a la medina

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Dentro de la medina también se encuentra el zoco (el mercado), con un montón de tiendas minúsculas donde apenas cabes tú y el dependiente. Yo, como siempre, recomiendo aprovechar la ocasión para venirse cargado de productos orgánicos y naturales elaborados con aceite de argán. Siempre que voy me traigo la maleta hasta arriba y aprovecho para cumplir con los encargos de mis amigas, ya que los mismos productos en las tiendas marroquíes españolas valen como siete u ocho veces más. Me traje de todo (cremas faciales, jabones, aceite de argán puro, mascarillas capilares…); la cosmética marroquí, junto a la polinesia y su aceite de monoi, es en mi opinión la mejor del mundo y la que más asiduamente utilizo.

Algunas fotografías de la medina de Chefchaouen, bellísima como pocos lugares en el mundo

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El antiguo barrio judío, El-Mellah El Yadid, también se encuentra dentro de la medina. Hubo una segunda oleada de inmigración sefardí entre 1920 y 1930; estos se instalaron también en el antiguo barrio judío, que fue construído a la misma vez que el de Tetuán por los megorashim (expulsados): en esa época, de las 2.000 casas que existían en Chaouen, 200 eran judías y acogían a algunos de los mejores plateros del país.

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En la medina se pueden encontrar hornos de hace cuatro siglos, como este en el barrio de El Kharazin, donde se sigue preparando el pan a la antigua usanza.

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La Mezquita del Zoco (para mi gusto la más bonita de Chaouen) fue construída en el siglo XVI por los exiliados andalusíes.

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Desde el corazón de la medina podemos ir caminando a la Plaza Uta El-Hamman. Suele ser el punto de encuentro tanto de turistas como de autóctonos y es posiblemente el punto de la ciudad con más vidilla, sobre todo cuando comienza a caer el sol y los marroquíes salen a la calle (ya sabéis que el marroquí vive más de noche que de día). Aquí además se concentra un buen puñado de restaurantes que, pese a encontrarse en el área más turística de la ciudad, mantienen sus precios económicos. Uno de los mejores lugares para tomarse un té a la menta al anochecer mientras observas el trasiego de unos y otros. Por cierto, en una de las callejuelas que nacen en la plaza se encuentra el fondak Chfichu, el más antiguo de la ciudad (los fondak eran las antiguas casas de huéspedes donde hacían sus negocios los mercaderes nómadas).

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La Alcazaba (o kasbah) es una fortaleza rojiza amurallada con frondosos jardines y antiguas celdas en su planta inferior. Actualmente acoge un museo donde se exponen armas, trajes y fotografías que recorren la historia de la ciudad, la entrada cuesta diez dirhams (un euro). Junto a ella se halla la Gran Mezquita, que data del siglo XVI: lo que la hace única es que carece de elementos decorativos y que su minarete está inspirado en la Torre del Oro de Sevilla. Aunque no se permite la entrada a los no musulmanes, siempre puedes admirarla desde fuera. En Chefchaouen, debido a su condición de «ciudad santa», pueden encontrarse una veintena de mezquitas.

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Los lavaderos de Chaouen, protegidos por la naturaleza más exuberante, son uno de los rincones más bonitos y particulares de la ciudad. Estos lavaderos públicos muestran como la vida en Chaouen ha cambiado poco si la comparamos con la de hace dos siglos: las mujeres siguen bajando al río a lavar la ropa (muchas de ellas con sus trajes tradicionales). Para llegar hasta aquí se cruza el Puente de Ras el Maa; a nivel naturaleza, es un lugar francamente espectacular. Y una curiosidad: en los alrededores podréis encontrar antiguos molinos hoy reconvertidos en teterías.

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Mezquita El-Akel, construída en el siglo XVIII

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Los bonitos alrededores de Chefchaouen

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En Chefchaouen se sigue haciendo todo de un modo artesanal, como la elaboración del cuero. Aquí podéis ver las pieles secándose al sol.

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Las bellísimas fachadas del pueblo

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Como cuando estuvimos en Junio en Marruecos nos gustó tanto Assilah y además nuestros amigos no la conocían y teníamos muchas ganas de enseñársela, aprovechamos el último de estos cinco días para pasar allí la noche (volvimos a hacer el trayecto con el majísimo taxista de Tánger). La proximidad con el aeropuerto de Tánger, desde el que volaríamos al regresar, es otro punto a favor, ya que los 40 kilómetros que separan a Assilah del aeropuerto se traducen en sólo 20 euros de taxi (que yendo seis, ya veis a lo que tocábamos). Para la información de la ciudad (y para no repetirme) os remito a mi entrada de blog Viaje a Tánger y Assilah donde encontraréis toda la info para moveros por esta pequeña y preciosa ciudad costera amurallada.

Sólo dos apuntes. Uno, el alojamiento: fabuloso. El Maison d’hotes Berbari. Una casa rústica preciosa perdida en medio de la nada (lo mejor es que al llegar a Assilah llaméis a la propietaria, que es marroquí y habla perfecto español) y os envíe un taxi a recogeros. La casa es una maravilla: muy poquitas habitaciones (tranquilidad absoluta), decoradas con mucho gusto, un jardín inmenso ideal para las charlas nocturnas, perros y gatos campando a sus anchas (¡hasta se nos metió un gatito a dormir con nosotros en la cama!), desayuno casero increíble y por sólo 50 euros la habitación.

El segundo apunte es para la comida: íbamos a haber vuelto a ir a Casa Pepe pero estaba cerrado por vacaciones, asi que acabamos en el segundo mejor restaurante de Assilah, Casa García, también regentado por españoles y donde comimos de lujo. Y con estas lindas instantáneas de Assilah cerramos uno de los viajes más bonitos que hemos hecho nunca por el país bereber.

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