Como este era un viaje de 23 días que íbamos a combinar con Polonia e Italia (a Escocia le daríamos 8 días), el vuelo le cogimos con Easyjet pero sólo trayecto de ida, aproximadamente unos 70 euros más lo que te cobran por facturar la maleta aparte del equipaje de mano. En cuanto al alojamiento, aviso que en general es Escocia es bastante caro: por más que mirábamos y remirábamos, un Bed & Breakfast medianamente decente en Edimburgo no bajaba de los 100-120 euros por la habitación doble con baño compartido. Al ir seis amigos, optamos entonces por alquilar un piso por medio de Airbnb, que nos salía muchísimo más económico. Encontramos uno bastante grande, con 3 habitaciones y todas las comodidades (wifi, lavadoras, lavavajillas) a sólo 15 minutos andando del centro. El precio final,más que asequible: 3 noches a 75 euros por persona. Vamos, una ganga en toda regla para ser Edimburgo salir a 25 euros la noche. En cuanto al tema coche, lo alquilamos con Sixt, previa reserva por internet. Una van de siete plazas nos salió entre los seis por poquito más de 300 euros cinco noches (para Edimburgo no lo necesitábamos). Teníamos la suerte de que uno de nuestros amigos ya había conducido varias veces por la izquierda en Gran Bretaña y fue él el que se ocupó de conducir. En gasolina nos gastamos aproximadamente unos 35 euros por persona, otro chollazo por tener tu propio vehículo y organizar las rutas como mejor te convenga.

Esta vez nos ahorrábamos el seguro médico ya que la Tarjeta de la Seguridad Social Europea nos cubría cualquier percance (se puede solicitar por internet, es gratuita y tiene una validez de dos años). Otra cosa que os recomiendo es haceros con la Historic Scotland Explorer Pass . Puedes comprarla por internet (te envían un archivo pdf que tienes que imprimir y llevarte contigo) o en alguno de los monumentos a los que puedes acceder con ella y cuya lista os dejo ahí abajo. Al cambio cuesta unos 48 euros y compensa, claro que compensa. Sólo los castillos de Edimburgo y Stirling vale la entrada 15 libras cada uno.A poco que visites algún lugar más, ya has amortizado el precio. Te la sellan en el primer monumento que visites y a partir de ahí comienzan a contar los días.

Para llegar del aeropuerto a Edimburgo, puedes hacerlo en transporte público. Pero como había taxis para seis personas, cogimos uno y nos salía incluso más barato (22 libras entre los seis). La verdad que viajar allí en grupo nos ha supuesto un montón de ahorro en varias cosas. Sobre todo teniendo en cuenta que Escocia en general es mucho más barata que el resto del Reino Unido (qué diferencias tan abismales entre los precios de Londres y los de Edimburgo).

Edimburgo es una ciudad relativamente pequeña en comparación con otras urbes europeas que,sin embargo, ya quisieran para sí gozar de un patrimonio histórico tan amplio e interesante. Por este motivo, es fácil recorrerla a pie sin tirar del transporte público, nosotros fuimos a todos los sitios andando. Como el tiempo acompañaba (sólo nos llovió una noche un ratín, increíble siendo Escocia en el mes de Septiembre) lo de salir a pasear suponía por ello una tarea aún más placentera. Con una media de temperatura de 19 grados (casi siempre llevábamos las chaquetas en la mano) nos dimos más que satisfechos.

La mayoría de los rincones relevantes de Edimburgo se amontonan en su centro histórico, en la Royal Mile y sus aledaños. La Royal Mile, de casi dos kilómetros de largo, es la calle más animada de la ciudad y desde donde deberías empezar a tomarle el pulso a la capital escocesa. Tiendas y restaurantes de todo tipo acaparan las fachadas de sus edificios centenarios, y son miles de locales y turistas los que deambulan por sus aceras (Edimburgo, dada su belleza, atrae a miles de viajeros durante todo el año). Asi que vete apuntando que visitarás la Royal Mile varias veces en el viaje, tanto para comer, comprar y beber como para  pasear y,sobre todo, visitar los maravillosos edificios y monumentos que te ofrece.

Edimburgo

La Royal Mile une así mismo los dos castillos más importantes de la ciudad:el de Edimburgo y el de Holyroodhouse. Probablemente comiences tu visita por el Castillo de Edimburgo, así que es el primero que vamos a desgranar.

Como comenté antes, la entrada cuesta 16 libras (sí, en Escocia visitar los castillos es caro, sobre todo porque la mayoría pertenecen a clanes particulares que saben que son el principal reclamo turístico del país). A nosotros nos entraba dentro de la Scotland Pass, asi que aprovechamos para sellarla. El Castillo de Edimburgo es el monumento más visitado de Escocia: hay largas colas para acceder a su interior y te lo tienes que tomar con filosofía porque hay mucha, mucha gente. No obstante, creo que el precio está totalmente justificado. Más que un castillo, es una ciudad en miniatura y la visita te puede llevar fácilmente unas tres horas si quieres ver los distintos edificios con detenimiento. Tómatelo con calma, ese es mi consejo: para comprender la tumultuosa historia escocesa, marcada por las batallas sangrientas y las luchas de poder, es indispensable adentrarse en las entrañas del castillo real e intentar imaginarse cómo era la vida en palacio tanto en tiempos de paz como en otros más convulsos.

Las preciosas calles de Edimburgo

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Antes de meternos con el castillo en sí, considero apropiado hacer un breve resumen de las vidas y actos heroicos que encumbraron a los dos personajes más queridos por los escoceses y de los que en añadidura más orgullosos se sienten. Estos no son otros que Robert the Bruce y William Wallace. Sin ellos, la historia de Escocia hubiera tomado senderos muy diferentes. Su patriotismo perfiló la columna vertebral del país. Y sí, incido en lo de país porque aunque Escocia pertenezca al Reino Unido (del referéndum ya hablaremos luego), los escoceses continúan viéndose a sí mismos como una nación independiente, con sus propias costumbres, dialectos y unos orígenes ajenos a sus compatriotas (impuestos) ingleses. Incluso tienen hasta su propia moneda, las libras escocesas, mucho más bonitas que las esterlinas y que incluso muchos comercios oficiales del resto de Reino Unido se niegan a aceptar, pese a que sean totalmente legales. Yo también tuve esa sensación durante todo el viaje, la de estar en un país que únicamente comparte con Inglaterra el mar que la rodea. Quizás por eso me gustó tanto el viaje. Porque los escoceses no son ingleses. Ni falta que les hace.

Pese a ello, en la capital escocesa también puedes encontrarte las típicas y afamadas cabinas británicas…

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Roberto I de Escocia, alias Robert the Bruce, es el rey que más han querido y respetado los escoceses. Contrariamente a lo que se estilaba entre otros reyes europeos, no saber hacer la o con un canuto, Robert the Bruce fue un hombre culto que desde su infancia intentó llenar su vida de conocimientos. Durante años peleó contra las tropas inglesas exigiendo su derecho al trono pero, sobre todo, defendiendo a los escoceses del abuso inglés: consiguió la independencia de Escocia y se mantiene en la memoria de los locales como el héroe que mejor salvaguardó la identidad escocesa. Las estatuas erigidas en su honor, 800 años después de su reinado, se reparten por todo el país.

En cuanto a William Wallace, quizás es más famoso aún debido al film que Mel Gibson realizó sobre su vida, «Braveheart», no hay escocés ni escocesa que no lleve la imagen de este valiente guerrero en lo más hondo de su corazón. Al igual que Robert the Bruce, fue el hombre que con más fiereza luchó por la independencia, castigando a los ingleses con derrotas humillantes. La venganza de sus vecinos fue atroz cuando tras muchas penurias y bajas entre sus tropas lograron capturarle. Se le torturó de todas las maneras posibles, como escarmiento se le ejecutó partiendo su cuerpo en cuatro trozos (su cabeza fue expuesta clavada en una pica en la Torre de Londres) y sus extremidades se repartieron por todo el Reino Unido, ante las lágrimas y pesar de su pueblo, humillados por esta muestra de crueldad gratuita que arrastraba por el fango el nombre del hombre que con más pasión amó a Escocia.

La mención a estos dos héroes escoceses vienen precisamente porque las estatuas de ambos presiden la entrada al Castillo de Edimburgo. El castillo se alza en lo alto de una colina, lo que le convirtió en una de las fortalezas más fáciles de defender de toda Escocia: hoy puede admirarse, grandioso y altanero, desde un montón de puntos de la ciudad. Adentrarse en él por la impresionante Puerta Portcullis es entrar en una reliquia viviente de la historia escocesa.

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Insisto en que la visita al castillo ha de realizarse con tranquilidad para poder disfrutar de sus múltiples edificios. Intenta, eso sí, que la visita coincida a las 13:00 con el cañonazo que se realiza a diario, desde el One O’Clock Gun (un cañón de la Segunda Guerra Mundial), es una ceremonia bien bonita. Por delante tienes un montón de callejuelas con un montón de atractivos, desde el Museo Nacional de la Guerra de Escocia, donde se repasan las batallas que azotaron el país a lo largo de su historia, la St. Margaret Chapel (el edificio más antiguo de Edimburgo) al propio Palacio Real, donde se exhiben las joyas de la corona, conocidas como los Honores de Escocia (la corona, el cetro y la espada del Estado). En el palacio también puede admirarse el rincón más visitado de todo el recinto: la Piedra del Destino (aunque no puedes fotografiarla). Tras años y años en territorio inglés, en 1996 regresaba a Escocia esta piedra milenaria, cuyos orígenes provienen de Tierra Santa, donde han sido coronados tantos monarcas escoceses. Aunque son muchos los que creen que en realidad lo que se expone es una imitación y la original pueda estar escondida en algún rincón recóndito de Escocia, lo cierto es que la mayoría de los escoceses se enorgullecen hasta la extenuación de contar con la Piedra en su poder, símbolo de su superioridad ante los ingleses. En cualquier caso, hay que verla, admirarla y sentirla como la piedra angular, nunca mejor dicho, del pueblo escocés.

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Para los que no seais muy fans de la parafernalia militar y bélica, que es la que predomina en el castillo, os doy la buena noticia de que éste conserva otros muchos rincones interesantes a la par que curiosos. Entre ellos, un cementerio de mascotas, para que los soldados tuvieran un lugar donde llorar a sus perros, o las prisiones en los sótanos, que a mí fue de lo que más me gustó. Se las conocía como vaults y se han recreado, muy bien, por cierto, las condiciones de vida de los prisioneros, la mayor parte de ellos capturados como botín de guerra. Me llamó la atención que pese al hacinamiento, el frío y la humedad y la falta de higiene de entonces, ningún preso se veía privado de una buena pinta de cerveza en su ración diaria, que aparte de constituirles una buena fuente de alimento por la cebada, les ayudaba a llevar de un modo menos penoso su cautiverio.

Aquí abajo podeis ver las hamacas que hacían de camas en las cárceles subterráneas…

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Lo cierto es que estas prisiones acogieron a presos de todo tipo y condición. En sus orígenes, a delincuentes comunes, pero después a prisioneros políticos, soldados enemigos, soldados en rebeldía, traidores, jacobitas, covenanters, católicos.. todo dependía de quién estuviera en el poder en ese momento.

El otro gran castillo de Edimburgo es el Palacio de Holyrood, residencia oficial de la reina Isabel II, que suele venir a Escocia en verano (entrada 11 libras). Destaca junto a él, hoy en ruinas, la abadía, levantada hace casi mil años. Su huesped más ilustre fue la reina María Estuardo. Y al igual que el Castillo de Edimburgo, del que se cuenta que alberga en sus túneles el alma en pena de un gaitero, el de Holyrood también tiene su propio fantasma, el de un soldado que se perdió en sus pasadizos y que deja oir su canto en las frías noches de invierno.

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Cuando viajo, lo cierto es que en general soy algo reacia a contratar tours y me gusta visitar las cosas por mi cuenta, con la guía bajo el brazo. Sin embargo, en Edimburgo hicimos una excepción con un par de visitas guiadas, ambas interesantísimas y nada caras (unas 10 libras por persona). Se pueden contratar en la propia Royal Mile (hay también tours en español) y uno de ellos, el de Mary King’s Close, es totalmente indispensable ya que es la única manera de acceder a uno de los rincones más siniestros y oscuros de Edimburgo.

Los closes, que es cómo se conoce a los callejones en Edimburgo y muchos de los cuales han sobrevivido hasta la actualidad, ofrecen la cara más misteriosa de la ciudad y, sobre todo, exponen de manera trágica las tristes condiciones de vida con las que se obligaba a vivir al pueblo llano. Uno de los más importantes en su época fue el Mary King’s Close, una avenida comercial a la que apenas llegaba la luz del sol debido a sus altísimos edificios de siete u ocho plantas (fueron considerados los primeros rascacielos de Europa). Las clases adineradas solían instalarse en las plantas intermedias, a salvo de los malos olores de la calle y evitando los pisos más altos que les obligaban a subir y bajar escaleras. Las familias más pobres se hacinaban en habitaciones minúsculas, conviviendo varias de ellas en una misma estancia y obligados a hacer sus necesidades sin la más mínima intimidad: los cubos de excrementos se guardaban en las casas, extendiendo sus olores nauseabundos, hasta que llegara el momento de poder lanzarlos a la calle, lo que se permitía sólo dos veces al día, una por la mañana y otra por la tarde, al grito de «garde loue!», lo que era en gaélico «agua va!». Sin embargo, la casa del último superviviente del callejón, un hombre acaudalado que se resistió a ser evacuado con uñas y dientes, contaba con un primitivo retrete, que hoy permanece en pie como símbolo de que lo que hoy a nosotros nos parece algo habitual y necesario en cualquier hogar, era considerado un auténtico lujo hace algunos siglos.

El callejón de Mary King’s Close ha podido llegar hasta nuestros días debido precisamente a que justo encima se construyó el Ayuntamiento, lo que ha salvaguardado su estructura original. En mi opinión, es una visita muy entretenida pero sobre todo didáctica. Además, han recreado de una forma bastante fidedigna las costumbres y el modo de vida de la época pero, ante todo, el infierno que supuso vivir en esta zona de la ciudad cuando llegó a Edimburgo la peor plaga que han conocido en su historia: la temida peste. A mediados del siglo XVII, barcos procedentes de Europa e infestados de ratas extendieron la enfermedad por el país. Sin embargo, contrariamente a lo que mucha gente cree, no fueron las ratas las que propagaron el mal negro sino las pulgas que venían con ellas. Miles de personas fueron contagiadas, especialmente en Mary King’s Close. Allí se obligaba a los enfermos y sus familias a recluirse en sus minúsculas casas, haciéndoles que colgaran una bandera blanca en las ventanas que advirtiera de su cuarentena. Fueron muchos los médicos que ayudaron a la población, arriesgando sus propias vidas, drenando los bubones que aparecían en las axilas de los apestados. Como no sabían que las que lo propagaban eran las pulgas y tenían la idea errónea de que la enfermedad se extendía por las miasmas, la mayoría de los galenos utilizaban «la máscara de la muerte», esa famosa máscara tan típica de la cultura veneciana. La nariz picuda que la caracterizaba no era más que un recipiente donde se untaban hierbas que evitaban que los efluvios de los enfermos llegaran a las fosas nasales de los médicos.

La visita a Mary King’s Close dura algo más de una hora y se precisa calzado cómodo, ya que vas a subir y bajar por callejones empedrados y angostos continuamente. No se lo recomiendo a personas con claustrofobia o personas con problemas de ansiedad ya que en ocasiones es algo agobiante, aunque en mi opinión merece mucho la pena. Se van visitando diferentes estancias, con mobiliario de la época y recreaciones con muñecos de cera que simulan ser los apestados de entonces. Uno de los lugares más escalofriantes es la casa de Annie, una niña que quedó huérfana al morir sus padres debido a la peste y que según la leyenda, vaga por los callejones, llorando por no poder estar con su muñeca favorita. por ese motivo, en su habitación los visitantes han dejado cientos de muñecos que hagan más llevadero su deambular por el limbo.

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El otro tour que hicimos, igual de interesante que el anterior pero para mi gusto aún más escalofriante: el Tour de los Fantasmas. Hay que recordar que los escoceses en general son muy supersticiosos, dan total credibilidad a sus leyendas (por algo Escocia es conocido como el País de los Fantasmas) y de hecho, la de Edimburgo es la única ciudad europea que cuenta con la carrera de Parapsicología. Nosotros tuvimos una guía magnífica, Raquel, que nos metió totalmente en situación con sus historias macabras; lo mejor de todo ello fue poder hacer el tour por la noche, ya que así te encontrabas más sugestionado (y en mi caso, era la primera vez que recorría un cementerio de noche y sí, impresiona mucho).

El tour te va llevando por algunos de los rincones más siniestros de Edimburgo y no sólo se alimenta de leyendas sino también de casos reales, que por ser verídicos son aún más espeluznantes. Uno de ellos es el del caníbal James Douglas, un noble que con sólo diez años se comió a uno de sus criados, o el clan de Galloway, que también se zampaba a los viajeros a los que lograban atrapar (hay una película francesa,»El albergue rojo», inspirada en este hecho, que aprovecho para recomendaros, aunque se le haya dado un toque tragicómico). También fue muy popular en su época la historia de Maggie Dickson (incluso hay un pub que lleva su nombre). Esta pobre sirvienta dio a luz a escondidas, debido a que su hijo era un bastardo, y lo abandonó junto a un río. Pero un vecino la vió, la denunció y fue condenada a la horca. Cuando el sepulturero trasladaba al cadáver en una carreta, Maggie demostró que de cadáver nada, reviviendo misteriosamente. Pero no podían volver a ahorcarla porque su condena fue a la horca, no a la muerte, y desde entonces se la conoció como Maggie Medio Colgada.

Otro de los lugares que nos llevaron a visitar es la casa de Thomas Weir, conocido como el Mago de West Bow. La casa a día de hoy no ha conseguido ser alquilada precisamente porque tiene fama de estar encantada. Thomas no sólo practicaba habitualmente el incesto con su propia hermana sino que ambos dedicaron su vida a la magia negra y el culto a Lucifer, por lo que fue ejecutado. Él no fue el único ejecutado por aficionarse a las ciencias ocultas: Edimburgo vivió la quema de cientos de brujas. En la explanada que reposa frente al castillo una fuente recuerda este vergonzoso hecho, producto de la represión religiosa, como en tantos otros lugares de Europa.

Pero si hay un lugar realmente bonito, y a la vez espeluznante, es el cementerio de Greyfriars, que visitamos primero a la luz del sol por nuestra cuenta y después por la noche con el Tour de los Fantasmas. Antes de ir con él, hablaremos del personaje más querido de dicho cementerio: el perro Bobby.

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Bobby es la mascota más querida de Escocia, hasta el punto de que se le ha levantado la estatua que veis en la fotografía (dicen que da suerte frotarle la naricilla, nosotros lo hicimos por si acaso). Su dueño murió de tuberculosis y Bobby, consumido por la pena, permaneció junto a la tumba de su amo catorce largos años, todo un ejemplo de fidelidad del que tanto deberían aprender tantos humanos. Desde entonces, como veis en las fotografías de abajo, los restos de Bobby descansan en el cementerio (en realidad, está su lápida, Bobby descansa en el exterior de Greyfriars ya que es tierra consagrada y no se permite enterrar a los animales) e incluso hay un pub dedicado en su honor.

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Pero regresando a la historia del cementerio de Greyfriars, que pese a lo siniestro de su trasfondo es realmente bonito, éste tiene varias peculiaridades. Una de ellas son sus singulares tumbas, algunas de ellas enjauladas debido al robo de cadáveres, hechos habituales hace años debido a que los estudiantes de anatomía no podían tener acceso a los cuerpos por las restrictivas leyes religiosas. Estas jaulas podían permitírselas sólo las familias más acaudaladas; las más pobres se veían obligadas a que algún familiar montara guardia junto a la tumba durante las tres primeras noches, que era a partir de cuando el cuerpo comenzaba a descomponerse y resultaba inservible para su estudio. Se habla del caso de una mujer que fue enterrada con catalepsia (lo que confundió a los médicos, que la dieron por muerta) y resucitó cuando los ladrones de cadáveres iban a amputarle una mano (los cuerpos podían venderse completos o por partes, todo muy lúgubre, la verdad).

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El lugar, sin embargo, más espeluznante de Greyfriars es un camposanto cerrado al público y que sólo se puede vislumbrar a través de una verja. ¿Y por qué está cerrado? Pues porque el propio Ayuntamiento, y eso es lo más curioso, considera que es peligroso debido a los más de 450 casos de poltergeist que se han registrado en el lugar y que incluyen ataques y mordeduras a los visitantes por parte de seres desconocidos o lo que es lo mismo, las almas de los covenanters, el grupo religioso que permanece aquí enterrado.

Detrás del cementerio se encuentra el precioso colegio de George Heriot. Al parecer, J.K. Rowling se inspiró en él para crear la escuela de magia de Harry Potter. Si te interesa el tema, pásate por la cafetería The Elephant House, en George IV Bridge, donde la autora pasó varias tardes escribiendo páginas y páginas. Por cierto, muy cerquita tienes el Pub Frankenstein, en el número 26 de la misma calle, que también se merece una visita por su impresionante decoración. Nosotros nos acercamos una noche y no veais la que tenían montada los escoceses a ritmo de karaoke.

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El último lugar que visitamos en el tour, y donde creo que todos pasamos auténtico miedo, fueron las criptas subterráneas que aún permanencen bajo los arcos del puente South Bridge. Al principio sirvieron como talleres de zapateros y trabajadores del cuero. Pero la humedad y el aire viciado comenzaron a vaciarlas de inquilinos. Y así,  durante años sirvieron de refugio a mendigos, ladrones y forasteros que arribaban en la ciudad y no encontraban otro lugar donde guarecerse. Las autoridades eclesiásticas las aprovecharon también para torturar a las supuestas brujas y sus familias, lo que incluía también a niños pequeños, para que veais la crueldad y sadismo que se alcanzaba en dicha época. Es uno de los lugares de Edimburgo donde los escoceses creen que vagan más almas en pena: de hecho, han venido hasta aquí a realizar psicofonías varios programas de televisión de fenómenos paranormales de diversos lugares del mundo. No están iluminadas, por lo que hay que alumbrarse con la luz de los móviles, y la guía nos propuso apagarlos durante un minuto y quedarnos en total oscuridad para sentir lo opresivo del lugar. Se te ponían los pelos de punta!

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Uno de los personajes más queridos en Escocia: Sherlock Holmes. El autor de los libros, Sir Arthur Conan Doyle, nació en Edimburgo y creó uno de los personajes de ficción más famosos de la historia de la literatura, basándose en la figura real de Joseph Bell, un médico forense famoso por reconocer características de sus pacientes sólo echándoles un vistazo y analizando hasta el más mínimo detalle. Hoy la estatua al gran Sherlock se levanta en Picardy Place, el lugar que vió nacer a Sir Arthur Conan Doyle.

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Este de aquí abajo es el hotel Balmoral, probablemente el más lujoso de la ciudad: dormir en una de sus habitaciones no baja de 250 euros la noche. Su belleza es realmente impactante.

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El kilt es la prenda más conocida de Escocia: el traje de gala escocés para los hombres se compone, curiosamente, de una falda. Y creedme, se usa y mucho. Como veréis en las fotos de abajo, son muchos los escoceses que lo siguen utilizando, especialmente para eventos importantes, como una boda con la que nos topamos uno de los días. Hay muchos mitos acerca de su origen: se dice que el color diferenciaba a los diferentes clanes escoceses y que muchos de los usuarios lo utilizan sin nada debajo (que ya hay que ser valiente con las humedades que se gastan por estos lares). La tela con la que se confeccionan se denomina tartán y ha creado escuela en todo el mundo, yo aún me acuerdo cuando era niña y lo común era que lleváramos «faldas escocesas» de cuadros similares a los kilt. Los escoceses más auténticos incluso lo utilizan cuando son ellos los que se casan, no sólo cuando asisten de invitados a otros enlaces. Es un bonito recuerdo para llevarse del viaje (aunque luego no lo uses) pero recuerda que si quieres uno de calidad, no son precisamente baratos. Ese pequeño bolsito de cuero o piel es el sporran, utilizado como bolso masculino.

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Escoceses en una boda con su kilt correspondiente

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La Catedral de St. Giles, uno de los edificios más deslumbrantes de Edimburgo. En realidad no es catedral, ya que no tiene obispo. La entrada es gratuita, así que no desaproveches la oportunidad de verla por dentro ya que el interior es precioso, con vidrieras espectaculares e incluso angelitos que tocan la gaita.

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Otro de los monumentos más impactantes de Edimburgo es el que se erigió a uno de los escritores más famosos nacidos en Escocia: Sir Walter Scott. Autor del célebre «Ivanhoe» o la biografía de Rob Roy (de quien hablaremos en nuestro recorrido posterior por las Tierras Altas), su figura es conmemorada por este grandioso monumento de más de 60 metros de altura. Es una auténtica preciosidad.

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Como veis en la fotografía de abajo, por toda la ciudad podías encontrarte carteles animando a la gente a votar en el referendum por la independencia. Cuando nosotros estuvimos, faltaban sólo dos semanas para la votación. Sinceramente, estábamos casi seguros de que el pueblo escocés votaría el sí: sobre todo en las Highlands, en el entorno más rural de los pueblos pequeños, ventanas y balcones estaban cubiertos de pancartas pidiendo es «YES». Sin embargo, el 18 de septiembre ganó el NO: pese a que el escocés es patriota hasta la médula y mantiene una relación de amor-odio con los invasores británicos, la crisis económica les metió el miedo en el cuerpo y fueron muchos los que se asustaron, sin saber hacia donde iría el país sin las subvenciones británicas ni europeas. Si Escocia hubiera sido más próspera (y feliz) con la independencia es un enigma que ya ninguno de nosotros podremos descifrar, al menos a corto plazo.

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Este de aquí abajo es el Parlamento Escocés, diseñado curiosamente por un arquitecto catalán, Enric Miralles.

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Otra de las curiosidades de Edimburgo es que son tantas y tantas las iglesias desperdigadas por la ciudad que el Ayuntamiento se las ve y se las desea para poder ocuparse de su mantenimiento. Así, antes de ver cómo se caen a pedazos, han decidido alquilar algunas de ellas para asegurar su conservación. Es el caso de Tron Kirk, en 9 Hunter Square, donde nos acercamos una de las noches y que reconvertida en pub, ahora ofrece música en directo. ¡Fijaos qué lugar más fabuloso para tomarse una cerveza!

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Hablando de pubs, la gastronomía escocesa no es tan tacaña en variedad como su vecina inglesa pero tampoco os creáis que da para mucho. El plato nacional es el haggis: pulmones, corazón y hígado de cordero preparado con harina y cebolla. A nosotros particularmente no nos gustó, sobre todo por la textura, y no porque no nos guste la casquería. Sin embargo, nos encantó el black pudding (las morcillas escocesas), así como las sopas, de las que hay infinitas variedades y que se ofrecen en casi todos los menús de los pubs. No te vayas tampoco de Escocia sin probar su delicioso salmón ahumado, en mi opinión una auténtica delicatesen, y probar su marisco, especialmente los mejillones. En Edimburgo combinamos la comida típica escocesa en pubs tradicionales y en la cadena Filling Station (raciones abundantes y nada caras) con comidas en otros sitios como La Bella Italia (que también tiene varios locales repartidos por la ciudad) o un hindú fabuloso, el Red Fort (10 Drumond Street, buffet libre a sólo diez libras, no venden alcohol pero te permiten traer tus propias cervezas). Y hablando de cervezas, pese a que el whisky escocés sea la bebida local por excelencia, las cervezas de la tierra son más que apetecibles, destacando la Tennents (la más conocida y la que más se sirve), la Belhaven y la Caledonia. Con unas buenas pintas dábamos por concluida nuestra primera fase de este emocionante viaje por Escocia.

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